El otro día hablando con un amigo de no sé que tema, en determinado momento esgrimió como argumento una frase que sonaba más o menos así: -“bueno, por lo menos los hombres somos seres libres”. Esa sucesión de palabras desencadenó en mi cabeza una serie de impulsos filosóficos que ahora, transcurridos ya varios días desde esa charla, trataré de traer a tierra y compartir con ustedes. Estoy algo falto de práctica, pero espero conseguirlo.
LAS CÁRCELES DEL HOMBRE
Si le preguntamos a cualquier persona desprevenida y en frío qué es una cárcel, seguramente nos contestará haciendo referencia al lugar en donde las personas que han cometido algún delito, cumplen condena. O sea un establecimiento de muros altos, con muchas celdas en su interior, muchos guardias, y repleto de gente mala. Quizás esa sería, palabras más o menos, la simple respuesta que cualquiera de nosotros daría, ante esa aparentemente simple pregunta.
Acabo de consultar a mi pequeño Larousse ilustrado y el muy antipático se despachó con esta liviana y escueta respuesta: cárcel-casa destinada a prisión. Y cuando siguiendo los consejos de mi maestra de primer grado busqué prisión, adivinen qué me dijo: prisión-cárcel. Era de esperarse.
Pero, ¿será eso una cárcel? O mejor dicho, ¿solo eso será una cárcel? ¿No será acaso un concepto mucho más amplio? ¿No será que hay otros tipos de cárceles que están ahí y no nos damos cuenta?
Es verdad que los seres humanos nos creemos seres totalmente libres. Podemos ir y venir a nuestro antojo. Podemos decir y hacer cualquier cosa, siempre y cuando no nos pasemos de la raya. Podemos pensar, optar, tomar las decisiones que nos parezcan más adecuadas, y además ponerlas en práctica. Podemos elegir amigos, parejas, mascotas, etc. Aparentemente somos muy libres. Libres de verdad.
Pero ¿que pasa si sacudimos un poco la modorra y le ponemos una lupa a esa hermosa libertad que tan conformes nos tiene?
Veremos que hay varias cárceles invisibles en las cuales estamos cómodamente instalados la mayoría de los mortales, y de las cuales no tenemos conciencia. Una de ellas, EL DINERO. Sí, el dinero es una cárcel. Si no lo tenemos, podemos considerarnos fuera de la sociedad. Sin él no podemos viajar, divertirnos, vestirnos, ni comer. Así, el grado de libertad que tenemos está en relación directa con la cantidad de dinero que poseamos. Somos libres de movernos por todo el planeta, nos dicen. Pero si no tenemos dinero, difícilmente lleguemos muy lejos.
Otra cárcel,
Es realmente muy difícil poder saltar los muros de esta cárcel llamada SOCIEDAD, y encima si alguien logra hacerlo, debe seguir solo su camino.
Pero como todo está previsto dentro de esta gran cárcel, hemos acondicionado algunos sitios para las personas que han decidido no seguir las reglas, y no dejar así que se salgan con la suya. No sea cosa que la verdadera libertad sea contagiosa y cada vez más y más personas quieran saltar los muros. Para los que desafiando toda norma han hecho mal a otra persona, hemos construido unos lugares bien seguros que hemos tenido la originalidad de llamar, cárceles. Y para los que también han decidido no seguir las normas, pero no le han hecho mal a nadie, hemos construido unos sitios bien parecidos a los anteriores, pero con algunos arbolitos y bancos por aquí y por allá, a los que hemos denominado, loqueros. Cárceles dentro de otras cárceles. Qué genial.
No puedo más que sentir admiración cuando miro desde el suelo y con ojos de cucaracha, este maravilloso y complejo aparato de orden llamado SOCIEDAD. Es maravilloso cómo sin que nos demos cuenta, nos hace ir todos para un lado, o todos para el otro, respondiendo en malón a la conveniencia e intereses de personas que están, y desde un principio han estado, fuera de los altos muros de esta prisión.
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