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sábado, 25 de septiembre de 2010

PRESENCIA DE VIERNES

Por Hernán Barrios

Gráficos: CASIANIMAL
Era un día como cualquier otro. No pasaba de las 9 de la noche. Lucia había salido con sus amigas, y yo estaba en la PC tratando de escribir. Culpando de mi vacío creativo a mi también vacío estómago, recuerdo haber pedido algo a la pizzería. Hasta poco antes, había estado tomando mate, pero lo había dejado porque me estaba provocando nervios al estómago. Ese viernes, había estado particularmente nervioso. O alterado sería quizás, el término más adecuado.

Tenía dos de las luces del living encendidas, la de la lámpara sobre el escritorio y la del techo. Seguía sin poder escribir una palabra. Miré la hora, porque me pareció que mi comida estaba tardando más de la cuenta, pero no era así. Eran las nueve y veinte. Mi falta de concentración era extrema, y eso me estaba poniendo de mal humor. Mis ojos iban y volvían desde el cursor de la computadora, blanco, titilante, desesperante, hasta el portero eléctrico, mudo, impertérrito. Casi estaba empezando a creer que ambos se habían puesto de acuerdo para no complacerme. El apartamento estaba silencioso. Un silencio gigante que solo era desafiado apenas, por el perseverante zumbido del ventilador de refrigeración de la PC. Nada salía de mi cabeza, ni una idea, ni una palabra. Nada de nada.

Mis ojos volvieron por enésima vez a posarse, exigentes, amenazantes, sobre el monitor. De pronto, rompió la armonía lo que en ese momento me pareció un fugaz bajón de corriente. Fue apenas. Casi imperceptible. El cursor quedó fijo, inerte. Acerqué mis ojos a la pantalla para corroborar esa extraña inmovilidad, pensando que la máquina se había colgado, cuando de golpe, y en clara Arial Black, aquella palabra se disparó: “HOLA”. Recorrió mis ojos, cerebro, estómago, y golpeó mi corazón hasta casi hacerlo explotar; todo de una vez. Mis brazos y piernas quedaron rígidos como madera, cuando me pareció además percibir, en el límite de mi campo visual, a mi izquierda, una sombra intrusa. Casi una silueta. Pasó un segundo, dos, tres. No me animaba a mirar. Estaba tieso, frío, me costaba respirar. Sentía efectivamente una presencia a mi izquierda. A unos cinco metros, talvez cuatro, que me observaba. Pasaron cinco segundo, seis, siete… diez. Giré la cabeza.

Lo último que recuerdo son dos ojos negros, enormes, profundos, no humanos, a treinta centímetros de mi cara, y unos brazos flacos y largos que me rodeaban. Luego, nada.

Ya era casi mediodía cuando me despertó el ruido de tachos y el olor a comida, provenientes de la cocina. Al sentirme despierto, Lucía vino al dormitorio a darme un beso. “Buenas tardes dormilón”- dijo en tono burlón y con absoluta normalidad. “¡Se te pegaron las sábanas!”. Y abrió las cortinas de un tirón. Hice un esfuerzo extraordinario por tomar la mayor conciencia posible. Luego de un rápido examen visual de mi situación, comprobé que efectivamente estaba acostado en mi cama, tapado, sin ropa, como todas las noches. Era sábado.

Hoy hace una semana exacta que me ocurrió este episodio, y Lucía sigue afirmando que debe haber sido un sueño. La entiendo. ¿Qué más podría pensar? Yo por lo pronto, sigo confundido. ¿Por qué no tengo al menos un vago recuerdo, del momento en que me fui a acostar aquella noche? O de cuando apagué la computadora. O de cuando recibí al muchacho de la pizzería, y me comí casi toda la milanesa con fritas. Realmente, no lo sé. Tengo en mi cabeza un vacío temporal que me angustia e incomoda. Alivio estos sentimientos, tratando de convencerme de que hay cosas que pueden ser producto de mi imaginación, provocadas quizás por el cansancio, fruto del exceso de trabajo. O directamente locuras mías nomás. Pero hay otras que ni siquiera así son mitigadas. ¿Como se explica, que tanto el reloj de la computadora como el de mi teléfono celular, quedaron colgados marcando las 21:30?

Yo no sé qué me pasó esa noche amigos. Quizás alguno de ustedes me pueda dar alguna pista. Es por eso en realidad, que me atreví a compartir mi experiencia con ustedes.

martes, 21 de septiembre de 2010

NOMBRES DE LECHE

Por Hernán Barrios

Esta es una idea que vengo manejando desde hace algún tiempo, pero que recién hoy a la mañana, y en parte gracias al empujón anímico dado por un compañero de trabajo, me decidí a publicar. Es por esto que en un rato, luego de compartirla con ustedes, estimados lectores, la mando sin más vueltas al Parlamento Nacional. El tema tiene que ver con el nombre de las personas.


¿Cuántas veces hemos oído decir a la gente, que no está conforme con alguno de sus nombres? No les gusta el primero y usan el segundo; o no les gusta el segundo y usan solo el primero; o directamente no les gusta ninguno de los dos, y optan por usar, a desgano, el menos feo según su criterio. Ni hablar a aquel que no le gusta el nombre, y encima es el único que le pusieron. Un desastre.


No tengo demasiado claro la razón por la cual sucede esto, pero todo parece indicar que los padres, en una profunda crisis de estupidez, provocada por el inminente advenimiento de un hermoso Ser que será sangre de su sangre, pierden temporalmente el sano juicio, y con él la capacidad de discernir entre lo lindo y lo feo. Les pasa con los nombres, lo mismo que con las criaturas en sí, que les parece la más bella del mundo, a pesar de que en realidad sea un pequeño monstruito. Pero, todos sabemos que no por pequeño tiene necesariamente que ser lindo. Esa es una de las teorías, a la cual me aferro con fuerza. La otra, es que los nombres pasan muy rápidamente de moda. ¿Qué quiero decir con esto? Que en el momento en que los… la madre (vamos a decir las cosas como son), le elige el nombre al bebé, seguramente tenga éste –el nombre- toda la onda, pero cuando el niño empieza a tener conciencia cabal de su nombre y lo que en sus fibras más íntimas provoca, es bastante probable que dicho nombre ya haya quedado vetusto. Por ende, el bello nombre que los padres con tanto ahínco y dedicación buscaron para su hijito/a del alma, y el cual por falta de acuerdo casi provoca la ruptura de la pareja, al gurí en sí le resulta horrible. Una tragedia.


Por lo expresado anteriormente, el proyecto que en primera instancia voy a mandar a la Cámara Baja, tiene un nombre que, como buen padre que soy, me resulta genial: NOMBRES DE LECHE.


La idea es muy sencilla, económica, y por ende muy fácil de implementar. No les costará mucho deducir a los avezados lectores, que el nombre del proyecto es una analogía con los dientes de leche.


Por obvia incapacidad momentánea del interesado en cuestión, los padres seguirán como hasta ahora eligiendo el nombre de su descendencia, pero con la salvedad de que estos nombres serán, por decirlo de algún modo, no definitivos. Será un nombre que usará el individuo, hasta que tenga una capacidad de discernimiento tal, que le permita elegir el que realmente quiere tener. Mediante convención, esto podría fijarse digamos, a la edad de diez años. Llegado este momento, el nombre transitorio que los padres le pusieron en el momento de nacer, legalmente caerá, debiendo ser reemplazado mediante un gratuito y sencillo trámite, por el definitivo.


¡No me digan que no es una buena idea! ¿Saben los millones de pesos que podrán ser redirigidos desde los divanes de los psicólogos (ya que ni unos ni otros serán necesarios), hacia otros rubros más productivos tanto para el individuo como para el país? ¿Se imaginan la cantidad de suicidios y parricidios que serán evitados, gracias a la certeza de que a cierta edad el botija va a poder sacarse esa espina en forma de nombre propio, que sus padres le clavaron ya antes de nacer?


Eso sí, una vez que el nombre definitivo ha sido adjudicado, no te lo vas a poder cambiar ni con cárcel. Es una decisión por demás importante, que el chico o la chica tienen que afrontar con seriedad y responsabilidad. Quizás la primera gran responsabilidad de sus vidas, y ocurre justo cuando pasan de la escuela al liceo. Es muy oportuno, y empiezan en una nueva casa de estudios, con nuevos compañeros, nuevos profesores, y de yapa, nuevo nombre.


Yo creo firmemente que el proyecto va a tener andamiaje. Lo llamo al PEPE y luego les cuento.