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domingo, 30 de mayo de 2010

URUGUAY CAMPEÓN DEL MUNDO 2010

Por Hernán Barrios


El otro día miraba en una señal internacional de cable un programa especial sobre el mundial de SUDAFRICA 2010. En él se analizaban las posibilidades de las distintas selecciones que van a participar del mismo, y se realizaban entrevistas a algunos técnicos y jugadores destacados. Fue escuchando las respuestas de estas personas ante una pregunta puntual hecha por el equipo de producción del programa, que me di cuenta de por qué Uruguay luego de 1950, no ha estado más en las instancias finales de la copa del mundo.


La pregunta se la hicieron a los técnicos y a varios jugadores de las selecciones de BRASIL, ESPAÑA y ARGENTINA, y era la siguiente:


¿A qué puesto aspiran llegar en SUDAFRICA 2010?


La respuesta de todos y cada uno de los entrevistados –repito: técnicos y jugadores- fue exactamente la misma: “A ser campeones del mundo”.





Quedé masticando este episodio por un rato, y al día siguiente decidí hacer un pequeño experimento casero. Le efectué esa misma pregunta no a los jugadores, sino a varios de mis compañeros de trabajo. Las respuestas fueron variadas, pero en líneas generales tenían este tono:



A) Si pasamos la primera fase estoy contento”.


B) Yo creo que podemos llegar a los octavos”.



Una de las más positivas fue:


C) Yo me tengo fe para llegar a los cuartos”.



Luego de estas respuestas, las cuales por alguna razón intuía, tuve al fin la respuesta definitiva al planteo del principio.



URUGUAY NO HA SIDO NUNCA MÁS CAMPEÓN DEL MUNDO,

POR CULPA DE SU CABEZA




Está más que claro que los cuadros que van pensando en ganar el campeonato, son los que lo definen. El resto, como nosotros, que vamos a ver hasta donde podemos llegar, ocupamos posiciones más o menos rezagadas, dependiendo pura y exclusivamente del factor suerte.


Estoy absolutamente convencido de que el estado psicológico de los jugadores influye bastante más de lo que la gente cree en el resultado de los partidos de fútbol. En realidad, está comprobado hasta científicamente, que la posición emocional de una persona a la hora de realizar cualquier actividad, es especialmente trascendente en su desempeño, y por ende también lo es en el resultado final de dicha actividad. Es justamente en este punto en donde Uruguay está flaqueando desde hace mucho tiempo.


Creo que nadie puede decir que nuestro país no llega a definir cosas importantes en la cuestión futbolística, por una baja calidad profesional en los componentes de su plantel, ya que es por todos sabido que la mayoría de los hombres que integran nuestra selección, juegan en ligas importantes del mundo. Tampoco se puede culpar de nuestro fracaso a la cuestión física, porque en ese sentido los jugadores cuentan con la mejor infraestructura y los mejores profesionales en la materia, como para estar a la altura de las circunstancias, y no quedar en inferioridad de condiciones con respecto a otros países. El tiempo de preparación del plantel es el mismo que tienen todas las selecciones del mundo antes de disputar un campeonato de estas características. Por otro lado, una diferencia que se me ocurre podría dar ventaja a algunos países europeos sobre otros, sería el hecho de que en algunos de ellos, como España o Italia, hay muchos jugadores que ya se conocen y juegan juntos en sus respectivos equipos, acortando con esto sensiblemente el tiempo necesario para lograr buena fluidez de juego luego, en sus respectivas selecciones. Pero la realidad muestra que países que no cuentan con esta aparente ventaja, como Argentina o Brasil, de igual manera siempre están disputando los primeros puestos del campeonato, lo que me lleva a creer entonces que este factor no es en definitiva tan importante como parece.


Después de este escueto y elemental análisis, y no encontrando en él elemento alguno que me lleve a concluir que nuestro seleccionado tiene menos posibilidades que otros para alcanzar el máximo galardón futbolístico, vuelvo entonces a la teoría del principio. Lo que nos falla a nosotros (cuando digo nosotros está claro que me refiero a los jugadores de nuestra selección), es la CONFIANZA EN NOSOTROS MISMOS Y EN NUESTRAS POSIBILIDADES. Y esto no solo lo digo yo, sino que queda de manifiesto en las declaraciones de los mismos jugadores. A ninguno de ellos he escuchado decir que va a la copa del mundo pensando en ganarla, sino que todos van a “tratar de hacer el mejor papel y a dejar lo más alto posible al país”. A mi me parece que con este concepto como meta, nunca vamos a llegar al máximo escalón, porque siempre nos vamos a sentir satisfechos con haber llegado lo más alto posible. Esto queda más que claro en el siguiente ejemplo: si le preguntamos a un brasilero que opina si su selección queda en el tercer puesto del campeonato mundial, va a decir seguro que es un rotundo fracaso, y va a estar triste. Si le preguntamos a un uruguayo, no solo lo firma ya, sino que va a estar loco de la vida. Gran diferencia.


Además de esto, pero en relación directa con el tema de la confianza en ellos mismos como jugadores y a su vez colectivamente como equipo, estoy aburrido de ver que muchas veces el equipo Uruguayo entra a la cancha a jugar con ciertos equipos, sintiendo en sus fibras más íntimas que si empata, o incluso hasta pierde, está bien igual. Los llamados partidos perdibles. Nadie se va a enojar y por ende ellos como jugadores no se van a sentir tan mal, porque el rival era uno de esos contra los cuales era previsible perder. Entonces, siguiendo esta línea de razonamiento, jamás vamos a poder ganar nuevamente un campeonato del mundo. El campeón del mundo no puede tener partidos perdibles. Creo yo que por el contrario, la mentalidad de un equipo ganador tiene que ser exactamente la opuesta: EN LA PREVIA TODO PARTIDO ES GANABLE. El trámite y las diferentes circunstancias del mismo darán luego el resultado final. Pero eso ya habrá que analizarlo desde otros puntos de vista. Lo que yo quiero decir con esto es que un equipo que quiera llegar a cosas importantes, jamás debe entrar a la cancha con un techo mental previo, porque es bastante probable que ese sea efectivamente a la postre su techo.


El tema de la presión psicológica es un factor que creo yo influye demasiado en el rendimiento individual y colectivo de nuestros jugadores. Más que en otros equipos, y esa considero que es una falencia que podría corregirse con un adecuado trabajo de motivación. Al igual que los músculos, la psiquis también es moldeable, corregible y por ende, mejorable. Prueba más que suficiente de esta influencia negativa de la presión, es el hecho de que en las eliminatorias para Sudáfrica 2010, nuestra selección ha desplegado mucho mejor fútbol en circunstancias que en la previa eran adversas (o sea que la presión para ganar era menor), que cuando eran favorables. Uruguay ganó, jugó mejor y sacó mejores resultados, ante los mismos rivales, en el exterior que en su propio estadio. Sino basta solo con recordar el partido que literalmente vapuleamos a Brasil en su casa, y al cual no le ganamos sencillamente porque no estábamos preparados mentalmente para hacerlo. Se podría decir que nuestro techo mental estaba más que alcanzado con un empate. Esto habla a las claras de que la presión ejercida por las circunstancias y la obligación de ganar, pone más nerviosos de lo que debería a nuestros jugadores, llevándolos a cometer errores fatales y a no desarrollar un juego colectivo de calidad. Un buen trabajo psicológico al respecto debería minimizar los efectos de esta presión. Opino que este tema no ha sido tenido en cuenta y trabajado en su real magnitud por las autoridades de la ASOCIACIÓN URUGUAYA DE FUTBOL. En algunos casos es el mismo preparador técnico de la selección el que gracias a su personalidad, además de cumplir una tarea de diseño técnico-táctico del equipo, hace las veces de motivador. Pero esto no ocurre siempre, y es obvio que actualmente no sucede con nuestra selección. El maestro TABAREZ, sin querer quitarle méritos como técnico de fútbol, lejos está de ser un motivador de grupo.



UN EQUIPO MENTALMENTE GANADOR


Un equipo mentalmente ganador es el que sale siempre a ganar los partidos, independientemente de las tácticas futbolísticas que use para ello. Puede ser incluso un equipo que por las características de su rival deba adoptar en la mayor parte del encuentro una estrategia defensiva, lo que no quita que tenga su cabeza puesta de todas formas en ganar el partido. Ser un equipo con mentalidad ganadora, no es tampoco ser un equipo caminase que solo piense en el arco rival sin medir las consecuencias de sus actos. La inteligencia para planificar cada partido individualmente es trabajo del técnico, y será él el responsable de combinar las piezas de una u otra manera, según el rival de turno. Se jugará a veces más y a veces menos ofensivamente. Lo que no puede cambiar ni disminuir un ápice jamás, es el objetivo final y la intención mental de los jugadores, que no puede ser otra que ganar el encuentro.


Al igual que todos los URUGUAYOS, más aún los que están desparramados por el mundo y de los cuales me consta que muchos leen estas páginas, tengo mucha ilusión depositada en nuestra selección. Pero además de ilusión tengo también mucha fe y confianza en los jugadores y en el equipo técnico que la forma. Por algún motivo tengo la íntima sensación de que este tema que desde mi humilde espacio he tratado de abordar, ya ha sido en parte tratado por gente que realmente sabe del mismo, y que algo se ha estado haciendo al respecto. Ojala sea así, para ésta y para todas las venideras generaciones de futbolistas que de aquí en más integren nuestro seleccionado.


Deseo realmente que así sea, porque considero que gran parte de las chances de que nuestro país vuelva a rayar a gran altura en una copa del mundo, dependen del trabajo que en este campo se realice.



¡¡ URUGUAY QUE NO NI NO !!









Y acá todos los goles de URUGUAY en las eliminatorias.




miércoles, 19 de mayo de 2010

DEL LADO EQUIVOCADO

Por Hernán Barrios


Después de algún tiempo de tranquilidad espiritual laboral, producto de aquella serie de denuncias que publiqué en este espacio bajo la etiqueta clorosis/cortitos y al pie, hoy he vuelto a montar en cólera.


Apelando como siempre a rescatar del olvido el casi perdido sentido común de las personas, en este caso mi queja tiene un origen posicional. Y la pregunta disparadora de este reclamo sería la siguiente: ¿Por qué razón la gran mayoría de las personas tienen una marcada tendencia natural a ir hacia donde no deben?


Si en un comercio hay un mostrador en el cual de un lado hay un vendedor, lo lógico sería que el cliente se parara exactamente del otro lado del mismo, o sea de frente al vendedor. Una para no invadir un espacio que no le corresponde, y otra por comodidad, para poder hablarle al vendedor de frente y mirándolo a la cara, y no tener que andar torciendo al cogote para el costado, a riesgo de agarrarse una tortícolis. ¿Estamos de acuerdo?


Bueno, en este caso al que hago referencia pasa generalmente lo contrario. El cliente pasa derechito y se para exactamente al costado del vendedor. Grafico a continuación.





Por si el dibujito no me quedó muy clarificante, explico. El círculo grande es el escritorio, y sobre él intenté graficar una computadora y su correspondiente teclado. Las dos rayas negras que están encima son dos sillas, y el punto rojo es el vendedor.


El AMABLE CLIENTE lo único que debe hacer, siguiendo la lógica y el sentido común del que hablé al principio, es entrar por la puerta (que en el gráfico estaría en la parte superior del mismo), caminar derechito hacia el escritorio, y sentarse (o quedarse parado igual) en los lugares asignados para tal fin. Pues no señor, el grueso del pelotón agarra derechito hacia el escritorio (hasta ahí bien), pero luego vira un cacho hacia la izquierda y se mete por el costado del mismo, hasta pararse junto al vendedor (tal como lo indica la flecha punteada). NO ENTIENDO.


¡Vamos a terminar con esa pavada señores! El día que necesite un ayudante para hacer mi trabajo, luego de hacer una cuidadosa selección entre la ansiosa y bien dispuesta clientela, lo haré parar junto a mí. Mientras esto no suceda, queda terminantemente prohibido ponerse del lado equivocado del mostrador.


Al próximo que cruce la línea divisoria le parto el teclado en la cabeza. Punto.



martes, 18 de mayo de 2010

BenX

Por Hernán Barrios





LA PELÍCULA


BenX se podría decir que además de ser una obra excelente, es una película bastante diferente a todas las que he visto. De una forma tan clara como intensa, toca al mismo tiempo dos temas por demás importantes; un tipo de autismo, que en una lectura rápida se podría decir que es el tema principal de la película, y estrechamente ligado a éste y como tema de fondo, esa cosa que nosotros consideramos objetiva, universal y hasta casi estática, llamada realidad.


La historia en sí cuenta la historia de Ben, un muchacho autista de 20 años que por su condición diferente, tiene serios problemas de integración e interacción con el resto de la sociedad. Este problema queda principalmente de manifiesto en el centro de estudios al que concurre, donde a pesar del esfuerzo de sus profesores por protegerlo, igualmente es punto de burlas de la mayoría de sus compañeros; burlas que en algunos momentos llegan incluso a extremos brutales. La vida de Ben transcurre con mucha dificultad entre su casa y el colegio, aunque es en la primera, especialmente en su cuarto y con su computadora, donde él puede ser realmente auténtico, y por ende alcanzar un estado parecido a la felicidad. La verdadera libertad de acción, Ben la encuentra en un juego on-line que juega todas las mañanas, y en el que encarna el papel de un valiente superhéroe. En dicho juego ha llegado a los niveles más altos, despertando la admiración de sus compañeros virtuales, y muy especialmente la de una heroína con la que parece estarse gestando una especie de romance, también virtual.


Pasan cosas en la vida de Ben que lo llevan a un desenlace poco obvio, y por ende nada fácil de adivinar. Es éste un buen punto a favor de la película. Pero dejo por acá el relato de la historia para no contar más de lo debido. Quiero destacar sí como punto descollante, la excelente actuación de su protagonista, Greg Timmermans, quién logró, desde mi punto de vista, una excelente interpretación de una persona con el síndrome de Asperger, actuación que denota un trabajo y estudio previo importante sobre las características de esta enfermedad. A su vez vale destacar también el trabajo del director Nic Balthazar y todo el equipo técnico y profesional que lo secunda, los cuales mediante acertadas tomas, juegos de cámaras (muchos primerísimos primeros planos), y un interesante trabajo de post producción que agrega a las tomas reales, imágenes propias del juego de computadora que Ben juega en su cuarto, logró cuidar, apañar y potenciar, la actuación del protagonista.



REFLEXIÓN


Esta película es de esas que más allá de hacernos sentir un abanico importante de sensaciones mientras la vemos, cuando termina nos deja sobre algunos temas, mentalmente posicionados en un lugar diferente al que estábamos antes. Eso, además de dejarnos enseñanzas concretas sobre algún tema en particular; en este caso sobre el autismo.


En cuanto al primer punto de mi reflexión, les cuento que me dejó pensando largamente sobre la visión que tenemos la mayoría de las personas, acerca de la realidad en la que nos manejamos, y de cómo tenemos tendencia a no aceptar e incluso rechazar, la factibilidad de que otra forma de verla pueda ser posible. Según estudios científicos, nosotros los “normales”, tenemos tendencia a ver las cosas que nos rodean en conjunto y asociadas a un contexto determinado. En cambio las personas aquejadas por esta enfermedad (confieso que ya hasta me cuesta denominarla así), fijan su atención en las cosas puntuales, disociadas de su derredor, y especialmente en los detalles de las mismas. Una frase bastante común reza que nosotros somos capaces de ver el bosque antes que el árbol, mientras que en los autistas ocurre exactamente lo inverso. Esta visión diferente de la realidad que los rodea, es la que los lleva también a interactuar de diferente manera el mundo, interacción que a nosotros nos resulta extraña y por ende tendemos a rechazarla.


He aquí las preguntas que me quedaron dando vueltas en la cabeza luego de ver esta hermosa película. ¿Por qué razón tenemos la mala costumbre de rechazar automáticamente casi todo lo que no sigue las reglas generales? ¿Por qué somos tan obstinados de pensar que lo general es lo correcto y lo diferente lo equivocado? No tiene lógica. ¿Por qué razón tenemos la mente tan cerrada como para no ser capaces de al menos tratar de imaginar, que nuestra forma de ver las cosas no tiene por qué ser la única, y mucho menos la correcta? Estas son preguntas generales que van más allá del contexto de la película en cuestión, y que se pueden aplicar a cualquier orden de la vida, pero creo yo que es justamente en este punto donde estriba la real importancia de la misma.


Siguiendo esta línea de razonamiento, bien podría ser que nuestra forma de ver el mundo, casi distraídamente, es la que nos hace tan mediocres y poco evolucionados en la mayoría de los cuestiones humanas. Quizás sea justamente esta visión superficial de las cosas la que no nos permite especializarnos en temas puntuales, y avanzar más aprisa como especie. ¿Qué tal si fueran justamente estas minorías diferentes las que están en lo correcto, y nosotros los que desde siempre hemos estado equivocando el rumbo? Bien podría ser, ¿no?


No sé si encontraré respuesta a estas preguntas en un corto plazo, seguramente no, pero sinceramente creo que el ejercicio mental en sí ya vale la pena. Les dejo estas interrogantes por si quieren ayudarme a pensar, y la invitación a disfrutar de esta película que si bien no es nueva, sí es muy actual.






domingo, 16 de mayo de 2010

HIJOS DE LA CALLE

Por Hernán Barrios


ENTREVISTA CON UN ADICTO A LA PASTA BASE



Me encontré con Yonatan (así me dijo él que se escribía, cuando en un momento de la charla lo consulté al respecto) en la esquina de la Intendencia, el sábado a las 3 de la tarde. Llegué algunos minutos antes de lo convenido, y ya me estaba esperando sentado en el piso, junto al muro que da a la calle Santiago de Chile. No lo conocía personalmente, y había concertado la entrevista por intermedio de su hermana, quien dejó un comentario en el artículo Pasta Base: BERACA, haciendo referencia a su situación. Sabía que tenía dieciocho años recién cumplidos, y que desde hacía dos estaba teniendo problemas con las drogas. Sabía eso y poco más. Mi interés por hablar con Yonatan, no era otro que el de poder recoger un testimonio directo de alguien que convive con este cóctel mortal drogas y pobreza, a fin de poder entender mejor el tema, y luego compartir con ustedes, algunas reflexiones sobre el mismo.



EL ENCUENTRO


Un jean viejo y rotoso, una camiseta amarilla en las mismas condiciones, una camperita polar negra bastante sucia y desteñida con capucha, además de una gorra de visera Nike y alpargatas, era la vestimenta de mi entrevistado en el momento del encuentro. Me acerqué decidido, me presenté, y le extendí la mano. La suya, temblorosa y fría denotaba nerviosismo, y su cara chupada, demacrada, y parcialmente escondida entre la visera y el humo del cigarro que pendía de sus labios morados, desconfianza. Le expliqué quién era yo y por qué quería hablar con él, para después invitarlo a tomar un café en La Pasiva de 18 y Ejido. Hacia allá fuimos.


Nos sentamos en una mesa interna alejada de las ventanas, bajo la mirada desconfiada de los mozos. Pedimos lo mismo; café con leche y medialunas. Mi invitado comía con voracidad, por lo que la charla no fue al principio demasiado fluida. Una vez que casi hubo terminado, comencé a hacer preguntas.


En algo así como una hora y cuarto de charla, me enteré de unas cuántas cosas de la vida de Yonatan. Supe por ejemplo que había vivido toda su vida en el barrio Borro, en una precaria vivienda de chapa y madera hecha por su madre y su abuelo, el padre de ésta. Que su papá se había ido de su casa cuando el tenía 5 años y que nunca más lo había vuelto a ver. Que eran cinco hermanos y que él era el segundo. Que había asistido hasta tercero de escuela. Que había fumado su primer cigarrillo a los 12 años, y que había probado la droga a los 15. Hasta me dio una noticia que todavía no sabían en su casa, y era que su novia de 15 años, con la que estaba saliendo hacía tres meses, estaba embarazada. Completito.


Al preguntarle sobre cuáles eran sus expectativas para el futuro, me dijo algo que me dejó pensando: “Yo quiero tener una vida normal nomás”. Al preguntarle más en detalle sobre a qué llamaba él una vida normal, me contestó que le gustaría tener un trabajo para poder comprar cosas; que le gustaría tener una moto grande para poder recorrer toda América; que le gustaría comprarle una casa nueva a su madre; y que cuando sea un poco más grande quiere tener una familia con dos hijos y un perro policía. Otra cosa que me llamó la atención fue que me dijo que nunca había ido al cine. Le pregunté por qué, y me contestó que cuando era chico su mamá no tenía plata para eso, y que después que fue más grande, la plata que esporádicamente conseguía, se la gastaba en otras cosas. Esas otras cosas eran, en los últimos tiempos, droga. Y un poco antes, cigarrillos, alcohol, celulares, CDS, etc. Obviamente las prioridades de Yonatan no son como las mías o las tuyas, estimado lector.


Con respecto al tema PASTA BASE en sí, me contó que la primera vez que la probó fue en una placita cercana a su casa, en donde los había reunido (a él y a tres chicos más), un hombre conocido del barrio, con la excusa de ofrecerles un negocio. Les habló de una supuesta venta de algo, y al final de la charla, y como para celebrar el negocio concretado, los había invitado con una lágrima a cada uno. A los dos días fue con dos de los tres chicos, a la casa de este hombre, a comprarles una más. Después de esa, no pudo parar. Tenía 16 años recién cumplidos.


Es una sensación que te vuela la cabeza”- me dijo, al preguntarle sobre lo que se sentía al fumar pasta base. “Te sentís re bien y parece que el corazón se te sale para afuera”- agregó luego. Aunque también me contó que el efecto se pasa muy rápido, digamos que dura unos pocos minutos, y que luego te queda una sensación de tristeza y vacío que es horrible. “Sentís que no servís para nada y que estás solo en el mundo, y lo único que se te ocurre es conseguir plata para comprar otra dosis”- terminó diciendo. Es un círculo de nunca acabar, como toda droga, pero en este caso potenciado a su extremo en el daño que causa. Me dio mucha tristeza escucharlo decir que él estaba todo el tiempo conciente del daño que se hacía a sí mismo, a su familia y a todos sus allegados, pero que llegado el momento, la adicción era más fuerte que él. Sabía perfectamente todo eso, pero cuando su cuerpo necesitaba drogarse, no podía detenerlo. Era como que la droga (en este caso la falta de), se apoderaba del mismo y de su mente, y lo llevaba a hacer cualquier cosa para conseguirla. “Es algo que te empuja, o más bien que te cincha”- me dijo.


Le pregunté sobre qué cosas había hecho para conseguir pasta base; se quedó mirando al piso como no queriendo responder a esa pregunta y me dio la sensación de que había un poco de vergüenza en su cara. Al insistirle un poco, me dijo que generalmente le sacaba plata a su mamá, aunque también le había pedido a su novia. Y que alguna vez había vendido alguna cosa de su casa (cosas suyas me dijo), para conseguir droga. Intuyo que lo que me contó en este punto fue solo la punta del iceberg, así que dejo librado a la imaginación del lector, la completa visión del mismo. Ya casi al final de la charla, y cuando observé que sus ojos habían comenzado a inquietarse aún más, y su mirada ya pasaba de mi persona y estaba casi todo el tiempo en la puerta de salida, le pregunté si le gustaría poder dejar de drogarse. Su respuesta fue tan rápida como contundente y la transcribo textual: “Más bien”. “Si yo sé que es una porquería que me tiene atado”- me dijo después. Y le creí.


Y hasta me parece entenderlo, a Yonatan y a todas las personas que de alguna manera están atrapados entre los barrotes de alguna sustancia adictiva. Pasta base, cocaína, marihuana, alcohol, cigarrillo, juego, Coca-Cola, comida o alfajores de chocolate. Aunque con diferentes efectos, todas estas sustancias y otras, crean una dependencia, y esa dependencia le resta, en mayor o menor medida pero indefectiblemente, espacio a la libertad del ser humano.



CONCLUSIÓN


Luego de la charla con Yonatan, lo que me sucedió en realidad fue que pude reafirmar algunos conceptos que ya tenía, pero basados en la teoría de otros.


El primero de ellos, es el concepto de que la adicción a la pasta base es una enfermedad que debe ser tratada como tal, si queremos avanzar socialmente y en algún momento solucionar, o al menos minimizar, este flagelo. Magros resultados vamos a obtener (y a la vista está), si la seguimos asociando a la cuestión delictiva y actuando en consecuencia. Está claro que el delito es consecuencia de la adicción y no al revés, por lo tanto lo lógico es atacar la causa si queremos sofocar el efecto. Los establecimientos de reclusión se llenan de jóvenes que han delinquido para poder drogarse, y ahí lo único que hacen es, además de continuar con su adicción, perfeccionarse en el arte de la delincuencia. Y al recuperar la libertad, que en la mayoría de los casos es en un plazo bastante corto de tiempo, ya sea por ser menor, porque el delito no admite mucha condena, o sencillamente porque hay que dejar espacio para otros, van derecho a hacer lo que hacían antes, tratar de conseguir droga a como de lugar. Yo creo que lo que hay que construir en lugar de tantas cárceles, son establecimientos especializados y destinados a la cura de personas con adicción a la pasta base. Así de sencillo. Llámense hospitales, clínicas especializadas o chacras de desintoxicación. No importa el nombre que les pongamos; lo que importa es que la tarea de estos sitios no sea la de hacer pagar una condena, sino la de curar a una persona de una enfermedad particular, tan destructiva sino más, que el cáncer. Pensemos que éste último solo mata a la persona que lo posee y muere con ella; en cambio la pasta base además de matar a su adicto, genera daños irreparables en todo su entorno, a veces incluyendo la muerte de personas que nada tienen que ver con el enfermo. Para el cáncer se destinan muchos recursos y está bien que así sea; para la pasta base casi nada.


Concomitantemente con esto, también digo y repito (ya que lo he mencionado en otro artículo de este mismo blog), que al ser la pasta base una enfermedad que atañe no solo a la persona que la padece, sino también a un círculo indeterminado de gente, el adicto debe ser obligado a tratarse. Así, sin vueltas. En este punto considero que uno de los derechos humanos principales que es la libertad, debe quedar supeditado al bienestar del resto de la sociedad. Y es aquí en donde la clase política debe legislar al respecto. En realidad creo que solo se trata de aplicar con criterio las normativas ya vigentes, pero como parece que los defensores a ultranza de lo derechos humanos ponen palos en la rueda, quizás lo ideal sería hacer una reforma constitucional para ésta enfermedad en particular. No puedo entender ¿por qué razón si una persona que padece una enfermedad infecto-contagiosa de cualquier tipo, es obligada a mantenerse en cuarentena (esto es alejada del resto de las personas) hasta que su cuadro haya desaparecido, con el fin de proteger al resto de la sociedad, no podemos hacer lo mismo con un adicto a la pasta base? Y al enfermo que es puesto en cuarentena no se le pregunta si quiere quedarse en el hospital. Se tiene que quedar o quedar. Aquí se podría alegar también que se está violando entonces el libre derecho a la circulación y a la libertad del ser humano y bla bla bla. Bueno, con el tema de un adicto a la pasta base es todo una transa legal impresionante que hasta ahora no tiene solución. ¿Será porque la pasta base no es contagiosa? No será contagiosa pero mata personas generalmente de forma violenta. No será contagiosa pero deja familias desmembradas. No será contagiosa pero deja jóvenes inútiles e improductivos a la sociedad. No será contagiosa pero el enfermo induce a otras personas a drogarse. No será contagiosa pero hoy en día es uno de los principales disparadores de esta ola de violencia, delincuencia e inseguridad de la que la sociedad (yo incluido) tanto nos quejamos. Estoy seguro de que detrás de todo esto hay intereses económicos muy importantes que están luchando a capa y espada por la inacción de las autoridades, pero que la CLASE POLÍTICA TIENE UNA DEUDA IMPORTANTE CON TODOS NOSOTROS por este tema, no es ninguna novedad. Vamos, que el narcotráfico ni es culpa de la sociedad, ni es ésta la que se beneficia con él. Son los grandes centros económicos de poder que han hecho de éste un suculento negocio que les permite a unas poquísimas personas, además de hacerse millonarias algo aún más importante, controlar a las masas, y dirigir mentes y cuerpos a placer. Pero esto si bien es harina del mismo costal, no voy a profundizar en el tema.


Y como este artículo ya está fuera de los estándares de tamaño adecuados para este tipo de publicación, voy a hacer referencia solamente a un último punto que me parece importante, y que va dirigido no a las autoridades, sino al resto de la sociedad.


Yo creo que cada uno de nosotros tenemos que desprendernos de fanatismos, preconceptos o rencores, y entender de una vez por todas que las personas adictas a cualquier sustancia, pero especialmente a la pasta base, SON VÍCTIMAS Y NO VICTIMARIOS. Lo deja claro Yonatan cuando dice que él no quiere estar preso de la pasta base; o cuando dice que quiere tener un trabajo normal, algo que para nosotros los no adictos es casi una obviedad; o cuando expresa su deseo de algún día tener una familia con perro y todo. Yo pude ver detrás de la máscara de la adicción de Yonatan, una persona con deseos y sueños que muy tímidamente pedía a gritos por ayuda. Y me juego entero a que este patrón se repite en todas y cada una de las personas que han caído bajo las garras de esta droga. Yo sé que muchos tendrán ganas de gritarme a la cara en este punto más o menos lo siguiente: “Ahora puede ser que sean víctimas de una droga potente, pero son culpables de haberla probado por primera vez”. Y a estas personas yo les voy a contestar que en parte tienen razón. Es como aquel adolescente que prueba un cigarrillo por primera vez solo para ver qué gusto tiene, o para alardear frente a sus iguales. Es culpable, estoy de acuerdo. Pero hay dos cosas importantes a tener en cuenta en esta complicada madeja de hechos. Primero, la vulnerabilidad de las personas que son blancos de ataque de los hijos de puta que lucran con esta droga. Si revisamos el historial de vida de Yonatan, el cual es muy parecido al de miles y miles de niños, adolescentes y jóvenes de nuestro país, nos daremos cuenta de que la vida no ha sido nada fácil para ellos desde el vamos. Sé que a muchas personas quizás no les sea demasiado fácil ponerse en el lugar de una persona que ha nacido y vivido en la pobreza extrema (reconozco que para mí tampoco es fácil), pero creo que merece la pena el esfuerzo mental, ya que solo así podremos ponernos en la piel de alguien para quién tener un plato caliente en la mesa en invierno no es habitual. O sentir lo que sienten estos chicos al tener que pasar toda su corta vida deseando cosas, o preguntándose por qué razón ellos no pueden tener lo que otros chicos si tienen. Y algunos somos tan hipócritas de decir a viva voz y con aire de sabelotodo; “les damos plata para que se compren comida y se la gastan en un celular de última generación”. Y si, se la gastan en un celular porque es lo que han deseado tener desde siempre, y cuando tienen la posibilidad no lo piensan dos veces. A veces me cuestiono por qué razón para tanta gente es tan difícil entender este punto, y realmente no encuentro una respuesta concreta. Pero volviendo al tema, el punto es que a las personas que no tienen nada o casi nada, y que tampoco tienen muchas expectativas de que sus condiciones de vida mejoren, es bien fácil convencerlas de que la droga es un camino rápido y efectivo hacia la felicidad. También es fácil porque son niños y jóvenes sin contención familiar, sin estudios, sin preparación académica de ningún tipo, y sin advertencia real sobre el peligro que conlleva embarcarse en este viaje. Es fácil. Créanme que es muy fácil.


Y segundo y no menos importante queridos lectores, es que de nada ayuda a resolver el problema que a todos nos atañe, el saber el grado de culpabilidad de las personas a la hora de adquirir la adicción. Lo realmente importante en términos prácticos, es el ahora. ¿Para qué nos vamos a enfrascar en una discusión recriminatoria del por qué estas personas le abrieron las puertas a esta droga, si con eso no vamos a resolver nada? Creo que podrá calmar nuestros deseos más banales de descarga emotiva, pero lo que realmente vamos a hacer es perder el tiempo. Tiempo que nos hace falta y mucho. Sé que lo que voy a decir es un tanto apocalíptico, pero lo digo porque realmente creo que es así. Creo que en este tema de la pasta base y el daño que le está haciendo a nuestro sociedad toda, estamos acercándonos peligrosamente a un punto de no retorno. Considero que si no actuamos con celeridad y eficacia, el problema en poco tiempo será tan grande, que no nos van a alcanzar los recursos para poder solucionarlo. Pasado este punto, sucumbiremos a la resignación de que esta droga se siga fagocitando a nuestros jóvenes, y nos acostumbraremos definitivamente a vivir las 24 horas entre rejas en nuestras casas, hasta que también éstas sean en algún momento violadas por alguna horda de adictos desesperados.


Creo que el momento es ahora. Las condiciones políticas del país, el gobierno, y la oposición parecen estar más o menos de acuerdo en ciertos puntos importantes que atañen a este flagelo. Cada vez más y más organizaciones sociales sin fines de lucro se están involucrando, y poniendo gente y recursos para echar una mano a este tema. Me parece sentir que la sociedad toda está dejando de lado viejos rencores que no construyen, para empezar a pensar en el hoy, y en cómo enmendar los errores del pasado. Por eso estimados amigos, yo aún soy optimista. Hoy creo que se puede torcer el cauce de este río que se nos ha ido a campo traviesa, y volverlo a su cauce natural. Yo creo que se puede, y también creo que si todos creemos lo mismo y actuamos en consecuencia, esta creencia se va a volver realidad.


Que así sea.



NOTA: La foto de portada es solo a título informativo y no se corresponde con la identidad del entrevistado.


martes, 11 de mayo de 2010

MUERTO DE RISA

Por Hernán Barrios


Esta historia me la contó una persona de mucha confianza, y realmente no tengo motivos para dudar de su veracidad.



Según cuentan se llamaba Larry Zhita, pero en el bar lo conocían como El Carca. Había nacido en Ucrania, aunque pasó toda su vida en Montevideo, ya que a los pocos meses de nacido sus padres se vinieron a vivir a Uruguay. Era grande en todo el sentido de la palabra; alto, ancho, gordo y profundo. Tenía 28 años, y no hacía absolutamente nada con su vida; nada, más que pasar sus días y noches en el bar de Braulio, comiendo y tomando cerveza hasta reventar.


Pero la principal característica de El Carca no era su increíble capacidad para ingerir litros y litros de alcohol sin derrumbarse, o de comer 4 porciones diarias de papas fritas con 6 huevos fritos sin pestañear (ni explotar); lo que lo hacía diferente era su risa. La risa de El Carca era distinta a la del resto de los mortales, por varios motivos. Primero, por el tono de la misma, el cual era extremadamente agudo, y le daba una consistencia tan latosa y chillona que realmente contrastaba con la gigantesca fuente emisora de su dueño. Segundo, por la desorbitante potencia, que aturdía a todo aquel que estuviera medio cerca. Tercero, por el bajo umbral que tenía para comenzar a reírse. Cualquier cosa le causaba risa; incluso cosas que a una persona normal apenas le dibujaban una mueca, a él lo hacían explotar en carcajadas. Y cuarto y principal, su duración. El Carca podía estar desde unos cuántos minutos hasta horas, riéndose sin parar de un mismo episodio.


Sus amigos de bar disfrutaban de esta particular característica de El Carca, y todo el tiempo le hacían chistes para despertar al monstruo de su risa. Pero una noche se les fue la mano. El Tuerto Bellavista entró al bar a eso de las 10, y se fue derechito a donde estaba El Carca, a contarle un chiste que acababa de escuchar. El Tuerto era particularmente eficaz para estos menesteres, y parece ser que el chiste fue uno de los mejorcitos que se habían escuchado por esos pagos. Una vez terminado, la barra se rió y aplaudió la exposición durante algunos minutos. Una vez concluido el efecto chistístico, el único que siguió riéndose sin menguar un ápice la intensidad de la expresión de júbilo fue El Carca.


Eran ya casi las 3 de la madrugada cuando el bar estaba por cerrar, y parece ser que este risueño muchachote seguía festejando el chiste de su amigo, como si recién acabara de escucharlo. Empujados casi a prepo por el dueño del tugurio, la barra se retiró del lugar a puro grito y carcajada. A eso de las 7 de la tarde del día siguiente, El Carca entró como todas las tardes al lugar, y aún seguía riéndose mientras recordaba el chiste de su amigo del día anterior. Era como si el botón de la risa se le hubiera trabado en “on”, y nada pudiera hacer al respecto. La noche continuó y el lugar comenzó a poblarse de parroquianos. Por momentos parecía que la risa de El Carca iba a llegar a su fin, pero enseguida revivía con nuevos bríos. Era como un ataque de hipo, pero de risa. La noche continuó entre botellas y risas, y nuestro alegre amigo si bien se lo veía de buen humor (...?), había comenzado a sentirse algo débil y cansado. Otra vez los echaron del lugar cerca de las 4 de la madrugada, y cada uno partió para su casa.


Al otro día eran ya casi las 8 de la noche y en el boliche resultaba extraño que El Carca aún no hubiese llegado. La barra estaba sentada en una de las mesas del rincón, en penumbras y hablando en voz baja. De pronto unas risas conocidas que venían de la vereda, atravesaron las paredes del viejo boliche y llegaron hasta el mostrador. No cabía ninguna duda de que era El Carca, y a la barra le volvió el alma al cuerpo. Entre risas abrió la puerta del lugar, miró fijo a la barra, les regaló una última carcajada, y cayó muerto.


Parece insólito, pero la autopsia reveló que murió de un paro cardíaco provocado por el esfuerzo extra que realizó el corazón de El Carca, al tener que soportar 36 horas de risa continua.