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domingo, 28 de septiembre de 2008

MI MEDIA NARANJA


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La conocí en la Facultad. Yo estaba cursando mi segundo año de publicidad y ella comenzó a hacer diseño gráfico. Recuerdo que coincidíamos solo tres días a la semana, ya que martes y jueves ella tenía clases de mañana, y yo iba de noche.
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Cuando la vi por vez primera quedé impactado. No solo con su belleza, que por cierto era quizás su atributo más sobresaliente, sino también con su forma de caminar, con su voz suave pero que denotaba fuerza y seguridad al mismo tiempo, con su risa, con sus ojos vivos y seductores y además, y muy especialmente, con su cuerpo. Era pequeña y delgada. Tez blanca, pelo largo negro, ojos grandes y azules, nariz pequeña y respingada, boca grande y labios carnosos. Más abajo; cuello delgado, hombros amplios y elegantes, senos bien posicionados y de buen tamaño, manos pequeñas, cintura estrecha, cola mediana pero bien dibujada y piernas absolutamente perfectas. Con veintiún años recién cumplidos, tenía la frescura y la desfachatez propia de quien no sabe y además no le interesa afiliarse a convenciones y formalismos. Mágicamente instalada en el limbo entre lo natural y la creación voluntaria de un artista, era salvaje y exquisitamente domesticada al mismo tiempo. Desbordaba espontaneidad, pero a su vez todos sus movimientos y miradas parecían cuidadosamente ensayados. Era como si nada de ella quedara nunca librado al azar y al mismo tiempo vendía improvisación por doquier. Era rara. Era perfectamente rara.
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Tuvimos nuestro primer choque verbal una nochecita poco antes de entrar a clases, en la cantina de la facultad. Yo había llegado algo más temprano de lo habitual y ella estaba en el descanso entre dos materias. Me encontraba pidiendo un refresco, cuando entró en silencio y se paró justo a mi derecha a esperar ser atendida, sin emitir palabra. Antes de contar lo que sucedió a continuación, quiero quebrar una lanza por el Todopoderoso, que por una vez en la vida se puso de mi lado en las cuestiones conquistatorias y no me dejó tirado, ya que de haber dependido puramente de mí, esta historia seguro no existiría. Hecha esta aclaración, prosigo. Sin pensarlo, y actuando como dije antes movido por alguna fuerza externa, tomé un bombón “Serenata de Amor” de una bombonera que estaba sobre el mostrador, se lo puse en la mano y le dije mirándola fijamente a los ojos, -“Sos hermosa”. Pagué, agarré mi refresco y me fui a clases. Todo este episodio no duró más de treinta segundos.
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En la clase pensaba en lo que había hecho y no lo podía creer. En realidad, estaba conforme con mi accionar, pero al mismo tiempo estaba algo nervioso por lo que sucedería de aquí en más. Realmente no era común en mí esa clase de comportamiento tenaz y arrojado. Recuerdo que en los siguientes descansos traté de no encontrármela, ya que realmente no sabía como mirarla. La mirada de Casanova no iba conmigo, y a la de “disculpame por lo que hice” me resistía con todas mis fuerzas. Al otro día no la vi por lo que expliqué al principio, pero luego llegó el viernes, y el encuentro era casi inevitable.
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Estaba sentado en las escaleras que van hacia el salón de informática repasando algunos apuntes antes de entrar a clases, cuando la vi venir directo hacia mí, con esa decisión propia de ella. En esos segundos pasaron por mi cabeza muchas posibilidades, pero la que cobró más fuerza fue la de que me iba a dedicar una angelical puteada, de la cual seguramente tardaría al menos seis meses en recuperarme. Dijo -“hola”, se sentó a mi lado en las escaleras y me preguntó sin rodeos si me gustaría ir al cine con ella al día siguiente. No hay duda de que Dios había encomendado al viejo San Gabriel que se hiciera cargo de mí aquella semana. Tratando de disimular mi asombro, -cosa que dudo haya logrado- contesté afirmativamente, intercambiamos números de teléfonos y se fue sin más.
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“Diario de Motocicleta” fue la película elegida. Después del cine fuimos a comer algo y luego la acompañé hasta la casa. Eran algo así como las dos de la mañana cuando el portero de un alto edificio de Pocitos nos vio llegar hasta la entrada. Casi sin tener tiempo a pensar en qué momento le iba a tratar de robar un beso o de intentar programar una próxima salida, se me adelantó y me invitó a subir. Ya antes me había contado que vivía sola con la hermana, pero que como su facultad estaba de receso iba a estar sola todo el mes. Y subí.
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Las cosas comenzaron rápidamente a ponerse lujuriosas, y ya no podía ni quería hacer nada para detenerlas. Pasar del dicho al hecho tardó lo mismo que tardamos en pasar del living al dormitorio. Nuestra ropa comenzó a caer al piso, al tiempo que la temperatura ambiente trepaba al límite de la escala. En un momento caí de espaldas en la cama, ella tomó mis zapatos por el talón y los arrojó lejos con un solo y efectivo movimiento de sus manos. Luego, unos segundos de silencio. Después, un portazo.
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Abrí los ojos, pero el siguiente estímulo que recibí entró por mis oídos. “Vestite y andate ya”- me gritó desde el baño. Confundido pero obediente, me incorporé en la cama para buscar mis zapatos y ahí la vi. Ahí estaba la causa de mi fracaso amatorio. Colgando lastimosamente de mi pie y con un enorme agujero en el talón. Mi media naranja. Nunca más me saludó.



sábado, 20 de septiembre de 2008

EXILIO




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.....Decir que el amor que las personas sentimos por nuestro país de origen es directamente proporcional a la distancia que nos separa del mismo, es, para aquellos que atraviesan por esta situación, una verdad irrefutable.
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.....Abundan los testimonios sobre estas cuestiones, pero quiero en esta oportunidad compartir con ustedes las vivencias de un amigo, el cual supo transmitirme casi en tiempo real mediante cartas (de las que se escribían con lápiz y papel y demoraban varios días en llegar a destino), sus emociones cotidianas en un país ajeno y desconocido.
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.....Me pongo sin demasiado esfuerzo en la piel de Carlitos, un uruguayo veinteañero que decidió en un momento de su vida, poner sobre sus hombros una pesada valija llena de sueños -mucho más pesada de lo que podía cargar- y salió decidido a comerse el mundo.

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.....“Fue el viaje más largo, tedioso y amargo de toda mi vida. La despedida fue breve y hasta silenciosa. Recuerdo que tomé un coche que pasaba por mi pueblo a eso de las tres de la madrugada y al que nadie, ecepto yo, esperaba aquel miércoles de otoño. Tengo grabada a fuego en las retinas, la imagen de las figuras silentes de mis padres, abrazados en la penumbra, y mirando con tristeza hacia aquella ventanilla de ómnibus que les robaba a su único hijo varón. Y de esto hace ya más de diez años. Estrenaba apenas mis veintiuno y atrás dejaba una vida. Una vida simple pero hermosa, cálida. Atrás quedaban amigos, amores, lugares, proyectos y un gran puñado de momentos vividos. Todo eso lo dejaba de lado por culpa de un pasaje de ómnibus, y lo cambiaba por el agridulce sabor de lo desconocido. El ómnibus llegó, me subí, y retomó rápidamente su marcha como importándole poco y nada mi inminente desarraigo. Apenas si tuve tiempo para hacer con mi mano un adiós, y ya me había ido.
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.....Aquellas dos horas y media –quizás algo menos- que duró el primer tramo hasta Montevideo, fueron eternas. Recuerdo que me faltó el aire y me sentí descompuesto casi desde el principio del viaje. La calefacción estaba demasiado fuerte y el asiento demasiado duro. En realidad, el que estaba demasiado todo era yo, pero en ese momento le cargué las culpas a factores externos, ya que no me sentía en condiciones de asumirlas. A pesar de la hora, no pude pegar un ojo en todo el viaje, y las ganas de vomitar me atormentaron hasta que me bajé en la terminal de Tres Cruces. Allí, el aire fresco que tomé al cambiar de coche me hizo sentir algo mejor. Menos mal, porque tenía por delante tres horas más de ómnibus hasta Colonia y luego cinco de barco hasta mi destino final en Buenos Aires. El resto del viaje transcurrió, en líneas generales, bastante bien.
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.....La imponencia de aquella ciudad comenzó a incrustarse en mis ojos desde que asomó en el horizonte. Salí varias veces a cubierta, pero la llovizna gris que aquella mañana lo cubría todo, me hizo volver al interior del barco la misma cantidad de veces. En un momento, cuando miré hacia afuera por uno de los ventanales del salón principal, la ciudad me había devorado por completo y me dí cuenta de que ya no tenía vuelta atrás. Pensar que hasta el día anterior andaba en bicicleta por las soleadas calles de mi pueblo, saludando gente conocida y con una vida totalmente bajo control. Ahora caminaba casi sin rumbo por una ciudad enorme y llena de caras extrañas. Sentí ahí por primera vez la soledad de la muchedumbre, el enorme silencio que te clava en el alma el bullicio ensordecedor de la gran ciudad, y lo peor de todo, la enorme insignificancia de mi ser.
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.....Talvez los primeros días en aquel sitio no fueron tan malos. Tenía mucho por conocer y mis ojos pueblerinos se dejaban deslumbrar con facilidad. Además, pasaba gran parte de mis días yendo de aquí para allá, con todo el papeleo de la radicación y esas cosas. Pero luego, cuando eso estuvo resuelto y ya no me asombraba con tanta facilidad aquel edificio de cincuenta pisos ni o aquella enmarañada red de subterráneos casi sin fin, comenzó el calvario. Fue un calvario silencioso, paciente y progresivo. Muy lentamente, mi pequeño país comenzó a llamarme a la distancia con un suave pero firme susurro. Al principio me empeñé en hacerme el distraído para no atender sus reclamos. Pero después de un tiempo, ya no lo pude evitar más.
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.....La peor parte venía a la noche, cuando ponía mi cabeza sobre la almohada y el silencio comenzaba a hacerse oír. Era a la noche cuando cada imagen que se presentaba ante mis ojos cerrados, se transformaba en una lágrima que me abandonaba. Pensaba en mi padre en su carpintería y ahí iba una lágrima. Pensaba en mi madre volviendo del trabajo a eso de las cinco de la tarde, y ahí iba otra. O en mi hermana saliendo para el liceo, y otra. Pero también les dedicaba lágrimas a cosas que en su momento no me parecían importantes, como por ejemplo a las calles de mi pueblo, a los vecinos, al parque, a la plaza; en definitiva, a cualquier objeto que fuera disparador de algún recuerdo querido. La distancia hizo que mi sensibilidad llegara a niveles absolutamente disparatados. Durante el día, cuando estaba trabajando en la calle, mis recuerdos eran disparados por una música, un perfume, una publicidad que hiciera mención a mi país, alguna persona con mate y termo bajo el brazo, una bandera, un ritmo de murga; cualquier cosa. El problema era que me resistía a hacerme a la idea de que ya no iba a volver a formar parte de esas cosas. Me dolía fuerte el pecho cuando pensaba que mi padre iba a seguir en su carpintería, mi madre iba a seguir volviendo del trabajo, y mi hermana iba a seguir regresando del liceo, pero sin mí. Y se me partía el alma en mil pedazos cuando pensaba en que nunca más me iba a poder alimentar de esas pequeñas grandes cosas, tan cotidianas como necesarias.
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.....Y luché y me mentí a más no poder. Traté de convencerme a toda costa de que esas cosas por las que sufría a diario, no eran en realidad importantes. Que iba a padecer un tiempo su pérdida, pero que luego la gran ciudad se iba a hacer cargo también de mi espíritu, y poco a poco iba a sentir cada vez menos la ausencia de aquel mundo de fantasía. Y así pasó un mes, pasaron dos, y luego muchos más. Llegó un nuevo trabajo que prometía, llegaron nuevos amigos y hasta llegó un amor que me quiso mucho más que yo. Y yo seguí yendo y viniendo por aquellas calles llenas de gente, cada vez menos desconocida. Y seguí tratando. Tratando de tratar de ser feliz. Y seguí llorando. Llorando cada noche en mi almohada, como el primer día.
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.....No sé si a todos los inmigrantes les pasará lo mismo, pero a mí la distancia me enseñó mucho más en dos años y pico, de lo que aprendí en los anteriores veintiuno. Aprendí que la vida pasa mucho más rápido de lo que a simple vista nos parece, y que solo con algo de distancia y perspectiva, podemos ser capaces de notarlo. Aprendí que las pequeñas cosas son las que realmente le ponen gustito y aroma al caldo de la vida. Aprendí que los logros solo cobran importancia cuando tenemos afectos con quien compartirlos. Y aprendí que ninguna, absolutamente ninguna pertenencia material, va a ser nunca capaz de suplantar al beso sincero de una madre, a la mirada cómplice de un padre o a la risa desenfadada de una hermana adolescente.”

martes, 2 de septiembre de 2008

FIDELIDAD

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CRISIS GLOBAL

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.....No es mi intención dar vueltas y vueltas hasta enredarme con las palabras sin llegar a obtener alguna respuesta convincente y definitiva. Muy por el contrario, la idea es que alguno/s de los avezados lectores de este espacio, que imagino tienen resueltas y definidas la mayoría de las cuestiones de la vida y en los que además confío ciegamente, me responda sin matices ni claroscuros la siguiente pregunta: ¿es el ser humano un ser de naturaleza monógama?

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.....Créanme que lejos estoy de querer complicarles la vida, estimados serrucheros, pero es que siguiendo la línea del artículo anterior, del que se desprendieron opiniones por demás interesantes, me pareció pertinente incluir, a modo de anexo, una pregunta que baje un poco de las nubes las relaciones de pareja y le de un buen revolcón terrenal al tema.

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.....La semilla que dio lugar a la generación casi espontánea de esta pregunta, nace de un simple y para nada meticuloso escaneo de la realidad. Nada de investigaciones profundas y complicados análisis socioculturales. Nada de rebuscadas incursiones filosóficas al centro mismo del ser humano. La herramientas básica y exclusiva de este artículo no es otra que la observación, común y silvestre.

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.....Resulta evidente al pararnos en el marco de la puerta que nos va conducir a la respuesta de la incógnita antes mencionada, que se nos presentan dos caminos posibles y por lo tanto dos análisis diferentes. El primero, es el que se desprende de la respuesta afirmativa, tomando como supuesto la innata monogamia del ser humano, y el segundo, el de la respuesta contraria. Para comenzar a transitar por cualquiera de las dos opciones, considero importante primero despojarlo de toda cobertura evolutiva hasta dejarlo lo más desnudo posible. Esto es, tratar de quitarle las máscaras que él mismo producto de su intelecto se ha impuesto, cual si fueran las capas de una cebolla, para poder asomarnos con claridad al centro mismo de su esencia. Cuando digo cobertura evolutiva, estoy haciendo referencia concretamente a todas y cada una de las instituciones que el hombre ha ido creando en el transcurso de su estadía en la tierra y de las cuales se ha servido para poder llevar a cabo este viaje, de una manera más o menos organizada. Dos de las más efectivas herramientas son: las instituciones sociales, que crean jerarquías dentro de la sociedad y le dan poderes y potestades a unos sobre otros, y la religión, que se instala de forma corpórea entre nosotros a través de ese poderoso instrumento llamado iglesia y que también ha procurado ordenar la tropa a través de la creación de sub. instituciones, como por ejemplo, la familia. Del trabajo constaste y sistemático de estos y otros centros de poder, se han generado y enquistado en nosotros, cuestiones que ahora nos parecen naturalmente innatas –si se me permite la voluntaria redundancia- y con las cuales convivimos con absoluta inconciencia. Cuestiones que en realidad, para mi modesto entender no son innatas sino aprendidas, como reglas de conducta, costumbres culturales y religiosas, conciencia generalizada de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es lindo y lo que es feo, y tantas otras. No puedo negar que no es tan fácil como parece imaginar a un ser humano libre de todo ese vendaje de prejuicios y conocimientos, pero tampoco puedo negar que para el correcto análisis de estas cuestiones, es necesario. El único argumento que se me puede esgrimir para que cese en mi intento de desvalijar al ser humano de su bagaje de conocimientos, es que se me diga que éstos también son parte de él, alegando que se han generado justamente a partir de eso que nos distingue y distancia del resto de los animales, la conciencia. Pero mientras esto no suceda, lo pelo nomás.

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.....Imaginemos entonces, un ser humano puro. Un bebé recién nacido puede servirnos como ejemplo. Este pequeño ser, al que llamaremos Cris, (adviértase que este nombre ha sido elegido en forma intencional, pera evitar tener que lidiar luego con cuestiones de género que poco aportarían a la discusión en sí) acaba de salir del vientre de su madre y no tiene más información en su disco duro, que la que le ha sido proporcionada por sus padres en su material genético. Esta información, que si bien es y será muy importante en la vida de nuestro pequeño ser, atañe mas bien a cuestiones instintivas que van a bregar por su supervivencia y posterior reproducción, pero seguramente poco tendrán que ver con la manera en que el decida transitar su existencia. En este punto, vamos a tener que dotar a nuestra recién nacida criatura, de dos funciones con las que aún no cuenta. Una que aún no ha aprendido y que es el habla, y otra que aún no está activa que es el deseo sexual. Con estas dos funciones activadas en nuestro pequeño humanillo de Indias, no tenemos más que preguntarle qué le gustaría hacer, si crear un vínculo sexual con una sola persona por el resto de su vida o hacerlo con muchas. ¿Qué les parece que contestará Cris?

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.....Un lector apresurado podría aventurar a la ligera una respuesta por la opción número dos. ¿Pero será realmente así? ¿Vendrá el ser humano con un programa de fábrica que lo hace sentir deseos de copular con diferentes especímenes de su especie? ¿Venimos hombres y mujeres con el mismo programa genético en estas cuestiones, o tenemos diferencias sustanciales? ¿Viene incluida en esta información primera la idea de que no es lo ideal para la correcta evolución de la especie andar por la vida teniendo relaciones con todo el mundo, o esto es puramente una convención cultural? Y me pregunto esto último porque no me parece descabellado pensar, que si la raza humana hubiera desde un principio dado rienda suelta a todas estas cuestiones sexuales, seguramente ya no estaría sobre la faz del planeta.

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.....A esta altura se me confunde la cuestión natural con la cultural. ¿Qué es lo normal? ¿Qué es lo innato del ser humano? ¿Cómo sería si no fuera capaz de auto-ordenarse? Si analizamos esta cuestión en el marco de la cultura occidental, encontraremos que lo normal es tener una y solo una pareja por vez. Si nos vamos a otras culturas, nos toparemos con que en algunas, lo normal es que el hombre tenga –con consentimiento de partes- varias mujeres al mismo tiempo. Está claro que aunque de diferentes formas, el hombre ha sido capaz de establecer reglas al respecto de las relaciones de pareja, y por ende de la familia. Pero, ¿a qué responden estas reglas? ¿Son arbitrarias o siguen algún patrón dictado por la madre naturaleza? ¿Son impuestas por alguna institución por él mismo creada, o simplemente se fueron dando de manera natural?

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.....Y acá vamos llegando, luego de muchas idas y venidas, a la pregunta que en definitiva dio lugar a todos estos planteos. ¿Por qué el ser humano parece tener una tendencia natural a la infidelidad? ¿Por qué parece como que siempre tuviéramos que estar haciendo un esfuerzo para poder mantenernos fieles a nuestra pareja? ¿Será simplemente porque también es innato del ser humano el gusto por lo prohibido, o será que realmente estamos yendo en contra de nuestros instintos más primitivos?

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.....Ahora supongamos que el tema de la monogamia es una cuestión creada con absoluta conciencia de causa, a fin de lograr una sociedad lo más ordenada posible. De esto se desprende que sería natural que hombres y mujeres nos relacionemos sexualmente según nuestro libre albedrío. ¿Por qué entonces sentimos celos por otra u otras personas? Si fuera tan natural e instintivo, los celos no deberían tener lugar. ¿O serán los celos la herramienta que tiene la naturaleza para lograr lo que los hombres, mediante leyes, decretos y reglamentos, hemos tratado de conseguir? El orden. Hemos dicho anteriormente que una sociedad sin reglas que regulen las relaciones humanas de cualquier tipo –incluso sexuales- sería absolutamente inviable. Los celos son producto y consecuencia directa de un sentimiento de propiedad hacia otra persona. ¿Pero son los celos un sentimiento natural o también es aprendido? Podríamos hacerle esta pregunta a Cris o podríamos quizás pegar un vistazo a algún animalito que ande por ahí y hacer una odiosa comparación. Los perros por ejemplo, ¿sienten celos de su pareja de turno? En caso de que la respuesta sea afirmativa, seguro que estos celos son absolutamente innatos. ¿Será igual para el animal humano?

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.....Bueno, como me parece que ni siquiera me estoy arrimando –más bien creo que me estoy alejando- a una conclusión definitiva sobre si el hombre es monógamo por emoción o por convicción, me parece que voy a dejar este auto debate por aquí nomás. Ojala, como lo dije al principio, alguno de ustedes pueda echar algo de luz a la enorme cantidad de sombras que sobre el tema se me generan.

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Tienen ustedes la palabra.
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