VERDADES Y MENTIRAS DETRÁS DEL MITO
Antes de entrar en la administración pública y seguramente arrastrado por la creencia popular, pensaba, como casi todo el mundo, que la mayor parte de los funcionarios Estatales pasaba su larga existencia laboral, tratando a toda costa de hacer lo menos posible. Luego, una vez que estuve dentro, lo confirmé.
Y ya que estoy en plan de “cortar grueso” voy a ir un poco más allá y a disparar,
sin miedo a equivocarme, la siguiente sentencia: “si en todas las dependencias del Estado se da la misma relación trabajo
efectivo/hombre que en la mía, el aparato público podría funcionar
perfectamente, mejorando esa relación, con la mitad de su plantilla actual de
trabajadores”.
¿Pero
por qué sucede esto? ¿Cuáles son las causas de que la mayoría de los empleados
públicos caigan en esta suerte de actitud parasitaria, de la cual no parecen
emerger grandes beneficiarios, sino más bien todo lo contrario? ¿En qué parte
del proceso está el detonante, –si es que lo hay- de que alguien que desde fuera
despotrica a más no poder contra la ineficiencia de los empleados públicos,
luego, estando dentro, se convierta de la noche a la mañana exactamente en eso
que criticaba?
Hace
algunos años, cuando comencé a estudiar publicidad y tenía un empleo privado,
un profesor contó que de joven había trabajado un par de años en un Organismo Público
(no recuerdo en cual), pero que un buen día decidió renunciar porque no
soportaba más, el ver que la mayoría de sus compañeros no quería nada con el
trabajo, y que como consecuencia de esto las tareas de los pocos que sí
trabajaban, se veían sustancialmente incrementadas. Eso, además de que éstos
últimos eran maltratados por los primeros, por dejarlos en evidencia. Recuerdo
que en ese momento me pareció una exageración de su parte, el hecho de que este
señor hubiera renunciado a un empleo seguro, por semejante simpleza. Tuvieron
que pasar unos cuántos años y algunas experiencias laborales, para llegar al
punto de poder entender lo que aquel profesor intentó transmitirnos.
EL SER
HUMANO
A mi
ver, este tema de la función pública tiene varias puntas, pero creo que en el
fondo de la cuestión hay un núcleo común que es
inherente al ser humano, potenciado además por un antiquísimo arraigo cultural,
que no va a poder ser cambiado en el corto plazo, por más esfuerzo
administrativo que se haga. Este núcleo es el hecho de que las personas –en
líneas generales-, tenemos tendencia a sacar ventaja, empujar límites y evitar
reglas. Se ve claramente en los niños pequeños, cuando tratan a toda costa de
empujar más y más, los límites que sus padres les marcan. Las Instituciones nos
van enseñando metódicamente a lo largo de nuestro desarrollo, a acatar reglas,
a fin ser miembros activos y útiles de la sociedad, pero claro está que no lo
consiguen del todo. Siempre queda dentro de nosotros, reprimida y a la espera
de la menor oportunidad, esa chispa que nos hará en determinadas situaciones,
intentar sacar alguna ventaja personal. Esa chispa encuentra dentro de las
Instituciones del Estado, por motivos que inmediatamente analizaremos, campo
fértil para chisporrotear a su antojo, y muchas veces, hasta para armar una
gran fogata.
De esa
plataforma partimos todos, y sobre ella se basan todas las actividades que
realizamos en la vida. Luego están las diferencias individuales, que nos hacen
sacar más o menos rédito a nuestro favor (y en contra de otros por supuesto),
seguir más o menos los lineamientos que se nos marcan, cumplir de mejor o peor
manera las tareas que se nos asignan, etc. Los matices en este sentido son
tantos como la cantidad de personas, pero mi experiencia personal laboral no
hace otra cosa que indicarme, lamentablemente, que son bastantes más las
personas que van a intentar hacer su tarea de una forma fácil y rápida (sin
mencionar a un porcentaje importante que directamente intentará no hacerla),
que los que procurarán realizarla de la mejor manera posible.
Debido
a lo dicho anteriormente, parece ser que las personas necesitamos, a fin de
cumplir de forma relativamente adecuada con los preceptos que se nos marcan,
que dichos preceptos se nos recuerden con cierta frecuencia, y preferentemente
bajo forma de amenaza. Con ese fin (entre otros), es que existen en todas las
instituciones, las diferentes jerarquías. Los jefes están, además de para
decirnos lo que tenemos que hacer y de qué manera hacerlo, para intrínsecamente
recordarnos que de no cumplir con nuestra tarea, recibiremos una sanción. Podemos
darle muchas vueltas al asunto jerárquico, pero básicamente el resumen es ese.
Bueno,
una de las mayores falencias que tiene la Administración
Pública , es que los jefes no cumplen su función. Y no la
cumplen porque por encima de ellos hay otros jefes que tampoco la cumplen. Y
así sucesivamente, hasta llegar a la inequívoca conclusión de que por encima de
todos, no hay jefe. Es decir que, a diferencia de lo que sucede en una empresa
privada, la cual tiene un dueño que vela por sus intereses comerciales y
económicos, y que en última instancia va a tomar las decisiones que sean necesarias
para optimizar sus recursos, en la Administración
Pública esta figura no existe. Nadie es dueño de UTE, de OSE
o de la Universidad
de la República. Son
organismos que si bien tienen autoridades que forman órganos, que a su
vez deciden sobre el funcionamiento de dichas entidades, nadie deja en
definitiva de ser empleado. Y más importante aún, nadie deja de cobrar su
sueldo a fin de mes, si la empresa no recauda lo suficiente, o si sus recursos
están mal administrados. Esta sensación acéfala que campea por los pasillos de
las Instituciones del Estado, es uno de los mayores problemas que las acechan,
porque en el fondo, y a falta de una figura última que sea capaz de poner en
riesgo nuestra estabilidad laboral, queda todo librado a la voluntad individual,
que como vimos al principio del artículo, no es una de nuestras mayores
virtudes.
Se da
en todos los trabajos, pero en los públicos tiene un efecto mucho más
devastador, porque la “manzana podrida” continúa en el cajón hasta que las
fuerzas de la naturaleza la hacen desaparecer (entiéndase se jubila, o se
muere). Generalmente nadie toma cartas en el asunto, ya que el hecho de
intentar sacarla, implica una serie de larguísimos y complicados trámites
administrativos, en los cuales casi nadie intenta siguiera involucrarse. El
efecto contagio es inevitable.
Las
“manzanas podridas” son funcionarios que generalmente están atornillados en su
cargo público desde tiempos remotos, que van a su lugar de trabajo (cuando van),
solo a esperar que sea la hora de volver a sus casas, y que no hacen
absolutamente nada productivo en la función. Dicha improductividad los lleva a
ser removidos de puestos u oficinas donde hay mucho trabajo y por ende se
necesitan funcionarios proactivos, y delegados a lugares donde haya poco y nada
para hacer. Con esto la administración logra, que por lo menos no entorpezcan
el funcionamiento general de la
Institución. ¡Pero qué paradoja no! Lo que en teoría debería
ser un castigo por inútil, termina siendo un premio por vivo. Fácil es imaginar
que el efecto de putrefacción que esta medida produce en el resto de los
funcionarios, es de grandes dimensiones. ¿Quién va a querer esforzarse en la
función, si el premio se lo dan al que menos hace? Cobrar lo mismo por hacer
menos, es definitivamente, un buen negocio.
Por
otro lado hay también un efecto de putrefacción parecido al anterior, que
podría definirse bastante acertadamente, con esta frase: -como nadie hace nada, yo tampoco.
Me
consta que hay muchas personas que entran a la Administración
Pública con buena energía y ganas de trabajar. Gente joven
que quizás viene de trabajos privados, y para los cuales el hecho de acceder a
un trabajo público, con los beneficios que ello implica, es sin duda una mejora
importante. Lo malo es que una vez dentro, comienzan inevitablemente a ganar
importancia las injusticias y desigualdades entre funcionarios, y a perder
terreno los beneficios, que en un principio podían parecer maravillosos. A la
corta o a la larga, la mayoría de estas personas que en un principio tenían
muchas ganas, comienzan a perder interés y a ser digeridas, lenta pero
inexorablemente, por el gigantesco monstruo de la apatía. Por otro lado, los
que se resisten y luchan contra el sistema, los que tratan de no perder las
ganas primitivas y ponen todo de sí para hacer bien su trabajo, terminan
sobrecargados, estresados y hasta muchas veces, enfermos. Una injusticia más de
las tantas que se pueden ver, sin mucho esfuerzo, en la Administración
Pública.
Otro
problema importante que tiene para resolver el Estado, si quiere mejorar la
eficiencia de sus Instituciones, es el tema de la gran cantidad de funcionarios
de edad avanzada, con que cuenta entre sus filas. No me atrevo a dar cifras,
pero me consta que el porcentaje es bastante abultado. Para ser sincero, no
creo que el problema sea en realidad la edad más o menos avanzada del
funcionario, ya que conozco algunos veteranos que trabajan incluso más que muchos jóvenes. Creo sí que la
Administración se enfrenta a un número importantísimo de
personas que ahora son veteranas, y que sólo ocupan su puesto de trabajo, con
el único propósito de ver pasar, ansiosos, los pocos años que les restan para
la jubilación, pero que en realidad nunca hicieron mucho más que eso en su
función, aún siendo jóvenes.
Es
entendible y absolutamente normal el hecho de que los años traigan consigo
cansancio, decaimiento, y una decadencia en el rendimiento general, en todo
sentido, de las personas. Pero hay actitudes que nada tienen que ver con los
años, y sí mucho con la forma de ser. Hay una plataforma importante de
funcionarios que entraron a la Administración
Pública en el período pos-dictadura (otros durante), la mayoría bajo el
modelo de “amiguismo político” –forma de ingreso de lo más normal en esos
años-, que forman parte del modelo de Institución vetusta y cansina de antaño,
y que no tienen interés alguno en ser miembros activos de una renovación del
aparato Estatal. Si uno les pregunta, te lo dicen con total normalidad y sin
tapujo alguno; ellos quieren que los dejen tranquilos hasta que les llegue el
momento de retirarse. –Qué se encarguen
los jóvenes de eso- disparan.
Como
forma de combatir este fenómeno, las autoridades de turno parecen haber
decidido dejarlos estar –Let it be,
como dice el amigo Paul, el cual está próximo a visitarnos y del que anoche me
acabo de enterar que no es el original CLIC AQUÍ (pero bueno, eso es arena de otro
costal)- pero al mismo tiempo han abierto, mediante un sin fin de concursos,
las puertas del Estado, a fin de, dicho en términos automovilísticos, renovar
la flota. Está entrando mucha gente joven y bien preparada a la Administración
Pública , y en teoría con ganas de hacer cosas. Pero lo que no
parecen estar viendo las autoridades de turno, es que si no se inventa un
mecanismo rápido y efectivo para subsanar las injusticias funcionariales que mencionamos
anteriormente, vamos inexorablemente a caer en la misma rosca. Los nuevos
funcionarios notan inmediatamente que ganan lo mismo o menos que los viejos que
no hacen nada, y por decantación, en poco tiempo pierden su entusiasmo. La Administración se
acaba de ganar así, un nuevo funcionario improductivo, que pasará seguramente
toda su larga carrera administrativa, tratando de hacer lo menos posible.
SUELDO
BAJOS, BENEFICIOS ALTOS
En
líneas generales, se podría decir que los sueldos de la mayoría de los
Organismos del Estado, si bien han aumentado considerablemente en los dos
últimos períodos de gobierno, siguen siendo bajos, o por lo menos,
insuficientes.
Pero a
ver, acá considero pertinente hacer una aclaración importante. Los sueldos son
bajos para la gente que realmente trabaja y cumple correctamente su función. No
así para los otros. Para esos funcionarios parásitos de los que hemos estado
hablando, los sueldos no solo son altos, sino injustificados. Se cae de su peso
el hecho de que con el dinero que se “pierde” pagándole un sueldo a tanta gente
por no hacer nada, bien podría beneficiarse a los que sí hacen. Pero bueno,
todos sabemos que este tipo de medidas no son para nada sencillas dentro del
aparato público.
Lo que
sí hay en casi toda la Administración
Pública , supongo como forma de paliar la precariedad de los
salarios, son ciertos beneficios para nada desdeñables, que básicamente tienen
que ver con licencias, días libres extraordinarios, facilidades para las
personas que desean estudiar, muchos días feriados, una carga horaria no
demasiado exigente, la posibilidad de un horario de trabajo elástico, etc. Cierto
es que de poco sirven los beneficios de este tipo a la hora de pagar las
cuentas, pero también cierto es, que ellos nos dan la posibilidad de realizar
otro tipo de emprendimientos personales, al mismo tiempo que tenemos el cargo
público. En la mayor parte de los trabajos privados los sueldos no son mucho
mejores, y encima nos consumen todo nuestro tiempo y energía.
CRÍTICAS
CIUDADANAS A LOS FUNCIONARIOS PÚBLICOS
Empecé
este artículo diciendo justamente que fui y soy una de esas personas que
critican a los funcionarios públicos, y a la Administración
Pública en general. Lo hago, aún estando dentro del sistema a
criticar. Pero hay un fenómeno social que no por consabido deja de provocarme
cierta hilaridad y algo de rechazo.
No se
necesita ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que la percepción general
de la ciudadanía con respecto a los funcionarios públicos es, por lo menos, de
disconformidad. Que pasan de paro; que trabajan poco; que tienen muchos
beneficios; que son inamovibles; que nosotros les pagamos el sueldo; entre
otros, son algunas de las sentencias que emite el ciudadano común, cuando se
refiere al funcionario público. Al menos yo no he tenido la oportunidad de
dialogar con una persona que nos de para adelante. Pero aquí viene la
contradicción. De esa enorme masa de población que critica, algunas personas
tienen la posibilidad de ingresar a algún Organismo del Estado, y de hecho lo
hacen. Lo que sucede a continuación en la inmensa mayoría de estas situaciones,
es exactamente lo que traté de explicar al principio del artículo. Esas
personas criticonas, luego de estar dentro, se convierten como por arte de
magia, en seres de la misma calaña de los que hasta hace poco criticaban.
¿Entonces de qué se trata todo esto?
Todo
el mundo critica al funcionario público, pero a su vez todo ese mismo mundo
está deseoso de poder ser funcionario público, para mimetizarse con el entorno.
No me queda entonces otra, que pensar que la envidia y la hipocresía son
sentimientos que campean a sus anchas, en nuestra sociedad. ¿Será entonces que
el aparato público no es otra cosa que un micro-mundo que representa y refleja
a la sociedad en su conjunto? Si es así queridos compatriotas, nuestro país
está jodido y lo va a estar por siempre, sin importar el color de la bandera de
quien esté en el gobierno de turno.
INTERFERENCIA EXTRA
Hay un
elemento que considero tiene mucho que ver, en el hecho de la falta de
productividad del funcionario público. Un elemento que es relativamente nuevo
en la sociedad, y que creo no está adecuadamente instrumentado, como para garantizar
más beneficios que pérdidas a las Instituciones. Este elemento es INTERNET.
Es
innegable el hecho de que Internet es, hoy en día, una herramienta
absolutamente imprescindible en cualquier oficina del Estado. Cada vez son
menos las tareas que no necesitan una conexión a la Red para poder realizarse, y
por ende la dependencia de las oficinas públicas (y privadas) a ella, ha
aumentado en los últimos años de manera exponencial. Pero el problema no es
Internet, sino el uso que de ella se hace. Y volvemos al principio.
El uso
de Internet y de sus hijas más famosas, las Redes Sociales, por algún motivo ha
quedado, en la mayoría de las oficinas públicas, librado al criterio de los
funcionarios. Y adivinen qué sucede: se abusa. No sé cuál sería la distracción
de los funcionarios públicos que nos precedieron, en épocas en que ni siquiera
se soñaba con que este maravilloso instrumento existiera, pero lo cierto es que
hoy, Facebook (por nombrar a la más importante), es la estrella de las oficinas
públicas. Me consta que hay funcionarios que pasan varias horas de su jornada
laboral, realizando expediciones para
nada furtivas a este mundo virtual; viendo fotos, videos, comentando,
publicando cosas, etc.
Y
ustedes queridos amigos se preguntarán, ¿y los controles dónde están? Pues no
están. No voy a ponerme a repetir todo lo que argumenté al principio sobre este
tema, ya que creo haber sido bastante explícito al respecto. Lo que sí quiero
dejar bien en claro, es que desde mi modesto punto de vista, no sería mala cosa
prohibir el uso de esa, y de redes sociales similares, en las oficinas públicas.
Primero, porque nada tienen que ver con el trabajo, y segundo porque la
dependencia psicológica que ellas generan en las personas, atenta directamente
contra la eficiencia de los funcionarios. Lamentablemente, como expliqué al
principio, las personas no somos capaces de auto-controlarnos, a fin de hacer
un uso moderado de los beneficios y recursos que se nos otorgan, por lo que la
única solución viable parece ser la quita de los mismos.
CONCLUSIÓN
Quise
con este artículo, estimados lectores, hacer un análisis con cierto grado de
profundidad sobre el tema de la Administración
Pública , con especial hincapié en el factor humano, que es en
definitiva el que lo compone. Soy conciente de que he sido bastante tajante y
duro en muchas de las apreciaciones que he hecho, pero es que no encontré otra
manera de hacerlas. Considero que hay temas de carácter social que nos competen
a todos los ciudadanos, y en los que no se puede andar maquillado los conceptos
a fin de que suenen menos dramáticos.
El
aparato público Uruguayo es enorme y costoso, en relación a su población. El
problema es que su efectividad no está de acuerdo con su tamaño, y ese
desajuste lo pagamos de nuestro bolsillo, todos los contribuyentes. Tan simple
como eso. Algo similar a lo que ocurre en las Fuerzas Armadas; es mucha gente
para el poco trabajo que hay. Pero el tema es que esa gente, haya trabajo o no,
cobra su sueldo todos los meses.
No es
un problema sencillo de resolver ya que hay muchos y diferentes intereses
involucrados en el tema. Los sindicatos defienden a capa y espada (a veces con
razón y a veces sin ella), a todos los funcionarios. El sector privado, a pesar
de haber tenido un crecimiento sostenido en estos últimos años, aún no está en
condiciones de absorber al excedente público. La redistribución entre
Organismos del Estado aún no está bien aceitada, y por ende conlleva una enorme
cantidad de instancias administrativas, que en los hechos, la hacen
prácticamente inviable. Y de fondo, la idiosincrasia uruguaya hace que las
personas que acceden a un empleo público, no lo tomen con la responsabilidad
que deberían.
Pienso
que vamos a ir mejorando con el paso del tiempo, aunque también pienso que este
tiempo no va a ser corto. La profesionalización de los funcionarios públicos
debería, al igual que la educación, la economía, las relaciones
internacionales, etc., incluirse en la agenda del Estado y hacer de ella un
compromiso de carácter político, con todos los agentes que lo componen. No
puede más quedar librado al gobierno de turno, porque sino estaremos dando
pasos para adelante y para atrás, por siempre.
1º espero que no pierdas el entusiasmo.
ResponderBorrar2º espero desembarcar pronto.
3º comparto, con alguna tonalidad el 99%.
4º me atrevo a sugerir: a) la VIII prueba del cesar impuesta a Asterix (Obtener la forma A-38) y "14 preguntas" de La Chancha (la chancha a la carta)
5º gracias a una red social destrabaron las revistas ORSAI del puerto de BS.AS.
6º la institucionalización creo es inevitable por eso voy a renunciar.
7º descanso como en la Biblia.
1- Yo también lo espero.
Borrar2- Que así sea.
3- ¿Tonalidad mayor o menor?
4- La segunda sugerencia ya la tomé. La primera aún no.
5- Si, ¿y?. ¿No me digas que fueron los funcionarios públicos argentinos actuando en masa y en horario de trabajo los que lograron tamaña hazaña? Además yo no estoy en contra de las redes sociales ni mucho menos, solo del mal uso que de ellas se hace.
6- Me parece bien que lo hagas. En tu caso seguro es la mejor opción.
7- ¿En paz? Lo siento mucho.
Gracias estimado por pasar.
Saludos.
Se nota que sos un tipo que piensa. Gracias por este artículo. Tengo que releer para ver mis matices pero la sensación que tuve mientras leía el artículo fue de empatía.
ResponderBorrarOtra cosa que me llama la atención es el gasto generado en las oficinas públicas (gas, luz, papel, toner, agua, teléfono, etc) pensando que el Estado es alguien más que paga las facturas: El Estado somos todos, pero no tiene presencia física, como el jefe. Por otro lado están los concursos de ascenso. Nadie capacita a los mandos medios, las jefaturas y direcciones, ni nadie evalúa las capacidades de las personas que concursan. Tampoco nadie evalúa la gestón de los antes mencionados. Por esas y otras razones, terminan existiendo jefes inimaginables. No viste la serie "the office", bueno, así.
Espero no rendirme; tampoco lo hagas vos.
El tema del uso y abuso de los insumos de las oficinas públicas, incluyendo los servicios, da para hacer otro artículo (con anecdotario incluido), tan o más extenso que éste. Con decirte que conozco gente que carga su celular en el trabajo para no gastar luz en la casa, así que imaginate.
BorrarEstoy de acuerdo contigo en el tema de la capacitación de los cargos de grado. Hasta donde sé, existen concursos que tienen que ver con lo reglamentario, pero ningún curso que instruya a los funcionarios en el arte de dirigir personal. Y con respecto a las evaluaciones funcionales, mejor ni hablo. Son una caricatura.
No vi la serie que decís, pero prometo pegarle una mirada.
Muchas gracias por leer, comentar, y alentar.
Saludos.
Quien es el responsable de esto que denuncias y que estoy completamente de acuerdo. Creo que como se dice "el estado somos todos" y por ese mismo motivo todos somos responsables de esta situación. La padecemos y al mismo tiempo la apañamos, con nuestra indiferenciaa veces nuestra falta de participación porque no tenemos tiempo, porque estamos de paso, tantas escusas nos ponemos a la hora de tener que hacer algo y salir del lugar de la queja.
ResponderBorrarSi es verdad, es dificil luchar para cambiar este sistema, es verdad, pero creo que no nos podemos dar por vencidos, los mecanismos para hacerlo existen y no es sacar por ejemplo la inamovilidad de los empleados publicos como algunos pregonan, diciendo una cosa y otra, desdiciendose desde su lugar de poder...
Durante los 14 años que hace que estoy en la institución pública lucho por no institucionalizarme, creo que en cierta medida lo eh logrado, y tambien te digo que durante el tiempo que este en esta "bendita" Facultad voy a seguir haciendo para que las cosas cambien.
un beso y como te dije, lo prometido es deuda y ahi te va. Giselle
Los responsables somos todos, estoy de acuerdo. La ineficacia de los Organismos Públicos ha existido desde que tengo memoria. ¿Quién no ha tenido que hacer un trámite en alguno de ellos, y ha vuelto encolerizado por haber tenido que hacer una fila de horas, o porque le pidieron un papel que antes no le habían pedido, o porque le faltaba un timbre, o porque nadie encontraba su expediente, etc.? A todos nos ha pasado. ¿Y qué hacemos nosotros desde dentro para que eso no ocurra más? La mayoría, nada. Solo repetir el modelo una y otra vez, para seguirlo perpetuando. El Estado ha estado siempre aquilozado, pastoso, lento, trabado, y creo yo que estamos en tiempos de cambiarlo. El mundo así lo exige y el gobierno tiene la intención; hay que cambiar procedimientos, reglamentos, formatos, incorporar tecnología, y más, pero nada, absolutamente nada de ésto será efectivamente realizable si no cambiamos la cabeza, si no dejamos de mirarnos el ombligo y empezamos a mirar hacia adelante, y nos damos cuenta de una vez por todas de que a mediano y largo plazo, los beneficios generales son más importantes que los particulares.
BorrarMuchas gracias por leer, comentar y compartir.
Muy buen análisis del ambiente Estatal.
ResponderBorrarAl igual que el articulo sobre ANTEL y el ADSL, este tiene, y lamentablemente lo seguirá teniendo, mucha vigencia.
Abrazo.