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sábado, 15 de diciembre de 2012

LA LÁGRIMA

Por Hernán Barrios


El agudo silbido que entró por mi costado trajo consigo la certeza del fin. No sentí dolor, solo un ardor caliente que me incendió el pecho y reventó el alma. Mi tiempo se detuvo siglos antes de que el sonido de aquella lejana detonación entrara, sigiloso y transparente, en mis oídos. Luego, solo silencio.

Era temporada de caza y las estancias de la zona estaban atestadas de gringos armados en busca de liebres, mulitas o perdices. Yo lo sabía y debí tomar las precauciones del caso. Un descuido simple y fatal.

Creo que antes de tocar el piso llegué a susurrar un triste –“puta carajo…” que más que una puteada fue una súplica. Un intento reflejo de estrujar la certeza de la realidad y torcer la trayectoria de aquella bala asesina. Miré al cielo y el blanco hirviente del sol del mediodía me cegó por completo.

No hay tiempo para lamentos cuando un pedazo de plomo te raja el corazón al medio. Solo una lágrima, triste y resignada, deja en la tierra el húmedo registro de una vida que se apaga.

                                                                   

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