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miércoles, 28 de diciembre de 2011

A VIVIR QUE SE TERMINA EL MUNDO !

Por Hernán Barrios

Según dicen las malas lenguas, en diciembre de este año que está a punto de comenzar, se termina el mundo. ¡Qué cagada, no! Otras, algo más moderadas, suavizan el vaticinio diciendo que “se termina el mundo tal como lo conocemos”, lo cual por supuesto me deja mucho más tranquilo. Sea como fuere, todo parece indicar que se aproximan vientos de cambios, por lo que no sería mala idea estar preparados. Más de una vez he escrito en este espacio sobre el carácter finito de la vida, y de lo poco concientes de ello que somos las personas. En este año que llega a su fin, y dados los funestos pronósticos que acechan al 2012, me resulta casi imposible no volver a tocar el tema, ya no desde un punto de vista individual, sino desde uno colectivo, lo cual en términos prácticos viene a ser casi lo mismo.

Debo confesar que la idea de imaginar, al menos por un momento, que la profecía sea verdadera, me genera cierta adrenalina y me lleva a plantearme algunas cuestiones. ¿Qué haría con mi vida si supiera a ciencia cierta que a la humanidad le queda solo 12 meses de existencia? ¿Haría realmente grandes cambios? En una primera instancia me veo tentado a trazar un paralelismo entre esta hipotética situación, y la que atraviesan las personas cuando les diagnostican una enfermedad incurable. “Métale pata porque le quedan seis meses de vida, estimado”- se despacha muy orondo el señor doctor. Pero inmediatamente me doy cuenta de que la gran diferencia radica justamente en el carácter colectivo del vaticinio. Una cosa es que le hagan tremendo augurio a un pequeño ser individual y anónimo, y otra muy diferente que se lo hagan a toda la raza humana. La pequeña personita puede, en el mejor de los casos, tomar ciertas acciones que cambien, parcial o completamente, el sabor del tiempo que le quede. Pero la humanidad puede tomar acciones en masa que definitivamente van a mover los cimientos de la sociedad.

Este último escenario se me presenta realmente mucho más difícil de analizar que el primero. “A vivir que se termina el mundo”, es el título que se me ocurrió para este artículo pero, ¿en qué consiste realmente vivir? ¿Las acciones individuales sumadas harán el producto final de las colectivas, o serán las colectivas las que afecten a las individuales? ¿Haremos cosas buenas o malas con el tiempo que nos quede? ¿Qué vínculos se fortalecerán y cuáles se degradarán hasta desaparecer? ¿Cambiará el concepto de lo bueno y de lo malo, o de lo permitido y de lo prohibido en términos sociales? ¿Daremos más afecto, o nuestras relaciones se tornarán exclusivamente de carácter efímero y transitorio? ¿Puede ser que no cambie nada, y que continuemos con nuestra mansa existencia hasta simplemente desaparecer? Es muy probable que sean mis limitados conocimientos antropológicos y sociales, los que no me permiten sacar alguna previsión válida al respecto, y no me dejan ver qué puede haber más allá de este escenario aparentemente caótico y terminal. De todas formas me parece por demás interesante, hacer el ejercicio mental de posicionarme en ese lugar, para por lo menos intentar adivinar cuáles serían las acciones que, llegado el momento, tomaría yo al respecto. Los invito a que lo intenten. Digamos que acaban de anunciar por cadena de televisión nacional e internacional, que en diciembre de 2012 el Sol emitirá tanta energía en forma de gigantescas explosiones, que literalmente calcinará toda forma de vida sobre la Tierra. ¿Qué haríamos luego de pasado el impacto inicial de tamaña noticia?

En mi caso, y aunque carezca de sentido, me da la impresión de que me resulta menos traumático pensar en mi desaparición en forma colectiva, que individual. Quizás sea ese trillado consuelo al que somos tan adeptos las personas, que se basa en la generalidad de la desgracia para el alivio del dolor. “Al menos no me pasa solo a mí”- repetimos con una frecuencia alarmante. O su ejemplo opuesto, “¿por qué me tuvo que pasar justo a mí? Es como que la desgracia tiene diferente efecto en nuestra cabecita, si la compartimos. O sea que el hecho de que el Sol de buenas a primeras nos convierta en chicharrón, o nos tape un tsunami global, o nos haga carambola un meteorito y nos mande para afuera del Sistema Solar, es menos preocupante que si un cáncer de hígado nos manda redondos al cajón. ¿Raro no?.

Pero regreso a lo que estaba, y me vuelvo a preguntar como tantas veces lo he hecho, cual es la razón que hace que las personas no creamos posible el final de nuestra existencia en un tiempo cercano. ¿Será acaso un bloqueo mental de defensa que viene incorporado en nuestros genes, para que vivamos la vida sin preocuparnos demasiado por su final? De ser así no me parecería mala cosa, si no fuera por el hecho de que tanta displicencia nos impide además, ocuparnos de la calidad de su transcurso, y nos hace generalmente llegar a las instancias finales de nuestra vida, ya sean a su justo tiempo –si es que tal cosa existe- o anticipadas, con demasiadas cosas en el debe. Demasiadas cosas en el debe. Es como que vivimos la vida postergando cosas que queremos hacer, por culpa de aquellas que debemos hacer. Las que queremos, son nuestras y son motivo de felicidad. Las que debemos, son impuestas y generalmente motivo de agonía. ¿Y por qué las postergamos? Porque pensamos que las vamos a poder hacer más adelante en el tiempo. ¿Por qué? Porque tenemos la creencia de que nuestro tiempo es poco menos que eterno, o que de alguna manera tenemos cierto control sobre él. No nos damos cuenta de que ninguna de estas dos afirmaciones es verdadera. ¿En qué momento mandamos a la mierda los deberes y nos dedicamos pura y exclusivamente y con todas nuestras fuerzas, a hacer las cosas que queremos? En el momento en que alguien con túnica blanca nos dice por ejemplo, -“señor, su reloj biológico se detendrá el día 8 de marzo de 2012. Seguramente para este señor ya será demasiado tarde, y las cosas que siempre quiso hacer pero postergó, quedarán definitivamente postergadas.

Se termina el año queridos amigos, y en el peor de los casos, tenemos todo el 2012 para que no nos ocurra lo que al señor del párrafo anterior. Mi deseo para este año que comienza, es que dejemos de una vez por todas de postergar, y nos dediquemos a hacer las cosas que nos hacen realmente felices. Hago desde este humilde espacio de comunicación, un llamado a la reflexión y al cambio. Deseo que las personas logremos sacudir al fin la modorra que nos oprime y consume, y aprovechemos al máximo cada minuto de nuestra valiosa existencia. Deseo y reclamo que cortemos definitivamente con esas invisibles cadenas culturales y sociales, que nos envuelven y distraen en forma de modas, de tendencias, de costumbres, de instituciones, de necesidades inventadas, de paradigmas del bien y del mal, etc., y lleguemos a poder ser realmente libres.

Si esto sucede, si todos cambiamos nuestra cabeza y la alineamos con nuestro corazón, aunque este 2012 sea el último año de nuestra existencia, igualmente va a ser sin lugar a dudas, el mejor año de nuestras vidas.  



FELIZ 2012 PARA TODOS