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jueves, 30 de enero de 2014

V - INVASIÓN

Por Hernán Barrios

Al principio pensamos que eran hormigas voladoras, que si bien son molestas, por lo menos no pican. Pero cuando sentí el pinchazo en la panza me dí cuenta de que estábamos en presencia de otro bicho, igual de molesto, pero mucho más malvado. Avispas.

Chicas, -digamos tamaño mosquito con esteroides- pero musculosas, y según testifica mi prominente área estomacal, con un aguijón poderoso. Todo ocurrió cuando estábamos de lo más panchos en Ferrando, una de las playas más lindas y familiares de Colonia. No hacía mucho rato que habíamos llegado, pero ya teníamos desplegado todo el arsenal de elementos necesarios para una tarde de playa: sombrilla, conservadora, toallones, la bolsa con los juguetes, etc., y con Franca estábamos tratando de agarrarle la mano al disco volador, el cual era nuestra última adquisición. Estaba ventoso, bastante ventoso, y el disco medio que andaba solamente en una dirección. Era como que tenía ínfulas de búmerang, el aparato. Pero menciono lo del viento, porque en un determinado momento comencé a notar que junto con él, venían también otras partículas -pocas aún- que como pasaban tan rápido no me daba tiempo a descifrar si eran arena, mosquitos, mosquitas de esas diminutas pero que rompen los huevos como si fueran tarántulas, u hormigas voladoras.

miércoles, 29 de enero de 2014

CINCO DÍAS

Por Hernán Barrios
  

Por primera vez en sus casi cuatro años y en mis casi cuarenta, se animó a quedarse sola con Lucía y conmigo. -¿Querés quedarte unos días con los tíos?- le preguntó la madre -mi hermana-, quizás con la esperanza de que, como siempre, dijera que no. -¡Bueno!- contestó Franca -mi sobrina-, con una irreverencia casi desconocida.

Pero vamos a ponerle un marco a esta historia. Resulta que estábamos de vacaciones en Colonia, más precisamente en la casa de la tía Estela y del tío Juan. Habíamos ido el fin de semana los cuatro: mi hermana, su hija, Lucía y yo. Las dos primeras se volverían a Trinidad el lunes de tarde. Los dos últimos, recién el viernes. La cosa es que este repentino cambio de planes hizo en parte tambalear la frágil estructura de nuestro itinerario. No porque no nos gustara la idea de ser tíos full time, lo cual prometía ser divertido, sino porque cabía la posibilidad -bastante alta por cierto-, de que en lo mejor de la joda a la menor le diera por extrañar a la madre, y tuviéramos que desandar con urgencia y antes de tiempo, los doscientos y pico de kilómetros que las separaban.