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martes, 9 de agosto de 2011

LA OBRA DE ARTE vs EL PRIMER BESO

Por Hernán Barrios


Al tratar de ordenar ideas, con el fin de lograr una reflexión más o menos seria sobre el tema que nos compete, tengo que admitir, con no poca preocupación, que son muchos los caminos que se me insinúan, y varios los que estoy tentado a seguir. Más aún, luego de pegarle una ojeada –reconozco algo rápida-, al documento titulado “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, de Walter Benjamin. El autor desmenuza de una manera tan acabada el tema en cuestión, que –al menos en mi caso-, lejos de allanarme el camino hacia la claridad conceptual, me introduce en una enmarañada red de incertidumbres y realidades paralelas, que por momentos rozan la ficción romántica y el realismo mágico. Eso, además de dejarnos poco margen para introducir conceptos originales sobre el tema. De todas maneras, y debido a los límites espaciales y temporales que impone un trabajo de este tipo, me veo en la obligación de ponerle coto a la imaginación y elegir, para abordar, en forma por demás sucinta, solo una de los caminos disponibles.


EL PRIMER BESO


Quizás la comparación sea obvia, o quizás no tanto. Como fuere, debo admitir que en este caso la misma es hija exclusiva de la sensibilidad, y nada tiene que ver con esa castradora señora llamada razón. Al comparar una obra de arte con un primer beso, no es mi intención despojar a la primera de toda la carga de genialidad que conlleva, ni inyectar al segundo un plus de significado que quizás no tenga. En realidad, esta comparación no es más que un recurso fotográfico que recurre, en un golpe algo bajo, a llevarnos a ese momento único de nuestra vida, a fin de, a partir de ahí, entablar un precario paralelismo emocional entre ambos conceptos.


Como bien lo dice Benjamin, una de las cosas que distingue al original de su copia, es su carácter de unicidad, de cosa única, primigenia, virginal. Es su segura irrepetibilidad, la que le otorga ese carácter mágico y casi divino, de que disponen las obras de arte. Nadie podrá jamás, por más avezado que sea el artista, o sublimes los avances tecnológicos hijos de la ciencia –y por ende de la razón-, lograr reproducir las condiciones exactas que llevaron, en un lugar y un tiempo determinado, a la gestación de dicha obra. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que las obras de arte no son otra cosa, que un puñado de emociones y sentimientos compartidos. Y hasta donde sé, ni las emociones ni los sentimientos pueden, al menos hasta el momento, crearse en un laboratorio. La ciencia está desde hace mucho tiempo, y creo que seguirá por mucho tiempo más, trancada y empantanada entre átomos y moléculas, que no hacen otra cosa que interponerse y obstaculizar la visión y el conocimiento de las esencias. La fotografía de un paisaje, por ejemplo, con toda esa cantidad abrumadora de píxeles por centímetro cuadrado que arrojan las cámaras de última generación, lejos está de transmitirnos lo que el paisaje en sí nos transmite, si lo capturamos con nuestros propios sentidos; si lo vemos, si lo respiramos, si lo oímos, si lo tocamos.


La copia más exacta y acabada de un cuadro de Pablo Picasso, solo reflejará apenas, la capa más externa del mismo. Adolecerá por completo de su esencia, de su espíritu, de su trasfondo, de su alma, de su carga contextual, de esas emociones que el autor escondió en él en el momento de su creación, y de las cuales solo se puede tener una idea aproximada a través de los sentidos. Nadie, ni siquiera el mismo Picasso podría, en caso de que quisiera, hacer una copia exacta de su obra. Así de efímero y escurridizo es el arte, en cualquiera de sus manifestaciones.


¿Y el beso? El primer beso con la persona amada es igual de irrepetible que una obra de arte. Tanto que ni siquiera el segundo se le acerca en intensidad. Mucho menos los sucesivos. Se me antoja que es como cuando tenemos el original de un manuscrito, y comenzamos a fotocopiarlo. Al cabo de unas cuántas copias, la diferencia entre la última y el original, será por demás notoria. Las circunstancias no serán las mismas, y las bocas tampoco. Las condiciones y las emociones habrán cambiado, y aquel beso, que en ese momento fue único, jamás podrá volver a repetirse. Vendrán otros, pero serán copias. Solo copias. Cada vez más gastadas, desteñidas, y diferentes al original.


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