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miércoles, 6 de enero de 2016

LA MUERTE DEL FANTASMA

Por Hernán Barrios

Desde que recuerdo tuve esas imágenes en la cabeza. Nada claras, por cierto, sino todo lo contrario. Eran mas bien rastros despintados y difusos de un recuerdo muy pero muy lejano. Tanto, que me llevó muchos años componer una imagen mental más o menos sólida, consistente, con algo de textura y con elementos suficientes, como para poder contrastarla con la realidad, o al menos con un relato o historia que encajara en parte, con esa realidad.

Eran tan esquivas, que no fue sino hasta que por otros motivos me vi forzado a someterme a un tratamiento psicológico que incluida una especie de estado hipnótico, que pude, en parte, darles algo más de cuerpo a estas imágenes traslúcidas. Eso fue allá por 1998. Un caserón viejo y lúgubre. Un campo. Árboles grandes. Una puerta de madera vieja y despintada. Algunos animales de granja. Todos estos elementos teñidos por una atmósfera más bien oscura, pastosa, densa, pesada. Con el tratamiento el recuerdo se hizo más claro, pero también más claras se hicieron las sensaciones que de él emanaban. Y no eran buenas sensaciones.


Luego vinieron las preguntas a mis padres y la confirmación de una realidad, que hasta ese momento parecía inventada e hija bastarda de mi imaginación.

El '74 perdía sus últimas plumas y mi padre, en un pueblo con poco trabajo, con un hijo de pocos meses para alimentar, carpintero de profesión pero sin madera para cortar, estoy seguro que muy en contra de sus deseos casi no tuvo otra opción que enrolarse en la Policía. El tenía 27 años; yo 8 meses.

Y aquí es donde las puntas de estas historias, la de mi cabeza y la de la realidad, se juntan y vuelven a ser, en definitiva, la misma historia. El primer destino que le asignan a mi padre y a su familia, compuesta en ese momento por mi madre y por mí, es un destacamento de campaña llamado Paso Lugo. Éste distaba 37 kmts. de Trinidad (el pueblo más cercano), y estaba formado por una casa vieja, con techo de dos aguas y sólo tres habitaciones (oficina, dormitorio y cocina), inserta en un trozo de campo de menos de una hectárea, en el que el policía designado estaba encargado, entre otras cosas, de mantener la quinta, criar algunas gallinas, ordeñar una vaca, y mantener lazos más o menos fraternos con los vecinos del lugar.

Treinta y siete kilómetros en 1974 era mucha distancia. Sobre todo si tenemos en cuenta que para llegar al lugar había que salirse de la Ruta 3, (ruta nacional que estaba en condiciones adecuadas para la época), y hacer 11 kmts. por un camino de tierra sin mantenimiento y por el que no pasaba transporte público alguno. Mi padre me contó que la mayoría de las veces para ir a la ciudad, desandaba esos 11 kmts. en bicicleta, y luego, ya sobre la ruta, se tomaba la ONDA con bicicleta y todo. Cuento esto para tratar de explicar que Paso Lugo era, en definitiva, un lugar remoto y aislado de la civilización, en donde los sonidos de la naturaleza reinaban y los del hombre estaban relegados a un puesto muy secundario.

En ese lugar viví, junto con mi padre y mi madre, cerca de un año de mi entonces corta vida, y de ese lugar venían, como fantasmas del pasado traídos por el viento del recuerdo, las imágenes que algunas veces me quitaban el sueño.

El mes pasado fui sólo a Trinidad e invité a mi padre, mate en mano y bajo el sol de una mañana de domingo, a volver a Paso Lugo. Me dijo que sí.

Nos subimos al auto sin apuro, sin protocolos, sin grandes expectativas (al menos no compartidas), y emprendimos un viaje al pasado. En mi caso, en busca de esos fantasmas, simplemente para confrontarlos, para mirarlos a la cara y decirles que ya era suficiente, que desde ahí quería seguir sólo. En el suyo, no lo sé.

Él me indicaba el camino como podía, porque el mapa de sus recuerdos también estaba algo gastado, y yo manejaba, obediente. Yo preguntaba todo el tiempo cosas del pasado, y el respondía, entusiasmado. Se asombraba a cada instante de lo cambiado que estaba todo, y yo, sin el mismo asombro, igual lo secundaba, cómplice.

Al fin llegamos al lugar.

Como siempre pasa cuando confrontamos al pasado con el presente, todo era más chico. La vieja casona no era tan vieja ni tan casona, a pesar de haber sido ampliada en sucesivas oportunidades, vaya uno a saber en qué años. Aquella vieja puerta de madera, al frente de la cual dí mis primeros pasos y de la cual guardaba un recuerdo oscuro y algo macabro, perdió, en un abrir y cerrar de ojos, todo su hechizo. Aquel patio de tierra del cual seguramente sufrí las primeras zancadillas en la vida, y gracias a ellas mis primeras heridas, se convirtió de pronto en un pequeño jardín con un par de canteros con flores y un sauce llorón, que atravesé en pocos pasos.

Eso sí, el paraje todo seguía muy solitario. Quizás más, porque la escuela rural que estaba a unos 300 mts. del destacamento, de la cual entraban y salían puntuales y de lunes a viernes algunos niños y niñas de la zona, es hoy una vieja tapera a la cual el tiempo y la naturaleza, le ganaron hace ya rato la batalla.

Hicimos el viaje de vuelta en silencio. Masticando quizás cada uno sus propias cuestiones. "Seguramente sea la última vez que venga a este lugar"_ soltó mi padre en un momento y a mitad de camino, quizás como corolario de una reflexión interna que no pudo contener, y que creo hacía referencia a sus casi 70 años y al tiempo que le queda por vivir. "Seguramente sea la mía también"_ le contesté, y seguimos en silencio.

Ya no sueño con esa vieja casona. Ya no me asusta ese patio enorme con grandes árboles con caras de malo. El sol del domingo al mediodía al fin iluminó por completo cada rincón de ese viejo recuerdo, que durante tantos años estuvo enquistado en lo más profundo de mi ser.

Y qué lindo haber podido derrotar a esos fantasmas, codo a codo con mi padre y mate amargo de por medio. No creo haberlo podido hacer de otra manera.

Mi padre y yo con Paso Lugo de fondo.
Mi padre nuevamente al frente de la casa, casi 42 años después.
Vista completa del destacamento.
Junto a un monumento inaugurado en el tiempo en que él estuvo cumpliendo servicios en el lugar.
Lo que queda de la escuela rural.

2 comentarios:

  1. Muy lindo el final. Me alegra que hayas vuelto (como el gordo). Dijo "esta lugar" tu viejo?
    Y me permito sugerir cambiar algún la cual por la que, pues quiero leer un poco más. Abrazo cariñoso botija

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  2. Como el gordo Casciari, decís? Espero que no me pase lo mismo; lo del ataque, digo, el resto lo acepto con gusto.

    Abrazo botijo!

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