Páginas

martes, 14 de diciembre de 2010

SALUDO DE FIN DE AÑO 2010

Por Hernán Barrios


Gráficos: CASIANIMAL
¿Les cuento un secreto amigos? ¡Se nos termina el año! ¿Pueden creerlo? ¿Me parece a mí o los años vienen cada vez más cortos y de menor calidad? Se ve que la modernidad, así como hace que los electrodomésticos duren menos que en la época de nuestros padres y abuelos, también le está metiendo mano al calendario. Si me parece que fue hace tan poco que me puse, totalmente carente de inspiración, a tratar de escribir mi saludo de fin de año 2009. Recuerdo que comencé confesando mi ausencia creativa, para luego pasar a hablar acerca de las crisis de nuestra sociedad, del deterioro del planeta, y hasta de la falta de solidaridad de las personas. ¡Pum para arriba mi última post del año pasado! Solo espero que nadie haya tomado la drástica determinación de terminar abruptamente con su vida, luego de atravesar por semejante lectura.

Bueno, este año voy a tratar de ponerle un poco más de onda al asunto, porque a pesar de que parezca lo contrario, estoy absolutamente convencido de que, de lo que se trata en el fondo, además de reflexionar sobre el año que dejamos atrás, es de festejar. Cada cual tendrá sus motivos para hacerlo. Algunos quizás dirán que no tienen ninguno, pero yo les digo que si, que lo tienen. Estoy convencido de que no ganamos nada no haciéndolo, o al dedicarnos a quejarnos por las cosas que no salieron bien en este año que pasó, y en cambio ganamos mucho encontrando un motivo, por pequeño que sea, para celebrar. Algunos dirán que fueron más las cosas malas que le sucedieron, que las buenas. Quizás algunos hayan perdido un trabajo, o les hayan robado el auto, o hayan generado deudas que no saben cómo van a pagar, o hayan perdido a un ser querido. Todo eso puede haberle sucedido a mucha gente, pero lo cierto es que nada, absolutamente nada se gana –mas bien es mucho lo que se pierde-, dedicándonos a lamentarnos por el mal año que nos ha tocado vivir. En cambio es mucho lo que tenemos para ganar si tomamos el otro camino, el de agradecer, aunque más no sea, por tener los ojos para leer estas palabras. Créanme que ésta, puede ser la diferencia entre un buen y un mal 2011.

El 2010 se nos escapa entre los dedos, y nos deja, además del nostálgico eco de las cosas que pasaron, la esperanza siempre promisoria de las que vendrán. Fueron muchas las cosas que ocurrieron este año, las más destacadas relacionadas con el planeta, generales e individuales, buenas y de las otras. Me vienen a la mente algunos cambios de gobierno; un temblor de tierra que se confundió y castigó a un pueblo ya por demás castigado; un puñado de almas que fueron escupidas por la pacha mama, y algunas otras, mucho más silenciosas, que no. Recuerdo por ahí un charco de petróleo que le pintó mucho más que un lunar al océano Atlántico, una nube de polvo volcánico que paralizó el norte de Europa, y una crisis económica en el primer mundo, que amenazó con meterse en nuestras casas tercermundistas. Un 2010 que termina, entre otras cosas, con un puñado de personas dando batalla al más poderoso e influyente de los gobiernos del mundo, por la libertad de información, y tratando por todos los medios de que cosas tan valiosas como ésta comunicación que ahora tengo con usted, estimado lector, no puedan ser cercenadas por interés alguno.

No podemos dejar de reconocer que el 2010 ha sido un año de cambios; movidito se podría decir. En lo personal –y acá me permito una pequeña licencia individual-, no tengo reparos en decir que ha sido un año positivo. Salvo por la terrible noticia del casamiento de Penélope con el gallego feo ese, el resto me ha sido favorable. Este año trajo consigo dos cambios muy significativos para mí: por un lado uno laboral que me significó, entre otras cosas, ganar en tranquilidad y en tiempo, ambas cosas necesarias por igual para disfrutar de la vida. Porque de eso se trata, ¿no? Y por otro, la llegada a mi vida de una personita que me hizo volver a saborear la fresca dulzura de la inocencia, a mirar el futuro con cristales nuevos, y a sentir cosquillas en la panza al pensar en su carita pura. Mi primer sobrina, Franca, ha borrado de un plumazo con su desdentada sonrisa, cualquier rastro de tristeza o amargura que pudiera llegar a empañar el resumen de este año que se esfuma. Es más, ¿quién es Penélope?

Además de todo, y aunque algunos creerán quizás que ya estoy un poco viejo para ello, les quiero contar que este año he aprendido algunas cosas. Cosas que a primera vista, y sobre todo cuando somos muy jóvenes y vehementes, pueden parecer poco importantes, pero que en realidad son fundamentales para ser feliz. Quiero terminar entonces este saludo de fin de año queridos amigos, compartiéndolas con ustedes.

Este año he aprendido, o mejor dicho he confirmado, que en la vida nos va mucho, pero mucho mejor, si iniciamos cada día con una sonrisa. Y créanme que he tratado casi con obstinación de ponerlo en práctica.

Este año aprendí también que el rumbo de los acontecimientos de nuestras vidas, lo podemos cambiar a voluntad, solo con creerlo posible y trabajar en esa dirección.

He aprendido a diferenciar un poco más las cosas importantes de la vida, de las intrascendentes, haciéndome con esto mucha menos mala sangre por banalidades.

Y permítanme decirles amigos que nada, absolutamente nada, es tan importante como para que se nos vaya la vida en ello. Ninguna cosa material es tan imprescindible, como para que nos haga no tener tiempo para las emociones y los afectos. Ni uno solo de los minutos de nuestra vida es merecedor de ser vivido con enojo o desidia. Ningún LCD de 50 pulgadas, ningún I-phone con touch screen, y ninguna notebook chiquita y plateada, por más gigas de disco duro que tenga, se compara con la mágica sensación de sabernos vivos, dueños y señores de cada minuto de nuestras vidas, y con el divino poder de hacer con ellos lo que se nos antoje.

Para terminar este artículo y también este año, quiero compartir con ustedes dos cosas: una foto de esa bebota hermosa que me ha hecho volver a enamorarme, y un video muy alentador de un chico que ha tomado conciencia, mucho antes y mejor que yo, de lo valiosa que es la vida.

"FELIZ AÑO 2011 PARA TODOS"



domingo, 5 de diciembre de 2010

OPERACIÓN MOSQUITO

Por Hernán Barrios


Gráficos: CASIANIMAL
Creo que en algún post lo he contado, pero por las dudas lo vuelvo a decir: el animal que más detesto en el mundo es EL MOSQUITO. La verdad, no sé exactamente de dónde viene mi aversión hacia él, pero lo odio desde que tengo uso de razón. Quizás tenga algo que ver con un lejano verano en el que por algún motivo que nunca nadie descubrió –médicos incluidos-, desarrollé junto con mi hermana, una extraña alergia hacia las picaduras de estos bichos, y el cuerpo se me llenó de enormes granos con pus, que me picaban mucho y que eran además, asquerosos de ver. Recuerdo que en los siguientes veranos, y aunque esa reacción alérgica nunca volvió a manifestarse en mi cuerpo, mi madre me cuidaba a mansalva del ataque de esas criaturas, y yo hacía mi parte, dando la voz de alarma cada vez que notaba la presencia de alguno.

La cosa es que hasta hoy, y como dije antes, mi repulsión por el Aedes, en cualquiera de sus versiones, va más allá de lo racional. Sencillamente no puedo tolerar su presencia en el mismo espacio que yo, por más amplio que éste sea, y cuando veo uno, no importando la situación en la que me encuentre, trato por todos los medios de destruirlo. Es como que se activa dentro mío un programa emocional latente, que suspende todos los demás, y que dice: “mosquito a la vista, destruir”. Tanto es así, que me ha pasado de estar en situaciones en las que, por la importancia de las mismas no corresponde tomar acción alguna contra el intruso, como una reunión de trabajo o una visita a algún lado, y no he podido resistir la tentación de pegarle un manotazo a alguno que pasó cerca. O si la resisto, ya sea porque el bicho está fuera de mi alcance o simplemente porque mi razón se impone, igualmente pierdo la concentración en el resto de las cosas. Me pongo a seguirlo con la mirada como un pelotudo, y por un momento no me entero del resto de los acontecimientos del lugar. Lo dicho, es más fuerte que yo.

Pero todo este preámbulo es en realidad para pasar a contarles mi última batalla contra un puñado de mosquitos insolentes, que osaron entrar a mi dormitorio hace dos noches, y que me tuvieron en vilo durante gran parte de la misma. He aquí la historia.


OPERACIÓN MOSQUITO

Este noviembre en Uruguay está algo raro, por no decir del todo, en lo que a clima se refiere. Se supone que a esta altura del año ya debería hacer bastante calor, pero resulta que no es así, y los días fríos se alternan con los calurosos, complicando un poco el diario vivir. La semana pasada hizo varios días seguidos de altas temperaturas, y en el primero de ellos, mis voladores archienemigos se hicieron notar ya desde las primeras horas de la tarde. Durante el día los mosquitos no me preocupan demasiado, porque estoy atento y directamente les encajo una trompada. El problema viene en la noche.

Antes de acostarme, además de cerrar todas las aberturas del cuarto, hice la obligatoria inspección ocular de todas las noches, la cual consiste en echarle una ojeada a las paredes y al techo, en busca de alguna presencia indeseable. Encontré dos; a uno lo reventé de un cachetazo, y al otro le dí con el buzo que me acababa de sacar. CONSEJO: Si van a aplastar un mosquito contra la pared, asegúrense de hacerlo antes de que los haya picado, de otra manera, el remedio será peor que la enfermedad. Una vez comprobado que la zona estaba libre de intrusos, apagué la luz y me acosté. Como de costumbre, no tardé demasiado en conciliar el sueño.

“Fhiiiiiiiiiiiiiiiuuuuuuuuuuu”, me zumbó en la oreja un alado hijo de puta, cuando estaba en esa somnolencia previa a perder contacto con la realidad. “No te puedo creer”, dije para mis adentros, y me levanté de un salto a prender la luz. Aclaro que no tengo mesa de luz, y por lo tanto tampoco lámpara junto a la cama, por lo que para encender la luz del techo, tengo que levantarme, rodear toda la cama, y caminar hasta el interruptor que está junto a la puerta. Toda una travesía si tenemos en cuenta que tengo que hacer ese recorrido a lo oscuro y medio dormido. La cosa es que me levanté, prendí la dichosa luz, y me puse a buscar al bicho de porquería ese. Una vez que mis ojos se acostumbraron a la luz –digamos unos 30 segundos después de encenderla-, lo pude ver. Estaba muy pancho parado contra la pared, a medio metro de donde debería estar mi cabeza, en caso de estar acostado. Lo miré fijo (como para no perderlo de vista), me acerqué lentamente, puse mi mano derecha a escasos 15 centímetros de su nuca, y le encajé un manotazo como para matar un pollo doble pechuga. Quedó seco. Miré nuevamente las paredes y el techo, apagué la luz y volví a la cama. A los pocos minutos se acostó Lucia. Afortunadamente ella me acompaña en estas cruzadas nocturnas de eliminación de mosquitos, ya que de no ser así, seguramente se habría ido a dormir al living hace tiempo, o peor aún, a otra casa.

“Me parece que oigo otro”, me dijo al ratito de estar acostados. “No te puedo creer”, pensé y dije una vez más. NOTA: Esta es una frase que se ha ido lentamente enquistando en mi vocabulario, en un loable esfuerzo por deshacerme de las tradicionales puteadas que, según indica mi experiencia, poco aportan a la solución de los problemas que las disparan. “¿Estás segura?”, pregunté inmediatamente, en un desesperado intento por no levantarme al cuete. “Me parece que si”. ¡Mierda! (uy, se me escapó). Me destapé de un tirón y salté al piso. Luz. Me paré en la puerta, semicerrada, para que mientras esperaba que mis ojos se ajustaran a la luz, el sorete hijo de puta no se me fuera a pelar para afuera. Agarré el buzo que estaba en el armario, y esperé. Parapetado en esa posición me dediqué a escudriñar con la mirada el techo, las paredes una a una, el piso, el placard, el aire… nada. Debo haber pasado algo así como dos minutos parado en la puerta, duro como huevo para ensalada, y como el maldito no aparecía, no tuve más remedio que salir a buscarlo. Caminaba lento, agazapado, y con todos mis sentidos en alerta. Mi mano derecha sostenía el buzo a la altura de mi oreja, pronto para dar el busazo ante cualquier movimiento extraño. Lucía trataba de ayudarme en la desquiciada búsqueda desde su posición de espectadora, asomando apenas los ojos por encima de las sábanas, pero tampoco podía localizarlo. El muy miserable parecía haberse esfumado en el aire.

De todas maneras yo, como suele suceder en estas situaciones, no estaba dispuesto a darme por vencido así como así, y mi intención era encontrarlo a como diera lugar. Ustedes dirán que estoy loco, pero les voy a hacer una confesión: estoy convencido de que los mosquitos son mucho más inteligentes de lo que la gente cree. ¿De qué manera se explica sino, que un mosquito te pase zumbando por la oreja una y otra vez mientras la luz está apagada, y que desaparezca mágicamente cuando se enciende? Inteligencia pura. Además no es solo que dejan de volar, sino que además se esconden los muy soretitos; debajo de la cama, atrás del ropero, arriba del ropero, atrás de un cuadro, etc. En el caso particular de nuestro cuarto, cuyo piso está cubierto por un moquete oscuro, los muy reverendos hijos de puta han desarrollado una técnica de vuelo bajo, digna del más avezado de los pilotos de guerra. Como las paredes y el techo son blancos, obviamente que si los tipos se paran ahí son fácilmente detectables, es por esto que si no les doy tiempo a esconderse antes de prender la luz, se mantienen en vuelo, pero a 10 centímetros del piso, donde el contraste los hace casi imperceptibles. Es realmente desconcertante y hasta cierto punto, preocupante.

No menos de 10 minutos duró la búsqueda, pero al final dio resultado. Se ve que los locos son inteligentes pero impacientes, porque al rato de estar parado sin ver ni una señal del pichón de terodáctilo éste, apareció de pronto volando a velocidad crucero, justo frente a mis ojos. “Plaaaaaaaafff…”, hizo el violento choque de mis manos entre sí, movidas por un odio incontenible. Inmediatamente después, una sonrisa casi maléfica se dibujó en mi cara, al tiempo que Lucía aplaudía fervorosamente desde la platea. Luego, fuera luces y a la cama nuevamente.

Tanta levantada me había dejado algo desvelado, además del calor que también hacía lo suyo. Habían pasado algo así como 40 minutos desde mi último ataque, cuando me pareció escuchar a los lejos, casi imperceptible, una especie de zumbido. Esta vez cambié el repertorio y dije para mí, “no puede ser”, y me quedé escuchando. El ruidito pareció por unos momentos desvanecerse en la inmensidad del espacio, y hasta llegué a pensar que había sido una alucinación auditiva, pero luego volví a escucharlo, un poco más cerca. “Yo no me pienso volver a levantar”, me dije en un ataque mezcla de rebeldía y desesperación, y pegué mi cabeza a la almohada, esperando los acontecimientos. El “fiuuuuuu” que en principio se oía en un rincón lejano del dormitorio, había comenzado a escucharse más y más cerca. Se ve que la semilla de vampiro ésa estaba tomando confianza, y viendo que nadie prendía la luz, se iba acercando poco a poco. El zumbido se oía más cerca, y más cerca, hasta que calculé que debía andar a más o menos un metro de mi cabeza. El ruido se acercaba, y yo esperaba; se acercaba, y yo esp…”phaaaaaaaaaafff”. Me encajé un cachetazo en la oreja con alma y vida, que por poco me la arranco. No estoy seguro de haberlo matado, aunque yo calculo que sí, porque el zumbido se cortó en seco, y no se volvió a escuchar. Lo que sí se escuchó inmediatamente de la explosión fue el salto de Lucía, que no sabía lo que había pasado. “¿Andaba otro mosquito mi amor?”, me preguntó con dulce somnolencia. No, era una gaviota de voz finita. A esa altura el sueño se había alejado de mi cuerpo definitivamente, y la verdad que era bastante poco probable que me durmiera a la brevedad. Eran algo así como las 2 de la mañana. De todas maneras, se ve que en algún momento de la noche y luego de muchas vueltas en la cama, el sueño me venció.

Sentí un cosquilleo de alas, patas y zumbidos en la puerta de mi orificio nasal derecho, que me despertó, me asustó, y me hizo saltar en la cama, al tiempo que me propiné una auto trompada en el naso de tal envergadura, que por poco me lo quiebro. Entre estornudos y manotazos fui tomando conciencia de la situación, y pude darme cuenta de que un mosquito se me había metido para adentro de la nariz (les juro que es verdad), se ve que en un intento de picarme el cerebro el hijo de puta, (no les digo yo que son inteligentes). Por suerte no lo consiguió porque me desperté justo, cuando me hizo cosquillitas en los pelos del orificio, y lo maté de un piñazo, ya estando adentro. Ahí Lucía, que ya está algo acostumbrada a mis manotazos nocturnos, igualmente se asustó, ya que yo no paraba de pegarme en la cara, estornudar, resoplar y putear a viva voz. Me tuve que levantar, ir al baño a mojarme la cara, tomar agua, respirar, etc., para salir del shock del ataque sufrido. Mientras tomaba un vaso con agua en la cocina pensaba en lo que me acababa de suceder, y realmente no lo podía creer. ¿Cuál es el motivo para que esta bandada de asesinos alados me ataque de esta manera? ¿Qué les he hecho yo, además de haber matado varios miles a lo largo de mi vida? Nada. En realidad no podía creer que su fanatismo picatorio llegara a tal extremo, que hubieran intentado meterse en mi nariz. Quiero pensar que no fue una acción premeditada, sino producto de la casualidad. Quiero creer que el tipo eligió mal el lugar donde aterrizar, y que justo en el momento de posarse inspiré algo fuerte, y la ventisca lo succionó hacia mis entrañas. La cosa fue que después de un rato en el living pensando y tomando aire, decidí volver a la cama. Eran las 4 de la madrugada.

Se podrán imaginar, después de todos estos accidentes, el rato que estuve para volver a conciliar el sueño. Eso, además de morirme de calor, ya que luego de lo ocurrido, me tapé hasta la cabeza y decidí no dejar ninguna abertura descubierta, no fuera cosa que volvieran a intentar violentarme. La verdad amigos, que esta noche fue una noche para el olvido. Al otro día compré tabletas ahuyenta mosquitos, y comencé a usar el ventilador.

Por ahora vengo bastante bien, pero el verano recién comienza. Vamos a ver cómo sigue.