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domingo, 20 de febrero de 2011

EL HOMBRE DE ATRÁS DE LA PUERTA _Parte I

Por Hernán Barrios

Antes de adentrarme en el desarrollo de esta historia, quiero hacer algunas precisiones que me parecen importantes. Primero que nada, decir que el relato que leerán a continuación lo he recogido de primera mano de una fuente confiable, y se desprende de su experiencia personal reciente. Segundo, que debido a lo extraño del asunto, he disidido contarlo tal cual esta persona me lo contó, cercenando cualquier mínimo intento de mi imaginación, de agregarle detalles o colores, asegurándoles así estimados amigos, que lo que van a leer es realmente lo que sucedió, sin filtros ni aumentos de ningún tipo. Por último, decirles que me ha parecido apropiado contar la historia en primera persona, con el único bien intencionado propósito de hacer más potente el relato, pero dejando bien en claro que los hechos aquí documentados no me sucedieron a mí, sino a una persona de mi entorno más cercano.

Hechas las aclaraciones del caso, he aquí la historia.

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Gráficos: CASIANIAMAL
Lisa llegó a nuestras vidas un par de meses antes de mudarnos. En realidad hacía ya algún tiempo que teníamos ganas de tener un perro, y ahora que íbamos a vivir en una casa más grande y además con jardín, ya no había excusas. Una mañana nos pusimos en contacto por Internet con un criador, el cual nos dijo que tenía una cachorra de pastor alemán de dos meses para la venta. A la tarde fuimos a conocerla. ¿Cómo les puedo explicar? Bueno, se podría decir que fue amor a primera vista nomás. Tanto a Marcelo como a mí nos ganó el corazón de primera. Con decirles que esa misma tarde y después de poco pensarlo, nos la llevamos para casa. Va, en realidad para el apartamento, porque si bien ya teníamos todo arreglado, aún no nos habíamos mudado. Cuestiones de último momento, como por ejemplo algunos retoques de albañilería, nos habían hecho postergar la mudanza para el mes siguiente. Igualmente los papeles del alquiler ya habían sido firmados, así que más tarde o más temprano, nos íbamos a mudar.

Bueno, lo cierto es que entre pitos y flautas, los dichosos arreglitos se demoraron más de la cuenta, y la mudanza en cuestión se pudo realizar recién el mes pasado. Pero para serles franca, no me arrepiento de la demora extra, porque nos pudimos mudar con todo pronto. La casa estaba totalmente hecha a nueva, con las paredes del color que quisimos, y con el jardín pronto para albergar a dos humanos tranquilos y a una perra inquieta; unos tomando mate debajo del sauce y otra corriendo como loca, respectivamente, disfrutando así de estas hermosas tardecitas de verano. Hasta habíamos tenido tiempo, por impulso de Marcelo, obvio, de acondicionar el cuarto del fondo, como sala de audio y video. Ese iba a ser, por decirlo de alguna manera, nuestro lugar de esparcimiento cultural. Cuando nos mudamos, a Lisa le faltaban dos días para cumplir cinco meses, y había crecido una enormidad.

Los primeros días fueron maravillosos. Bueno, en realidad los primeros no tanto, porque estábamos tan cansados de cargar muebles, cajas y bolsas, que nos dolía todo. Pero sí los siguientes. La casa estaba hermosa y muy iluminada. Lisa se pasaba el día entero corriendo de un lado para el otro del jardín, y por las noches se acurrucaba en el canasto que le habíamos acondicionado en el living. No nos animábamos aún a dejarla afuera por las noches, por miedo a que nos la robaran, ya que si bien es cierto que había crecido bastante, no es menos cierto que no dejaba de ser una cachorra juguetona de cinco meses. Tanto Marcelo como yo trabajamos todo el día y recién llegamos a casa de tardecita, así que Lisa pasa la mayor parte del tiempo encerrada dentro de la casa. A la semana siguiente de habernos mudado salí de licencia, y como no teníamos pensado irnos de paseo, mi objetivo principal fue dedicarme por completo a no hacer absolutamente nada. Nada, más que atender la casa y la perra, en ese orden y muy lentamente. Es justamente acá donde comienzan los problemas.

Comenzaba mi segunda semana de licencia, y era algo así como las 6 de la tarde del lunes. Yo estaba sentada en el living leyendo un libro, y Lisa andaba en el patio haciendo de las suyas. Estaba muy claro, ya que, además de que estaban todas las ventanas de la casa abiertas, en esta época  el sol se oculta no antes de las nueve. La televisión estaba encendida, pero con el volumen bajo, y con la única misión de hacerme compañía. Desde mi derecha, por la puerta de metal que da al patio, la cual estaba abierta, entraba una suave brisa muy refrescante. En un momento, también desde mi derecha y por el rabillo del ojo, me pareció ver una sombra que cruzó la puerta, como si alguien o algo  hubiera pasado, por el patio, frente a la puerta. El hecho me quitó por un instante la atención del libro, pero inmediatamente la recuperé, ya que me di cuenta de que la que había cruzado frente a la puerta, haciendo un cono de sombra en ella, había sido Lisa. Seguí leyendo. A los pocos minutos, nuevamente una sombra pasó frente a la puerta, aunque esta vez me pareció que era demasiado alta para ser provocada por la perra. Me levanté, dejé el libro sobre la silla, y salí al patio. Estaba todo tranquilo y no había nadie, ni siquiera Lisa. Volví a entrar, y grande fue mi sorpresa cuando vi que ella dormía plácidamente, acostada sobre el piso del living, dos metros por detrás de la silla en la que yo había estado leyendo. Ya eran cerca de las siete, y como se me habían ido las ganas de leer y ya faltaba poco para que regresara Marcelo del trabajo, me fui a la cocina a preparar un mate, y olvidé el asunto.

No fue sino hasta el día siguiente, que volvió a suceder un hecho algo extraño. Ocurrió luego del mediodía, digamos como a eso de las tres de la tarde. Estaba mirando una novela con la cual me enganché en las vacaciones, y tomando un vaso de coca. Lisa estaba durmiendo la siesta en su canasto, algo adelante y a mi izquierda. De pronto me pareció como que una sombra pasó por detrás de mí. En realidad no es que la haya visto exactamente, sino que fue más bien una percepción, de esas que uno tiene gracias a la visión periférica, y que nunca terminamos de saber si son o nos parecen que son. La cosa es que instintivamente me di vuelta, algo sobresaltada, y no había nada. Nada, salvo Lisa que había despertado de su sueño, y aunque aún echada y con la cabeza gacha, emitía un tímido gruñido entre enojado y temeroso. Inmediatamente se incorporó, y con la cola entre las patas se fue para el patio, y no volvió a entrar hasta que llegó Marcelo.

Nada sucedió al día siguiente, ni al otro. El viernes en cambio, todo cambió. No eran más de las once de la mañana, y yo estaba discutiendo por teléfono con Marcelo, caminando de un lado al otro del living. En un momento de la discusión, me dio frío. Pero no fue un frío común de esos que se van apoderando del cuerpo paulatinamente, sino que fue un frío súbito. Sentí exactamente en la piel, el momento en que chocó contra mí. Lo más parecido que se me ocurre, como para que me entiendan, es que fue un frío como el que sale de la heladera, cuando uno la abre en pleno verano. Una ola de frío se podría decir. Recuerdo que miré mis brazos y, como se dice comúnmente, se me había puesto la piel de gallina. Al mismo tiempo seguía discutiendo con Marcelo, y pude ver cómo Lisa salía hacia el patio, una vez más con la cabeza gacha y la cola entre las patas. Como estaba muy incómoda, y la discusión ya no daba para más, decidí cortar. Golpee con bronca el teléfono contra la base, y me dejé caer, con fuerza, sobre el sillón. Mis ojos llorosos y enojados, se depositaron bruscamente sobre los vidrios de la puerta que da a la sala de video, y ahí estaba. Parado exactamente detrás de la puerta, me estaba mirando. La visión duró unos segundos, digamos cinco, pero me bastó y me sobró para ver más de lo que hubiera querido. Era alto, flaco, viejo, y tenía un sombrero negro que aumentaba aún más su enorme figura. Muchos se estarán preguntando qué tan nítido lo vi, o dónde, o cómo, por lo que voy a tratar de aclarar un poco el asunto. Primero que nada, déjenme contarles que la puerta que da a la sala de video, la cual por algún motivo que no puedo explicar, siempre permanece cerrada, (detalle además que hasta ese momento no había notado) es hasta la mitad de madera, y en el resto, o sea en la parte superior, tiene seis vidrios pequeños ordenados de a dos. Esta puerta está al final de un pasillo no muy largo, digamos de unos cinco metros (mi casa no es vieja ni mucho menos, sino que es más bien una casa pequeña y bastante nueva), que comunica el living con la sala de video. En este pasillo hay dos aberturas a la derecha, que son la cocina y el baño, y una a la izquierda, que es nuestro dormitorio. Como la sala de video recibe luz natural solo por una pequeña ventanita que está casi contra el techo, no es tan luminosa como el living, por lo que las imágenes provenientes de éste se reflejan con fuerza en los vidrios de su puerta.

Contextualizado un poco el tema, paso ahora a describirles mejor lo que efectivamente vi. Vi la puerta; me vi a mí reflejada en los vidrios; y vi una figura humana de las características antes mencionadas. No era exactamente como si un hombre de carne y hueso estuviera parado dentro de la habitación y por detrás de la puerta, porque la figura no era tan sólida y era sin dudas, más transparente. Casi que podía ver, con dificultad, a través suyo. Era una figura oscura, como si estuviera tallada de humo (por decirlo de alguna manera), pero con rasgos bien definidos. Tan definidos, que podía ver sus ojos haciendo contacto con los míos. Como les dije, mantuve los ojos clavados en la puerta durante unos cinco segundos, en parte tratando de tomar real conciencia de lo que veía, y en parte por una momentánea parálisis fruto del miedo, que dicha presencia generó en mí. Luego, me tapé los ojos con las manos, y bajé la cabeza. No se precisar a ciencia cierta cuánto estuve con los ojos cubiertos, tratando de evadir la realidad, -o tratando de despertar del sueño, cualquiera de las dos opciones estaba bien para mí- pero seguro que no fue menos de un minuto. Cuando junté fuerzas, levanté la cabeza y volví a mirar hacia la puerta. No había nada. La figura había desaparecido y Lisa jadeaba sentada a mi lado, con ojos compasivos y algo alegres.