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sábado, 21 de abril de 2012

MARIA VERONICA.

Por Hernán Barrios


"Hola... mi nombre es María Verónica y estoy en segundo grado. Soy rubia, bajita y tengo los ojos celestes como mi papá. Mi pelo es bien lacio igual al de mami, pero ahora estoy toda despeinada porque hubo mucho viento. Por suerte ahora ya no hay. En mi casa somos un montón. Mi papá, que se llama Carlos. Mi mamá Beatriz, ella es peluquera. Después está mi hermano Víctor que ya es grande porque ayer cumplió catorce. Me parece que tiene novia porque el otro día lo vi conversando en la placita con una chica de su clase. Mi abuela Elvira ahora también vive con nosotros porque está un poquito enferma y no tiene quien la cuide. Ella tenía un esposo que era mi abuelo, pero yo no lo conocí porque se fue para el cielo, antes de que yo naciera. Dice mi papi que tenía pocitos en los cachetes como yo. ¡Ah si, yo vi una foto revieja y tenía pocitos, ahora me acuerdo! Ah... y también está Toby, mi perrito. Es rengo porque cuando era chiquito lo pisó un auto, pero yo lo quiero igual. Mi mamá dice que eso le pasó por no mirar para los dos lados para cruzar la calle. ¿Verdad mami que vos decís eso? Y mi papá también me lo dice. Yo quiero mucho a toda mi familia. En la escuela me porto bien y tengo buenas notas. Ayer me saqué un muy bien en Ciencias. Mi hermano va al liceo y me acompaña a la escuela porque queda para el mismo lado. El me cuida mucho. Yo lo quiero un montón. Pero ahora no sé donde está. ¡Ah... ahí está, con mami y papi! ¡Jaa, me parece que lo retaron porque está llorando! Y qué mas... ah, en la escuela tengo muchos compañeritos. Mi maestra se llama Laura y es muy buena. Hoy faltó y no tuvimos clase. No se qué le habrá pasado. Enferma no creo que esté porque el día está muy lindo. Hay un sol grandote. No hace frío ni calor. Y ya no hay nada de viento. Estoy muy contenta. ¡Mirá, mirá... ahí vienen mamá, papá y la abuela! Ah... y mi hermano también. Pero, qué elegantes que están. ¿Habrá alguna fiesta y no me dijeron nada? ¡Papi..., mami...! ¿A dónde van? ¡Víctor...! ¿Por qué te pusiste ese traje? ¿Vas a salir con tu novia? ¡Tiene novia… tiene novia...! Pero... ¿por qué tienen lágrimas? ¿Están llorando? ¿Y qué es esa caja tan grandota? Pero no llores mami, si a mí ya no me duele lo del ómnibus. El día está tan lindo. Hola abuelito... ¿cómo estás? ¿Me llevas a pasear con vos?”


La vida de María Verónica se extinguió a los seis años por causa de un accidente automovilístico cuando iba camino a la escuela.


jueves, 5 de abril de 2012

FUNCIONARIOS PÚBLICOS

Por Hernán Barrios






VERDADES Y MENTIRAS DETRÁS DEL MITO


Antes de entrar en la administración pública y seguramente arrastrado por la creencia popular, pensaba, como casi todo el mundo, que la mayor parte de los funcionarios Estatales pasaba su larga existencia laboral, tratando a toda costa de hacer lo menos posible. Luego, una vez que estuve dentro, lo confirmé. 


Y ya que estoy en plan de “cortar grueso” voy a ir un poco más allá y a disparar, sin miedo a equivocarme, la siguiente sentencia: “si en todas las dependencias del Estado se da la misma relación trabajo efectivo/hombre que en la mía, el aparato público podría funcionar perfectamente, mejorando esa relación, con la mitad de su plantilla actual de trabajadores”.

¿Pero por qué sucede esto? ¿Cuáles son las causas de que la mayoría de los empleados públicos caigan en esta suerte de actitud parasitaria, de la cual no parecen emerger grandes beneficiarios, sino más bien todo lo contrario? ¿En qué parte del proceso está el detonante, –si es que lo hay- de que alguien que desde fuera despotrica a más no poder contra la ineficiencia de los empleados públicos, luego, estando dentro, se convierta de la noche a la mañana exactamente en eso que criticaba?


Hace algunos años, cuando comencé a estudiar publicidad y tenía un empleo privado, un profesor contó que de joven había trabajado un par de años en un Organismo Público (no recuerdo en cual), pero que un buen día decidió renunciar porque no soportaba más, el ver que la mayoría de sus compañeros no quería nada con el trabajo, y que como consecuencia de esto las tareas de los pocos que sí trabajaban, se veían sustancialmente incrementadas. Eso, además de que éstos últimos eran maltratados por los primeros, por dejarlos en evidencia. Recuerdo que en ese momento me pareció una exageración de su parte, el hecho de que este señor hubiera renunciado a un empleo seguro, por semejante simpleza. Tuvieron que pasar unos cuántos años y algunas experiencias laborales, para llegar al punto de poder entender lo que aquel profesor intentó transmitirnos.


EL SER HUMANO

A mi ver, este tema de la función pública tiene varias puntas, pero creo que en el fondo de la cuestión hay un núcleo común que es inherente al ser humano, potenciado además por un antiquísimo arraigo cultural, que no va a poder ser cambiado en el corto plazo, por más esfuerzo administrativo que se haga. Este núcleo es el hecho de que las personas –en líneas generales-, tenemos tendencia a sacar ventaja, empujar límites y evitar reglas. Se ve claramente en los niños pequeños, cuando tratan a toda costa de empujar más y más, los límites que sus padres les marcan. Las Instituciones nos van enseñando metódicamente a lo largo de nuestro desarrollo, a acatar reglas, a fin ser miembros activos y útiles de la sociedad, pero claro está que no lo consiguen del todo. Siempre queda dentro de nosotros, reprimida y a la espera de la menor oportunidad, esa chispa que nos hará en determinadas situaciones, intentar sacar alguna ventaja personal. Esa chispa encuentra dentro de las Instituciones del Estado, por motivos que inmediatamente analizaremos, campo fértil para chisporrotear a su antojo, y muchas veces, hasta para armar una gran fogata.

De esa plataforma partimos todos, y sobre ella se basan todas las actividades que realizamos en la vida. Luego están las diferencias individuales, que nos hacen sacar más o menos rédito a nuestro favor (y en contra de otros por supuesto), seguir más o menos los lineamientos que se nos marcan, cumplir de mejor o peor manera las tareas que se nos asignan, etc. Los matices en este sentido son tantos como la cantidad de personas, pero mi experiencia personal laboral no hace otra cosa que indicarme, lamentablemente, que son bastantes más las personas que van a intentar hacer su tarea de una forma fácil y rápida (sin mencionar a un porcentaje importante que directamente intentará no hacerla), que los que procurarán realizarla de la mejor manera posible.


LA FUNCIÓN PÚBLICA

Debido a lo dicho anteriormente, parece ser que las personas necesitamos, a fin de cumplir de forma relativamente adecuada con los preceptos que se nos marcan, que dichos preceptos se nos recuerden con cierta frecuencia, y preferentemente bajo forma de amenaza. Con ese fin (entre otros), es que existen en todas las instituciones, las diferentes jerarquías. Los jefes están, además de para decirnos lo que tenemos que hacer y de qué manera hacerlo, para intrínsecamente recordarnos que de no cumplir con nuestra tarea, recibiremos una sanción. Podemos darle muchas vueltas al asunto jerárquico, pero básicamente el resumen es ese.

Bueno, una de las mayores falencias que tiene la Administración Pública, es que los jefes no cumplen su función. Y no la cumplen porque por encima de ellos hay otros jefes que tampoco la cumplen. Y así sucesivamente, hasta llegar a la inequívoca conclusión de que por encima de todos, no hay jefe. Es decir que, a diferencia de lo que sucede en una empresa privada, la cual tiene un dueño que vela por sus intereses comerciales y económicos, y que en última instancia va a tomar las decisiones que sean necesarias para optimizar sus recursos, en la Administración Pública esta figura no existe. Nadie es dueño de UTE, de OSE o de la Universidad de la República. Son organismos que si bien tienen autoridades que forman órganos, que a su vez deciden sobre el funcionamiento de dichas entidades, nadie deja en definitiva de ser empleado. Y más importante aún, nadie deja de cobrar su sueldo a fin de mes, si la empresa no recauda lo suficiente, o si sus recursos están mal administrados. Esta sensación acéfala que campea por los pasillos de las Instituciones del Estado, es uno de los mayores problemas que las acechan, porque en el fondo, y a falta de una figura última que sea capaz de poner en riesgo nuestra estabilidad laboral, queda todo librado a la voluntad individual, que como vimos al principio del artículo, no es una de nuestras mayores virtudes.


LA MANZANA QUE PUDRE EL CAJÓN

Se da en todos los trabajos, pero en los públicos tiene un efecto mucho más devastador, porque la “manzana podrida” continúa en el cajón hasta que las fuerzas de la naturaleza la hacen desaparecer (entiéndase se jubila, o se muere). Generalmente nadie toma cartas en el asunto, ya que el hecho de intentar sacarla, implica una serie de larguísimos y complicados trámites administrativos, en los cuales casi nadie intenta siguiera involucrarse. El efecto contagio es inevitable.

Las “manzanas podridas” son funcionarios que generalmente están atornillados en su cargo público desde tiempos remotos, que van a su lugar de trabajo (cuando van), solo a esperar que sea la hora de volver a sus casas, y que no hacen absolutamente nada productivo en la función. Dicha improductividad los lleva a ser removidos de puestos u oficinas donde hay mucho trabajo y por ende se necesitan funcionarios proactivos, y delegados a lugares donde haya poco y nada para hacer. Con esto la administración logra, que por lo menos no entorpezcan el funcionamiento general de la Institución. ¡Pero qué paradoja no! Lo que en teoría debería ser un castigo por inútil, termina siendo un premio por vivo. Fácil es imaginar que el efecto de putrefacción que esta medida produce en el resto de los funcionarios, es de grandes dimensiones. ¿Quién va a querer esforzarse en la función, si el premio se lo dan al que menos hace? Cobrar lo mismo por hacer menos, es definitivamente, un buen negocio.

Por otro lado hay también un efecto de putrefacción parecido al anterior, que podría definirse bastante acertadamente, con esta frase: -como nadie hace nada, yo tampoco.

Me consta que hay muchas personas que entran a la Administración Pública con buena energía y ganas de trabajar. Gente joven que quizás viene de trabajos privados, y para los cuales el hecho de acceder a un trabajo público, con los beneficios que ello implica, es sin duda una mejora importante. Lo malo es que una vez dentro, comienzan inevitablemente a ganar importancia las injusticias y desigualdades entre funcionarios, y a perder terreno los beneficios, que en un principio podían parecer maravillosos. A la corta o a la larga, la mayoría de estas personas que en un principio tenían muchas ganas, comienzan a perder interés y a ser digeridas, lenta pero inexorablemente, por el gigantesco monstruo de la apatía. Por otro lado, los que se resisten y luchan contra el sistema, los que tratan de no perder las ganas primitivas y ponen todo de sí para hacer bien su trabajo, terminan sobrecargados, estresados y hasta muchas veces, enfermos. Una injusticia más de las tantas que se pueden ver, sin mucho esfuerzo, en la Administración Pública.

Otro problema importante que tiene para resolver el Estado, si quiere mejorar la eficiencia de sus Instituciones, es el tema de la gran cantidad de funcionarios de edad avanzada, con que cuenta entre sus filas. No me atrevo a dar cifras, pero me consta que el porcentaje es bastante abultado. Para ser sincero, no creo que el problema sea en realidad la edad más o menos avanzada del funcionario, ya que conozco algunos veteranos que trabajan incluso más que muchos jóvenes. Creo sí que la Administración se enfrenta a un número importantísimo de personas que ahora son veteranas, y que sólo ocupan su puesto de trabajo, con el único propósito de ver pasar, ansiosos, los pocos años que les restan para la jubilación, pero que en realidad nunca hicieron mucho más que eso en su función, aún siendo jóvenes.

Es entendible y absolutamente normal el hecho de que los años traigan consigo cansancio, decaimiento, y una decadencia en el rendimiento general, en todo sentido, de las personas. Pero hay actitudes que nada tienen que ver con los años, y sí mucho con la forma de ser. Hay una plataforma importante de funcionarios que entraron a la Administración Pública en el período pos-dictadura (otros durante), la mayoría bajo el modelo de “amiguismo político” –forma de ingreso de lo más normal en esos años-, que forman parte del modelo de Institución vetusta y cansina de antaño, y que no tienen interés alguno en ser miembros activos de una renovación del aparato Estatal. Si uno les pregunta, te lo dicen con total normalidad y sin tapujo alguno; ellos quieren que los dejen tranquilos hasta que les llegue el momento de retirarse. –Qué se encarguen los jóvenes de eso- disparan.

Como forma de combatir este fenómeno, las autoridades de turno parecen haber decidido dejarlos estar –Let it be, como dice el amigo Paul, el cual está próximo a visitarnos y del que anoche me acabo de enterar que no es el original CLIC AQUÍ (pero bueno, eso es arena de otro costal)- pero al mismo tiempo han abierto, mediante un sin fin de concursos, las puertas del Estado, a fin de, dicho en términos automovilísticos, renovar la flota. Está entrando mucha gente joven y bien preparada a la Administración Pública, y en teoría con ganas de hacer cosas. Pero lo que no parecen estar viendo las autoridades de turno, es que si no se inventa un mecanismo rápido y efectivo para subsanar las injusticias funcionariales que mencionamos anteriormente, vamos inexorablemente a caer en la misma rosca. Los nuevos funcionarios notan inmediatamente que ganan lo mismo o menos que los viejos que no hacen nada, y por decantación, en poco tiempo pierden su entusiasmo. La Administración se acaba de ganar así, un nuevo funcionario improductivo, que pasará seguramente toda su larga carrera administrativa, tratando de hacer lo menos posible.


SUELDO BAJOS, BENEFICIOS ALTOS

En líneas generales, se podría decir que los sueldos de la mayoría de los Organismos del Estado, si bien han aumentado considerablemente en los dos últimos períodos de gobierno, siguen siendo bajos, o por lo menos, insuficientes.

Pero a ver, acá considero pertinente hacer una aclaración importante. Los sueldos son bajos para la gente que realmente trabaja y cumple correctamente su función. No así para los otros. Para esos funcionarios parásitos de los que hemos estado hablando, los sueldos no solo son altos, sino injustificados. Se cae de su peso el hecho de que con el dinero que se “pierde” pagándole un sueldo a tanta gente por no hacer nada, bien podría beneficiarse a los que sí hacen. Pero bueno, todos sabemos que este tipo de medidas no son para nada sencillas dentro del aparato público.

Lo que sí hay en casi toda la Administración Pública, supongo como forma de paliar la precariedad de los salarios, son ciertos beneficios para nada desdeñables, que básicamente tienen que ver con licencias, días libres extraordinarios, facilidades para las personas que desean estudiar, muchos días feriados, una carga horaria no demasiado exigente, la posibilidad de un horario de trabajo elástico, etc. Cierto es que de poco sirven los beneficios de este tipo a la hora de pagar las cuentas, pero también cierto es, que ellos nos dan la posibilidad de realizar otro tipo de emprendimientos personales, al mismo tiempo que tenemos el cargo público. En la mayor parte de los trabajos privados los sueldos no son mucho mejores, y encima nos consumen todo nuestro tiempo y energía.


CRÍTICAS CIUDADANAS A LOS FUNCIONARIOS PÚBLICOS

Empecé este artículo diciendo justamente que fui y soy una de esas personas que critican a los funcionarios públicos, y a la Administración Pública en general. Lo hago, aún estando dentro del sistema a criticar. Pero hay un fenómeno social que no por consabido deja de provocarme cierta hilaridad y algo de rechazo.

No se necesita ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que la percepción general de la ciudadanía con respecto a los funcionarios públicos es, por lo menos, de disconformidad. Que pasan de paro; que trabajan poco; que tienen muchos beneficios; que son inamovibles; que nosotros les pagamos el sueldo; entre otros, son algunas de las sentencias que emite el ciudadano común, cuando se refiere al funcionario público. Al menos yo no he tenido la oportunidad de dialogar con una persona que nos de para adelante. Pero aquí viene la contradicción. De esa enorme masa de población que critica, algunas personas tienen la posibilidad de ingresar a algún Organismo del Estado, y de hecho lo hacen. Lo que sucede a continuación en la inmensa mayoría de estas situaciones, es exactamente lo que traté de explicar al principio del artículo. Esas personas criticonas, luego de estar dentro, se convierten como por arte de magia, en seres de la misma calaña de los que hasta hace poco criticaban. ¿Entonces de qué se trata todo esto?

Todo el mundo critica al funcionario público, pero a su vez todo ese mismo mundo está deseoso de poder ser funcionario público, para mimetizarse con el entorno. No me queda entonces otra, que pensar que la envidia y la hipocresía son sentimientos que campean a sus anchas, en nuestra sociedad. ¿Será entonces que el aparato público no es otra cosa que un micro-mundo que representa y refleja a la sociedad en su conjunto? Si es así queridos compatriotas, nuestro país está jodido y lo va a estar por siempre, sin importar el color de la bandera de quien esté en el gobierno de turno.


INTERFERENCIA EXTRA

Hay un elemento que considero tiene mucho que ver, en el hecho de la falta de productividad del funcionario público. Un elemento que es relativamente nuevo en la sociedad, y que creo no está adecuadamente instrumentado, como para garantizar más beneficios que pérdidas a las Instituciones.  Este elemento es INTERNET.

Es innegable el hecho de que Internet es, hoy en día, una herramienta absolutamente imprescindible en cualquier oficina del Estado. Cada vez son menos las tareas que no necesitan una conexión a la Red para poder realizarse, y por ende la dependencia de las oficinas públicas (y privadas) a ella, ha aumentado en los últimos años de manera exponencial. Pero el problema no es Internet, sino el uso que de ella se hace. Y volvemos al principio.

El uso de Internet y de sus hijas más famosas, las Redes Sociales, por algún motivo ha quedado, en la mayoría de las oficinas públicas, librado al criterio de los funcionarios. Y adivinen qué sucede: se abusa. No sé cuál sería la distracción de los funcionarios públicos que nos precedieron, en épocas en que ni siquiera se soñaba con que este maravilloso instrumento existiera, pero lo cierto es que hoy, Facebook (por nombrar a la más importante), es la estrella de las oficinas públicas. Me consta que hay funcionarios que pasan varias horas de su jornada laboral, realizando expediciones  para nada furtivas a este mundo virtual; viendo fotos, videos, comentando, publicando cosas, etc.

Y ustedes queridos amigos se preguntarán, ¿y los controles dónde están? Pues no están. No voy a ponerme a repetir todo lo que argumenté al principio sobre este tema, ya que creo haber sido bastante explícito al respecto. Lo que sí quiero dejar bien en claro, es que desde mi modesto punto de vista, no sería mala cosa prohibir el uso de esa, y de redes sociales similares, en las oficinas públicas. Primero, porque nada tienen que ver con el trabajo, y segundo porque la dependencia psicológica que ellas generan en las personas, atenta directamente contra la eficiencia de los funcionarios. Lamentablemente, como expliqué al principio, las personas no somos capaces de auto-controlarnos, a fin de hacer un uso moderado de los beneficios y recursos que se nos otorgan, por lo que la única solución viable parece ser la quita de los mismos.


CONCLUSIÓN

Quise con este artículo, estimados lectores, hacer un análisis con cierto grado de profundidad sobre el tema de la Administración Pública, con especial hincapié en el factor humano, que es en definitiva el que lo compone. Soy conciente de que he sido bastante tajante y duro en muchas de las apreciaciones que he hecho, pero es que no encontré otra manera de hacerlas. Considero que hay temas de carácter social que nos competen a todos los ciudadanos, y en los que no se puede andar maquillado los conceptos a fin de que suenen menos dramáticos.

El aparato público Uruguayo es enorme y costoso, en relación a su población. El problema es que su efectividad no está de acuerdo con su tamaño, y ese desajuste lo pagamos de nuestro bolsillo, todos los contribuyentes. Tan simple como eso. Algo similar a lo que ocurre en las Fuerzas Armadas; es mucha gente para el poco trabajo que hay. Pero el tema es que esa gente, haya trabajo o no, cobra su sueldo todos los meses.

No es un problema sencillo de resolver ya que hay muchos y diferentes intereses involucrados en el tema. Los sindicatos defienden a capa y espada (a veces con razón y a veces sin ella), a todos los funcionarios. El sector privado, a pesar de haber tenido un crecimiento sostenido en estos últimos años, aún no está en condiciones de absorber al excedente público. La redistribución entre Organismos del Estado aún no está bien aceitada, y por ende conlleva una enorme cantidad de instancias administrativas, que en los hechos, la hacen prácticamente inviable. Y de fondo, la idiosincrasia uruguaya hace que las personas que acceden a un empleo público, no lo tomen con la responsabilidad que deberían.

Pienso que vamos a ir mejorando con el paso del tiempo, aunque también pienso que este tiempo no va a ser corto. La profesionalización de los funcionarios públicos debería, al igual que la educación, la economía, las relaciones internacionales, etc., incluirse en la agenda del Estado y hacer de ella un compromiso de carácter político, con todos los agentes que lo componen. No puede más quedar librado al gobierno de turno, porque sino estaremos dando pasos para adelante y para atrás, por siempre.

martes, 3 de abril de 2012

YO SUICIDA

Por Hernán Barrios



Hoy empecé a escribir un artículo sobre un hombre que había intentado suicidarse, y como me ganó el aburrimiento, terminé tratando de imaginar mi propia partida de este mundo por mano propia. *Antes de que suene la alarma familiar, y mi madre me llame al celular hecha una loca, aclaro que no está en mi horizonte temporal tomar una medida de este tipo. Se trata tan solo de un inocente ejercicio mental para descubrir, de acuerdo a mi personalidad, cual sería la forma más “sana” y menos traumática de terminar con mi vida.

Lo primero que me viene a la mente es en realidad lo que sé que no haría: tirarme desde un edificio. Debo reconocer muy a mi pesar, que en cuestiones de altura soy el ejemplo perfecto de mariconez globalizada a gran escala. Ya cuando sobrepaso los 32 cmts. sobre el nivel del mar, me empiezo a sentir identificado con la “sentáxis” de las canciones de Ricky Martin. *Esta forma comparativa es a título meramente ilustrativo; se solicita a la parcialidad no tomarla en forma literal. El tema en cuestión es que desde chico fui jodido para las alturas, pero la cosa ha ido empeorando con el paso de los años. En mi viva cotidiana trato disimuladamente de evitar cualquier situación que implique tener que despegarme del piso; lo hago haciéndome el distraído, mandando a otro, o directamente despareciendo de escena. Pero cuando no tengo forma de zafar, me veo obligado a recurrir al 100% de mi voluntaria racionalidad para que le gane la parada a mi vértigo, (cosa que por cierto, generalmente a duras penas consigue) y poder así llevar a cabo la tarea. En definitiva, lo último que se me ocurriría para matarme sería subirme a lo alto de un rascacielos, ya que seguramente perdería el conocimiento en la subida nomás.

Otro método que no me cae muy en gracia a la hora de pasar a mejor vida, es la inmersión. Realmente admiro a las personas esas que arrancan muy panchas desde la orilla a caminar mar adentro, y siguen nomás hasta que pasan al otro lado (entiéndase: mueren). ¡Eso sí que es voluntad, muchacho! ¡Hay que ser muy guapo para matarse despacito! Porque una cosa es juntar la fuerza suficiente para subir y tirarse desde un edificio, ya que una vez que estás en el aire no tenés chance de echarte atrás. Pero otra muy distinta es seguir chupando H2O hasta quedar panzón. El agua en sí no me asusta (tampoco crean que soy un eximio nadador, pero más o menos me revuelvo). Ahora eso de andar tragando más de la cuenta, me da como “impresión”. *Capaz que tendría que preguntarle también a Ricky. Este… perdón por el comentario. Bueno, descarto también el tema de matarme tomando agua.

La muerte por balazo en la cabeza directamente me da asco. Y no es asco propio, ya que seguramente no voy a ser yo el que vea mis tripas mentales desparramadas por todos lados, sino por los demás. ¿Qué necesidad tengo de someter a extraños (o pero aún a mi familia) a tener que presenciar semejante desagradable espectáculo? Eso por un lado, y por otro me da como miedo el hecho de no lograr el objetivo en el primer disparo, y encima no quedar conciente para efectuar el segundo. Es bastante común escuchar en los medios que una persona intentó suicidarse de un disparo en la boca, y que no solo no se mató, sino que quedó tarado, o físicamente discapacitado para toda la vida. Eso ya es el colmo de la saladura. Así que a menos que consiga dispararme con una bazuca o un cañón (cosa que seguramente será algo complicado), no voy a utilizar tampoco este medio para palmar.

Ahorcarme… no. Primero que nada está el tema del vértigo del cual hablé al principio. Sería un papelón subirme a algún lado para ahorcarme, y desmayarme antes de enrollarme la cuerda en el cogote. Y además es medio complicado el tema del nudo. Tendría que ponerme a buscar en Internet diferentes formas de hacer nudos, o sino pedirle a alguien que me enseñe. Esto último ya despertaría sospechas acerca de mis intenciones, así que lo descarto de plano. Y para aprender a hacer un nudo que sea realmente efectivo y me apriete el gañote fuerte y rápido hasta matarme, y no que tan solo me de un poco de tos, no me tengo mucha fe. Realmente nunca he sido demasiado bueno en lo que a cuestiones manuales se refiere.

Bueno, después tenemos dos formas de exterminio corporal que están socialmente ligadas al sexo femenino, las pastillas y la clásica cortada de venas. Que no se me enojen las chicas con este comentario pero, que forma de matarse más trucha. ¡No jodan ché! Todos sabemos que esa truchada no es para matarse sino para llamar la atención. Es una alerta diríamos. Así que de acuerdo a lo dicho, si alguna vez tomo la decisión de dejar este mundo cruel, no voy a optar por ninguna de estas dos formas, ya que en caso de que por casualidad me muera, voy a demorar una vida en hacerlo, y en caso de que quede vivo (que es lo más probable), me van a asociar definitivamente con el sexo femenino, y mi vida de ahí en más, será seguramente peor que antes. Por lo tanto, opción no válida.


AHORA SÍ, DESPUÉS DE TENER CLARO LO QUE NO HARÍA, ME VOY A ABOCAR A PENSAR ALGUNA ESTRATEGIA QUE SEA CONVENIENTE A MIS INTENCIONES.

Ya sé. Hasta nombre importante tiene: Muerte por intoxicación debido a la ingesta desmedida de alcohol y sustancias afines. Es fácil de implementar y encima te sentís de maravilla hasta que perdés el conocimiento; y después derechito al cielo (o a donde sea, pero derechito). Como forma de matarme es una garantía de calidad, si hasta tendría que estar certificada por el LATU. Y a la alegría que ya de por sí da agarrarse una buena y mortal curda, le puedo agregar un condimento extra que son algunas locas. Seguro botija, si ya tenés decidido mandar el mundo a la mierda, que sea a todo trapo. ¿Qué tu señora y/o novia no te lo va a perdonar jamás? Y qué importa si jamás se van a volver a ver (al menos por estos pagos terrenales); y si pasado el tiempo te la llegas a encontrar en otro sitio, seguro ya habrás tenido tiempo de inventar alguna excusa perfecta.
Otra buena es por indigestión con tortas fritas con dulce de leche y vino tinto caliente. Esa es fácil y hasta cierto punto (de la ingesta) satisfactoria. Compro 4 o 5 kilos de harina y demás ingredientes, 2 de dulce de leche, una damajuana de vino tinto lija, y me pongo a freír a toda llama. Y le entro a dar nomás: una torta, un vaso de vino. Es recomendable irlas comiendo a medida que las voy sacando del tacho, así están bien calentitas y con toda la grasa pegada; seguramente voy a necesitar una cantidad menor de tortas para estirar la pata. Ojo, todo va a depender de mi masa corporal, pero las estadísticas indican que no voy a necesitar más de 40 o 50 tortas. Una pavada.

Una que es rápida y segura, es mediante la explosión de bombitas brasileras en la bañera. Ta… reconozco que no es tan placentera como las otras, pero si la cantidad de pólvora es suficiente (digamos unas 5 o 6 mil bombitas) pasaré a mejor vida algo chamuscado, pero divertido. Estoy pensando además en darle un toque navideño a la inmolación, colgando algunos globos y armando un arbolito de navidad en el baño. Y como toque final, capaz que hasta descorcho un buen champagne antes de encender la mecha. Me gustó.

Pensando en las cosas que me dan placer, se me ocurrió una que tiene que ver con la música y que la podría titular como: muerte por aplastamiento pentagramal. No es muy práctica, algo costosa, y también algo complicada de implementar, pero yo creo que con un poco de ingenio y buena voluntad puede llegar a dar buenos resultados. Se trata simplemente de dejar caer un instrumento musical a elección desde algo así como un décimo piso (o superior), sobre mi cabeza. Quizás la mayoría estén pensando en un piano de cola, ya que todos sabemos de las condiciones aplastatorias que este noble instrumento tiene. Pero es algo difícil de conseguir y de colocar en el lugar apropiado a mis mortuorias intenciones. Por eso yo creo que como al instrumento que sea lo voy a dejar caer desde una altura por demás considerable, no va a ser necesario usar uno tan grande. A mi me parece que con un saxofón va a ser suficiente. Es un instrumento fácil de transportar y bastante pesadito como para que a alta velocidad, se me incruste en el marote como perico por su casa.

Y bueno, deben haber muchas más maneras de, llegado el caso, quitarme la vida sin tener que sufrir por ello. Meter la cabeza debajo del capot de un Ford Falcon modelo 78 y dejarlo caer. Eso es decapitación en fija. O ir hasta el puente de Fray Bentos en tanga y con una careta de Tabaré Vázquez, y meterme en plena manifestación llevando en alto una pancarta que diga “Arriba las papeleras”. Eso es muerte por ingesta de puños. ¡Ta buena! Y la dejo por acá.

Si alguno de ustedes quiere darme una mano mediante comentario con la elección de mi supuesto suicidio, bienvenida sea. Sino, tampoco me voy a morir por ello.


Les dejo un video de Les Luthiers relacionado con el tema: LOS SUICIDAS