Según
dicen las malas lenguas, en diciembre de este año que está a punto de comenzar,
se termina el mundo. ¡Qué cagada, no! Otras, algo más moderadas, suavizan el vaticinio
diciendo que “se termina el mundo tal como lo conocemos”, lo cual por supuesto
me deja mucho más tranquilo. Sea como fuere, todo parece indicar que se
aproximan vientos de cambios, por lo que no sería mala idea estar preparados. Más
de una vez he escrito en este espacio sobre el carácter finito de la vida, y de
lo poco concientes de ello que somos las personas. En este año que llega a su
fin, y dados los funestos pronósticos que acechan al 2012, me resulta casi imposible
no volver a tocar el tema, ya no desde un punto de vista individual, sino desde
uno colectivo, lo cual en términos prácticos viene a ser casi lo mismo.
Debo
confesar que la idea de imaginar, al menos por un momento, que la profecía sea
verdadera, me genera cierta adrenalina y me lleva a plantearme algunas
cuestiones. ¿Qué haría con mi vida si supiera a ciencia cierta que a la
humanidad le queda solo 12 meses de existencia? ¿Haría realmente grandes
cambios? En una primera instancia me veo tentado a trazar un paralelismo entre
esta hipotética situación, y la que atraviesan las personas cuando les
diagnostican una enfermedad incurable. “Métale
pata porque le quedan seis meses de vida, estimado”- se despacha muy orondo
el señor doctor. Pero inmediatamente me doy cuenta de que la gran diferencia
radica justamente en el carácter colectivo del vaticinio. Una cosa es que le
hagan tremendo augurio a un pequeño ser individual y anónimo, y otra muy
diferente que se lo hagan a toda la raza humana. La pequeña personita puede, en
el mejor de los casos, tomar ciertas acciones que cambien, parcial o
completamente, el sabor del tiempo que le quede. Pero la humanidad puede tomar
acciones en masa que definitivamente van a mover los cimientos de la sociedad.
Este
último escenario se me presenta realmente mucho más difícil de analizar que el
primero. “A vivir que se termina el mundo”,
es el título que se me ocurrió para este artículo pero, ¿en qué consiste
realmente vivir? ¿Las acciones individuales sumadas harán el producto final de
las colectivas, o serán las colectivas las que afecten a las individuales?
¿Haremos cosas buenas o malas con el tiempo que nos quede? ¿Qué vínculos se
fortalecerán y cuáles se degradarán hasta desaparecer? ¿Cambiará el concepto de
lo bueno y de lo malo, o de lo permitido y de lo prohibido en términos sociales?
¿Daremos más afecto, o nuestras relaciones se tornarán exclusivamente de carácter
efímero y transitorio? ¿Puede ser que no cambie nada, y que continuemos con
nuestra mansa existencia hasta simplemente desaparecer? Es muy probable que
sean mis limitados conocimientos antropológicos y sociales, los que no me permiten
sacar alguna previsión válida al respecto, y no me dejan ver qué puede haber
más allá de este escenario aparentemente caótico y terminal. De todas formas me
parece por demás interesante, hacer el ejercicio mental de posicionarme en ese lugar,
para por lo menos intentar adivinar cuáles serían las acciones que, llegado el
momento, tomaría yo al respecto. Los invito a que lo intenten. Digamos que acaban
de anunciar por cadena de televisión nacional e internacional, que en diciembre
de 2012 el Sol emitirá tanta energía en forma de gigantescas explosiones, que
literalmente calcinará toda forma de vida sobre la Tierra. ¿Qué haríamos
luego de pasado el impacto inicial de tamaña noticia?
En mi
caso, y aunque carezca de sentido, me da la impresión de que me resulta menos
traumático pensar en mi desaparición en forma colectiva, que individual. Quizás
sea ese trillado consuelo al que somos tan adeptos las personas, que se basa en
la generalidad de la desgracia para el alivio del dolor. “Al menos no me pasa solo a mí”- repetimos con una frecuencia
alarmante. O su ejemplo opuesto, “¿por
qué me tuvo que pasar justo a mí? Es como que la desgracia tiene diferente
efecto en nuestra cabecita, si la compartimos. O sea que el hecho de que el Sol
de buenas a primeras nos convierta en chicharrón, o nos tape un tsunami global,
o nos haga carambola un meteorito y nos mande para afuera del Sistema Solar, es
menos preocupante que si un cáncer de hígado nos manda redondos al cajón. ¿Raro
no?.
Pero
regreso a lo que estaba, y me vuelvo a preguntar como tantas veces lo he hecho,
cual es la razón que hace que las personas no creamos posible el final de
nuestra existencia en un tiempo cercano. ¿Será acaso un bloqueo mental de
defensa que viene incorporado en nuestros genes, para que vivamos la vida sin
preocuparnos demasiado por su final? De ser así no me parecería mala cosa, si
no fuera por el hecho de que tanta displicencia nos impide además, ocuparnos de
la calidad de su transcurso, y nos hace generalmente llegar a las instancias
finales de nuestra vida, ya sean a su justo tiempo –si es que tal cosa existe-
o anticipadas, con demasiadas cosas en el debe. Demasiadas cosas en el debe.
Es como que vivimos la vida postergando cosas que queremos hacer, por
culpa de aquellas que debemos hacer. Las que queremos, son nuestras y
son motivo de felicidad. Las que debemos, son impuestas y generalmente motivo
de agonía. ¿Y por qué las postergamos? Porque pensamos que las vamos a poder
hacer más adelante en el tiempo. ¿Por qué? Porque tenemos la creencia de que
nuestro tiempo es poco menos que eterno, o que de alguna manera tenemos cierto
control sobre él. No nos damos cuenta de que ninguna de estas dos afirmaciones
es verdadera. ¿En qué momento mandamos a la mierda los deberes y nos dedicamos
pura y exclusivamente y con todas nuestras fuerzas, a hacer las cosas que
queremos? En el momento en que alguien con túnica blanca nos dice por ejemplo,
-“señor, su reloj biológico se detendrá el
día 8 de marzo de 2012” . Seguramente para este señor ya será demasiado
tarde, y las cosas que siempre quiso hacer pero postergó, quedarán
definitivamente postergadas.
Se
termina el año queridos amigos, y en el peor de los casos, tenemos todo el 2012
para que no nos ocurra lo que al señor del párrafo anterior. Mi deseo para este
año que comienza, es que dejemos de una vez por todas de postergar, y nos
dediquemos a hacer las cosas que nos hacen realmente felices. Hago desde este
humilde espacio de comunicación, un llamado a la reflexión y al cambio.
Deseo que las personas logremos sacudir al fin la modorra que nos oprime y
consume, y aprovechemos al máximo cada minuto de nuestra valiosa existencia. Deseo
y reclamo que cortemos definitivamente con esas invisibles cadenas culturales y
sociales, que nos envuelven y distraen en forma de modas, de tendencias, de costumbres, de
instituciones, de necesidades inventadas, de paradigmas del bien y del mal,
etc., y lleguemos a poder ser realmente libres.
Si esto
sucede, si todos cambiamos nuestra cabeza y la alineamos con nuestro corazón, aunque
este 2012 sea el último año de nuestra existencia, igualmente va a ser sin
lugar a dudas, el mejor año de nuestras vidas.
FELIZ 2012 PARA TODOS
No hay escape, somos libres. Marcamos el camino, a veces tenemos que desarmarnos y volvernos a armar. Aunque cueste más hacer una cosa u otra no dejamos de elegirlo incluso si elegimos no hacerlo.
ResponderBorrarAbrazo & FELIZ AÑO!!!
Gracias por tu reflexión amigo. Feliz año también para vos! Salud!
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