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martes, 4 de marzo de 2014

PIEL DE MUJER

Por Hernán Barrios

Sus cuerpos jóvenes y desnudos se atraen con todo el poder del universo. Nada más existe. Nada más importa. Se miran a los ojos, tan cerca, tan profunda, tan vorazmente, que la posibilidad de esta unión es una certeza físicamente ineludible. Sus bocas se desean con la vehemencia de una adicción y sus respiraciones, excitadas, húmedas, entrecortadas, tiñen el silencio de la habitación con la promesa de un placer infinito.


Ilustración: CASIANIMAL
Ximena y Carla se conocieron hace pocos días.  Digamos una semana. La primera había alquilado, junto a su novio, una pequeña cabaña de madera a metros del mar. La segunda, está de vacaciones con sus padres y su hermano menor. Punta del Diablo tiene, en febrero, la dosis justa de movimiento y tranquilidad que hacen posible la coexistencia placentera de grupos bien diversos de personas. El todavía caliente sol del verano regala alegrías a todos por igual. Las parejas mayores y las familias, disfrutan de sus infinitas playas durante el día, y de pintorescos restaurantes -muchos con músicos en vivo-, por la noche. Los grupos de amigos y amigas en cambio, apenas llegan a la playa promediando la tarde, pero descargan durante la noche toda su vitalidad adolescente en los exóticos y paradisíacos boliches, que los ven amanecer.

Esa noche, Carla y su familia estaban cenando en la parte exterior de un pequeño restaurante de la calle que da a la playa, cuando de pronto llegaron Ximena y su novio. No eran más de las 9 y la temperatura era ideal. El que lo ha vivido sabe que esas mesas de madera rústica y decoradas con velas encendidas, sumadas al canto desgarrado de Bob Marley sonando alegre en segundo plano, contagian a los corazones cercanos de un virus bastante parecido a la felicidad.