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sábado, 25 de octubre de 2008

EL HOMBRE VIEJO

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El hombre viejo dejó caer una lágrima; respiró profundo una vez, dos veces y luego murió.

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Pero esta historia comienza un poco antes. Lo había conocido por media ahora hacía ya un par de años y no había vuelto a saber de él. (http://elserruchot.blogspot.com/2008/01/el-banco-de-ramon.html). Esa mañana cambié el recorrido hacia mi trabajo para hacer un trámite, y al tomar Stgo. de Chile rumbo a Dieciocho y pasar frente a la Intendencia, una voz ronca y apagada me llamó desde un recoveco oscuro del muro lateral. “Amigo”-escuché casi sin oír y sin hacer caso, pensando que no era para mí el áspero llamado. “Amigo escritor”- volvió a decir la voz, aunque esta vez en un tono algo más enérgico. Giré un poco la cabeza, solo lo suficiente para ver quién era, pero sin ninguna intención de detener la marcha. Cuando miro, veo que desde un rincón oscuro del muro y cubierto por una andrajosa manta, una también andrajosa silueta de hombre viejo me saluda con la mano, y ensaya algo parecido a una desdentada sonrisa. Lo reconocí inmediatamente. “Ramón”-grité desde el otro lado de la calle, y me acerqué a saludarlo.

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Al estrechar su mano flaca y arrugada, presentí que las cosas no habían andado bien para Ramón en estos últimos dos años. Su cuerpo estaba notoriamente más deteriorado que en nuestro anterior encuentro, y lo mismo parecía haberle sucedido a su alma. Una cara tan barbuda como arrugada, una mirada apagada dentro de unos ojos entrecerrados –quizás para tratar de no ver la realidad que le había tocado vivir- y un montón de huesos débiles, era el resultado de demasiados años teniendo como único hogar la calle, y como único abrigo la esperanza. “¿Cómo andás Ramón?”- le pregunté casi por inercia, porque en realidad no quería escuchar la obvia respuesta, que seguro iba a distar mucho de un simple “bien”.

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Y así fue. Comenzó a hablar en un susurro calmo pero sin pausas. Tanto, que por momentos no sabía si me estaba hablando a mí o simplemente divagaba consigo mismo. Sus ojos me apuntaban pero su mirada me pasaba de largo. Y su voz; su voz inexpresiva y débil escupía frases que parecían destinadas a morir algunos metros más allá. Aunque no lo sabía, poco a poco comencé a sentir que aquello que estaba presenciando, era el último discurso de un hombre que acababa de perder la fe. Y sin atreverme a interrumpirlo, solo me limité a escuchar.

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La gente piensa que no le puede pasar a ellos, ¿sabés? Esto, de vivir en la calle. Ah… si supieran lo fácil que es pasar de ser alguien a ser nadie. Es un segundo; te descuidas y ya está. Quedás fuera del sistema, como dicen ahora. ¡Y después que estás afuera ta bravo pa volver, hermano! Es raro cómo de la noche a la mañana te quedás sin familia, sin amigos, sin nada. Y todo por la plata. Porque en el fondo, todo es culpa de la plata, ¿sabés? Sin plata, no tenés donde vivir; no tenés comida; no tenés ropa; no tenés donde bañarte. Y con todo este panorama, nadie se te acerca. Los que eran tus amigos, desaparecen como por arte de magia. Ya no sos persona hermano, ahora sos basura. La gente pasa y te mira de lejos, algunos con asco y otros con lástima, pero de lejos nomás. Ah… si tan solo imaginaran que a cualquiera le puede pasar. Si supieran que yo fui una persona como ellos en algún momento. Qué tenía familia, casa, proyectos y sueños que cumplir. Ah…si supieran. Pero no los culpo, cada uno hace la suya y no tienen por qué ocuparse de los viejos que estamos en la calle. Pero sí me enoja un poco el papel de los gobernantes, ¿sabés? A mi me parece que no sería muy difícil para ellos darnos un empujoncito para salir de la calle. Yo que sé; un trabajito y un lugar para vivir para mí hubiera sido más que suficiente. Pero no, a ellos tampoco les importamos. Y bueno, es lo que hay hermano”.

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“Lo que más se extraña es el afecto hermano. Y la familia”. –Ramón hablaba continuado y sin emociones, pero cuando comenzó a hablar de la familia, sus ojos ausentes volvieron por un momento a ser humanos, y se inundaron de pronto. “¿Te cuento un secreto? Hasta ayer y durante todos los años que estuve en la calle, me desperté con la esperanza de que alguno de los gurises fuera a venir a buscarme y a llevarme con ellos. Y por las noches, cuando me dormía decía para mis adentros, mañana seguro vienen. Pero pobres gurises, ellos también tienen familia. ¿Qué se van a andar complicando? Sí me hubiera gustado haber conocido a mis nietos, hermano. Aunque sea verlos por un ratito. Pa ver qué se siente nomás. Debe ser lindo, ¿no? Pero hoy no sé porqué, no tuve esa esperanza. Se fue sola ¿sabés? Me desperté con frío aunque por lo que veo debe hacer un calor bárbaro. Pero te digo la verdad, ahora no tengo ni frío ni calor. No tengo nada.

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“¿Y te cuento otro secreto? Vos fuiste mi único amigo de afuera del sistema en todos estos años. ¡En serio te digo! Fuiste el único que se acercó a charlar y a escuchar mi aburrida historia. Y ahora te vuelvo a encontrar como de casualidad. Justo hoy. Y bueno, será que El Barba lo tenía planeado así. Mi amigo el escritor. Quién te dice que en una de esas te da por contar mi historia y nos llenamos de plata, je je. Ah…la plata. ¡Pero qué mierda la plata, amigo! Sin ella no somos nada y con ella somos todo. ¿Triste no? Amigo, ¿vos sabés que me parece que ya no tengo más tiempo? El viernes cumplo 78. No es para que te asustes, pero me parece que no llego. Es que me siento muy raro. No es que me sienta mal. Raro nomás. Lo que me preocupa es que en realidad no siento. Va, lo que siento es tranquilidad. Estoy tranquilo y sereno ¿sabés? Paz. Ahí está; paz es la palabra que andaba buscando. Vos te vas a reír, pero para serte franco, estoy feliz. ¡En serio! ¿Qué raro no? Nunca tuve esta sensación de felicidad en todos estos años. Estoy contento. Tanto, que tengo ganas de cantar y salir a correr por este campo precioso. Tengo ganas de darte un abrazo amigo. ¡Gracias! Gracias por ser mi amigo. ¿Sabés que nunca me había dado cuenta de lo lindo que es este jardín? ¡Ah… y ese arroyito! ¡Lindo ché! Bueno amigo, te dejo. Voy a dar una vuelta con otro amigazo que me vino a buscar. Ché, ¡qué linda ropa! ¿Y esas alas donde las conseguiste?

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Ramón cerró sus ojos para siempre, pero antes me regaló la sonrisa más maravillosa y tranquila que haya visto en alguien jamás. Nadie concurrió a su entierro además de mí. No encontré otra forma de rendirle un pequeño y justo homenaje a este hombre que como tantos, excluímos de la sociedad por falta de dinero o de juventud, que contar su historia.

jueves, 9 de octubre de 2008

ADIOS AL JUGOLÍN


.....Cuando creía estar preparado para afrontar con hidalguía cualquier revés que la vida considerara oportuno brindarme, me encuentro con esta noticia que hizo añicos todas mis defensas. Dejaron de fabricar JUGOLIN.

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.....Al principio no lo creí. “Debe ser un rumor infundado que echó a rodar algún mal intencionado de PURITAS”- pensé. Pero luego con el paso de los días, la noticia se hizo oficial. No he podido averiguar cuales fueron las causas que llevaron a la empresa a tomar tamaña decisión, pero realmente no se me ocurre ninguna tan atendible como para cortar de cuajo parte de mi niñez y la de tantos Uruguayos.

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.....El Jugolín. Si me parece estar viendo a mi madre revolver con tesón y ahínco aquella jarra de vidrio transparente y cachetona, en la que se preparaba cada día –sobre todo en verano- la tan apreciada bebida. Era un clásico antes de las milanesas con ensalada de papa, huevo y chauchas. Un sobre de Jugolín, como 6 u 8 cucharadas soperas de azúcar, agua hasta el cogote de la jarra, una cubeta completa de hielo, y a revolver se ha dicho. Había que entrarle duro a la revuelta porque el antes mencionado producto era algo mañero para desintegrarse. La de jarras que habrá astillado mi padre por tratar de dejar sin grumos la bebida. Pero bueno, el esfuerzo valía la pena, porque al final teníamos en nuestros vasos un jugo rico y refrescante. Recuerdo que en esa época era el único en su especie, -al tiempo que en otro rubro campeaba el champú Vita manzana en aquel sachet rojo y gordito que daba para dos lavados, pero que mi madre hacía durar toda la semana- aunque luego fueron apareciendo varios que quisieron imitarlo. Incluso los que se jactaban de que no era necesario agregarle azúcar, no pudieron opacar su imagen. Porque el Jugolín era el Jugolín, así como cualquier levadura era ROYAL, y no había otra máquina de afeitar que la yilé. Bueno, GILLETTE si quieren, pero para todo el mundo era la yilé.

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.....Y ahora resulta que se nos fue. ¡Qué desgracia! Se nos fue como también se han ido los tapones de goma para tapar las botellas una vez abiertas. O aquellas otras tapas metálicas plateadas con forma de sombrero con pétalos. Claro, como ahora le han puesto tapa a rosca a todo. ¡Una porquería la rosca! Si hasta la sidra viene con tapa a rosca. ¡No podes! Para mí, si no tiene el tapón de plástico aquel que se metía casi hasta la mitad de la botella, agarrado con la jaula de alambres para que no se disparara, y recubierto todo con papel aluminio, no es sidra. ¡Y no la tomo eh! Y encima en botellas de plástico. Eso en lugar de sidra es un jarabe de porquería. ¡Sí señor! También se nos fueron los recipientes individuales para hacer hielo. ¿Se acuerdan? Aquellos de todos colores que había que sobarles el culo para que el hielo se aflojara, y que cuando estaba muy retobado había que darlos contra el fogón. Eran mucho mejor que las cubiteras modernas, que cuando querés sacar solo dos cubitos para el whisky, se te desparraman siete u ocho y tenés que andarlos persiguiendo para volverlos a poner en su lugar. Y encima tenés que acertarle al lugar preciso y a la posición justa, porque sino no entran los muy ladinos. O te quedan flojos. ¡Una porquería las cubiteras esas!

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.....¿Y el gofio? ¿Qué pasó con el gofio? ¿Se extinguió? ¿Y los mates de te con cascarilla? ¡Por favor que alguien me diga qué pasó con la cascarilla y el gofio! ¿Las desterraron? ¿Y el mate en sí? Me refiero al recipiente de cerámica o loza aquel, de pequeñas dimensiones, y con una pequeña asa en la que nunca te entraba el dedo. También los dejaron de fabricar supongo, porque yo no los vi más.

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.....La nata de la leche –que no digo que quiero que vuelva porque en realidad yo la esquivaba, pero que siento su ausencia, la siento-, el queso semiduro para rallar (ahora solo en bolsita), por ende el rallador, la galletita María, los chicles PLOCK, los alfajores FIESTA, los caramelos ASTRA y el arroz con leche. Están también fuera de circulación el Martín Fierro, el pan con manteca, la zanahoria rallada con azúcar, la mayonesa casera y el puré de papas, con papas de verdad. Para serles franco, no quiero seguir recordando las cosas que ya no están porque me pongo mal.

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.....Todo este tema del Jugolín me ha puesto demasiado sensible. Me parece que habría que empezar a juntar firmas para hacer rever, a las personas responsables de que las cosas vayan desapareciendo, su responsabilidad en el tema. No puede ser que sigan esfumándose cosas importantes así como así, y nadie diga nada. Un día de estos me desaparecen las latas de duraznos en almíbar y me suicido. Menos mal que estos locos de Coca-Cola revieron su decisión de suprimir las botellas de vidrio, porque se pudría todo. ¿Se acuerdan que algunos años faltó? Todo plástico nomás. Y aunque las lenguas asquerosas esas me quieran hacer creer lo contrario, yo les digo que el gusto no es el mismo. La Coca-Cola en vidrio es más rica que la otra en plástico. Y punto.

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.....¡Las palmetas mata moscas! ¡Pahhh!! ¿Cómo puede haber salido de circulación un elemento tan preciso y efectivo en la eliminación de los bichos molestos esos? Ahora están las tabletas esas y las moscas se cagan de la risa, de vos y de las tabletas. Engordan yo creo. En cambio con el otro sistema era mucho mejor. No solo para la mosca, que quedaba bien muertita y no sufría nada, sino también para el matador, que hacía bruto ejercicio y de paso afinaba los reflejos. Mi abuelo recuerdo que era experto en matar moscas contra la pared, sin dejar ninguna manchita producto del homicidio. Le daba medio como de chanflee y la tipa quedaba reventada pero por dentro nomás, ya que por fuera quedaba sanita. Un crá mi abuelo.

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.....Bueno, volviendo al tema del Jugolín, una lástima ché. Voy a tener que entrarle al CLIGHT, que además es Light no necesita azúcar. ¿Qué le vamos a hacer?

lunes, 6 de octubre de 2008

ÁNGEL - HOY PASÓ LA MUERTE A SALUDARME

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Como todos los días, iba rumbo a la parada del ómnibus que me llevaría al trabajo. El sol brillaba a pleno y el azul del cielo estaba más azul que nunca. En ese breve trayecto me crucé con las mismas caras que me cruzo cada mañana a la misma hora. Todo sucedía aburrida y previsiblemente igual. Todo igual. A no ser por la muerte que escondida tras un auto a toda velocidad y sin control, venía en mi búsqueda. Sucedió en fracciones de segundo. Giré la cabeza al llegar a la esquina y el vehículo venía directo hacia mí. Era ya demasiado tarde para intentar eludirlo. Sin poder moverme y mirando fijo a los ojos de aquel hombre que se había puesto por un momento mi destino en sus hombros, me resigné a morir.
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Sentí el sol ocultarse de pronto y el tiempo detenerse. Sentí sobre mis párpados la lenta pesadez de esa última mirada. Pero por sobre todas las cosas, sentí lástima. Lástima de mí, por no tener ya más tiempo para ser ni para hacer. Por no tener más tiempo para ir una vez más a la rambla a tomar mate y ver el atardecer. Para hacer una última llamada telefónica a mi madre. Para darle un último abrazo a mi padre. O para darle un último beso a mi hija y recordarle lo mucho que la quiero. Mi alma lloró en silencio con lágrimas de angustia y mi corazón se puso a recordar. Mis 34 años, uno tras otro, asistieron presurosos a ese último momento en forma de película. La cinta pasó a velocidad de vértigo pero yo sentí hasta el último detalle. Personas, lugares, momentos, olores y sabores confluyeron en forma de cóctel divino a esa última función. Luego la lástima y la angustia se transformaron en paz y tranquilidad. Ya no tenía de qué preocuparme. Ya no tenía nada. Luego, el silencio.
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El silencio roto en mil pedazos por la imponente colisión de chapas y de vidrios rotos. La muerte me soltó de golpe y pude ver como ese taxi que apareció por la calle perpendicular, golpeó con fuerza el costado del auto que venía hacia mí, y lo desvió de su camino.
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Ambos vehículos quedaron bastante maltrechos, aunque sus conductores solo sufrieron heridas leves. Una vez que salí del shock me acerqué al hombre que sin querer me había salvado la vida y le pregunté su nombre. “Ángel”-me dijo. “Me llamo Ángel”. Y por primera vez en la vida dí gracias a Dios.

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viernes, 3 de octubre de 2008

ROXETTE

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Teníamos dieciséis. Conseguimos plata prestada para las entradas, el pasaje, y poco más. En realidad, la idea que teníamos con mi amigo Antonio era ir “a dedo” y no gastar un peso de aquel dinero en transporte. Nuestra intención era dedicarlo a comprar algún souvenir como recuerdo de nuestro primer viaje a Montevideo, o de última, comida. Siguiendo estos lineamientos, pusimos pie en ruta a eso de las 5 de la mañana y nos parapetamos firmes como soldados, cerca de la estación de servicio, a la salida del pueblo.

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Recién estaba aclarando y como es lógico, a esa hora el tráfico no era muy fluido que digamos. Una entusiasmada charla y la excitación natural de aquel primer viaje fuera de las fronteras del departamento, y nada menos que a ver un recital en el estadio Centenario, hizo que la hora se nos pasara volando. Cuando quisimos ver, ya eran las seis. Una horita completa, y ni siquiera le habíamos hecho seña a un vehículo, por la sencilla razón de que ninguno había pasado. Luego de una breve deliberación, hablamos con un par de camioneros que estaban parados en la estación haciendo sus chequeos de rutina, pero resulta que iban para el lado contrario. La cosa fue, que viendo que la mañana se presentaba tranquila de más en lo que a movimiento vehicular se refería, decidimos alejarnos un poco del pueblo, movidos fundamentalmente por dos consignas. La primera, para no vernos tentados a volver al centro a tomarnos un ómnibus. Y la otra, porque nuestros inocentes cerebritos de la época pensaron que al estar más alejados de la zona urbana digamos, cualquier conductor que pasara se iba a apiadar de nosotros y nos iba a levantar. Decidido esto, entramos a caminar pueblo afuera.

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Se ve que una cualidad que aún en la actualidad nos caracteriza, la indecisión, ya nos acompañaba en aquella época. Digo esto, porque pasaban los kilómetros y no encontrábamos ningún lugar adecuado para detenernos a hacer dedo. Éste no porque está muy desolado, éste no porque hay muchas casas, éste tampoco porque no tiene sombra, etc. Nada nos venía bien y nuestros pies comenzaron a desesperarse, más que nada por la indecisión de sus dueños. Habíamos andado diez kilómetros y pico cuando allá a las cansadas, luego de encontrar un sitio que tenía los requisitos mínimos para tan delicada tarea, nos sentamos sobre las mochilas, a esperar un alma piadosa que se dignara al menos a detenerse.

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Al fin, el tránsito comenzó a ser más fluido. Lamentablemente, también lo empezaron a ser los rayos del sol, que poco a poco comenzaron a hacerse sentir sobre nuestras jóvenes epidermis. Al principio, convenimos en que solo le íbamos a hacer dedo a autos nuevos, cosa de estar en Montevideo rápido y confortablemente. Pero con el paso de las horas, empezamos a tratar de detener cualquier cosa que tuviera ruedas, carros inclusive. Nadie nos levantaba. Es más, ni siquiera parecían vernos. Allá como a las nueve de la mañana nos levantó lo que quedaba de un pequeño camión Ford modelo 51, que amablemente se ofreció a acercarnos unos treinta kilómetros, hasta la seccional policial más próxima, donde según él, sería más fácil que alguien nos recogiera. Mató. Y así lo hizo. Por el momento la cosa venía así; diez kilómetros caminando y treinta en camión. Nos restaban solo ciento cuarenta y ocho. Genial. Una vez nuevamente en la ruta, nuestro objetivo cambió. Ya no queríamos llegar a Montevideo de un tirón, sino que nos conformábamos con llegar a San José –que estaba bastante antes- y de ahí nos tomaríamos un ómnibus.

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La cosa es que ese tramo de apenas cincuenta kilómetros hasta San José no resultó para nada sencillo. Camiones, camionetas, autos, moto, cachilas y hasta bicicletas pasaron ufanamente, sin hacer el más mínimo caso a nuestras súplicas de aventamiento. Allá cuando Dios quiso se detuvo una camioneta Chevrolet –de las primeras en su especie por supuesto- y aceptó llevarnos en la caja, hasta la entrada de la antes mencionada ciudad. Ahí, entre un par de gallinas ponedoras y unos cuántos quesos semiduros, llegamos al fin, a eso de la una de la tarde, a nuestra primera escala. Cansados, malhumorados y hambrientos, llegamos caminando hasta la agencia, en donde sin pensarlo dos veces, dijimos a coro: -“Dos pasajes a Montevideo, por favor”. Igual no fue instantánea la cuestión. El próximo coche hacia Montevideo pasaba a eso de las cuatro de la tarde, o sea que teníamos como tres horas de espera. A esperar pues.

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Llegamos a Montevideo ya de tardecita y con el sol medio alicaído. Fuimos caminando, siguiendo un mapa casero, hasta la casa de una tía de mi amigo, y ahí nos atrincheramos con el firme propósito de pasar la noche. Luego de engullir con ahínco y dedicación un apetitoso guiso de arroz y mirar el video “Queen live in Wimbledon” con indiscimulable displicencia, nos fuimos a acostar. Demás está decir que caímos en la cama poco menos que desmayados. De ese día no recuerdo más nada. Al otro nos esperaba una nutrida agenda.

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Un filoso rayo de sol se me clavó en el ojo derecho cuando lo entreabrí para tratar de adivinar la hora y no tuve más remedio que levantarme. Eran ya las once de la mañana. Desayunamos, juntamos nuestros petates, y salimos con nuevos bríos a la calle. Mi amigo tenía que comprar unos repuestos para su padre –en realidad, para un auto que estaba arreglando su padre- luego teníamos que ir a sacar las entradas, a la feria a conseguir algunos libros y un disco de Larralde para la madre, y algunas cosas más. Todo eso sin contar la conferencia de prensa que se iba a realizar en un hotel céntrico y para la cual, según Antoñito, teníamos invitaciones. Es más, también se supone que habíamos arreglado para entregarle en mano al mismísimo dúo, un presente recordatorio de nuestro terruño. En este punto y para no aburrir, hago un resumen de las próximas horas. Caminamos como putos y nunca encontramos el lugar cierto de la conferencia de prensa. Parece que lo cambiaron a último momento y nadie se dignó a avisarnos. ¿Cómo puede ser? Entre que no conocíamos un carajo Montevideo, que andábamos a pie, y que no existían los teléfonos celulares, seguro que aunque nos hubieran avisado, no llegábamos a tiempo así fuera en el living de la casa de la tía de mi amigo. La cosa fue que no los pudimos ver antes del show, y nos tuvimos que meter nuevamente el regalo en el bolso. A todo esto, eran ya algo así como las seis de la tarde y las puertas del estadio se abrían a las siete. Así que sin más vueltas, apuntamos los Pampero directo al Parque Batlle y arrancamos.

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Ya en el estadio, en lugar de entrar como Dios manda por la puerta correspondiente y esperar tranquilitos el comienzo del show, tuvimos la brillante idea de apropincuarnos en los portones traseros, con la boluda intención de verlos entrar. ¿Para que mierda?, me pregunto ahora. La cosa es que, quince minutos antes de la hora pactada, los tipos entraron a todo vapor en unos autos con vidrios negros en que no se les veía ni el pelo. No alcanzamos a sacarle una foto, ni al auto siguiera. Flor de pelotudos (nosotros claro). Una vez degustado ese petit desfile de autos caros, arrancamos, ahora sí, hacia el interior del estadio, no fuera cosa que con la saladura que andábamos, encima nos dejaran afuera. Llegamos justo con los primeros acordes, pero llegamos. El espectáculo, sin contar que la Mary Friedickson andaba media afónica, estuvo bueno.

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Esa noche le volvimos a invadir la casa a la tía, y al otro día (domingo), emprendimos la retirada. Porfiados como pocos, quisimos probar si nuestra suerte había cambiado y decidimos intentar volver “a dedo”. Como se imaginarán, fue una pésima idea. Como dos horas estuvimos parados luego del puente Santa Lucía con un cartelito escrito con lapicera que decía “Trinidad”, y al cual había que tenerlo más o menos a veinte centímetros, para poder leerlo. Dos horas y nadie nos daba bola. Como era de esperarse, el clima comenzó a ponerse en nuestra contra, con unos nubarrones negros que amenazaban poco menos que con destruir el mundo. Con las primeras gotas, un señor no muy simpático pero bien intencionado nos levantó, y nos arrimó hasta San José. Al llegar, El Barba había abierto la canilla de una manera que costaba creerlo. Lluvia, de las buenas. Con este panorama, ni pensar en tratar de hacer dedo el último tramo del viaje. Teníamos sí o sí, que tomar un ómnibus. Vaciamos los bolsillos y conseguimos la plata justa para dos pasajes. Ni un peso extra para un refuerzo de mortadela. Caminamos bajo esa réplica exacta del diluvio universal desde el centro de la ciudad hasta la ruta –que era por donde teníamos que atajar el coche- y llegamos en estado semilíquido, en el momento exacto en el que el tipo llegaba a la parada. Ahí tuvimos suerte. La única vez, por cierto. Ya dentro del ómnibus, respiramos aliviados. No teníamos un mango, pero al menos sabíamos que en una hora y media, íbamos a esta en nuestras casas.

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¿Qué me quedó de este viaje? Bueno, una buena mojadura con su correspondiente y posterior gripe. Media docena de callos en las patas (en cada una), y dos pares de medias agujereadas. Un cansancio majestuoso. Una economía totalmente resquebrajada. Un particular odio por la gente que anda en vehículo cuando yo camino. Un asco permanente por el queso semiduro. Pero además, y por sobre todas las cosas, una enriquecedora y maravillosa sensación de libertad y autosuficiencia. Creo que comenzamos ahí a sentir que ya teníamos edad para hacer cosas importantes por nuestra cuenta. Hacerlas mal, por supuesto, pero al menos eran nuestras las malas decisiones. Y eso, nos hacía sentir mas grandes, capaces y poderosos de lo que en realidad éramos. Todo esto, gracias a Roxette. Si alguien los ve, háganselo saber. Y ya de paso, mándenlos a la mierda.