Tenía
12 años recién cumplidos. Era la noche del domingo y al otro día, temprano, nos
volvíamos a Buenos Aires. Mis padres me habían dado algún dinero para gastar en
las tragamonedas, mientras ellos probaban suerte en otros juegos. El ruido ensordecedor
de voces y fichas, así como el humo asfixiante de los cigarros, volvían el
ambiente abrumador.
Casi
había agotado mis reservas cuando una niña, rubia, delgada y de piel blanca
como la luna, se paró a mi lado. Tenía un vestido hasta las rodillas color rosa
y unas caravanas con forma de estrellas. Entre tímido y confundido la miré y le
pregunté su nombre. Así, los ojos más verdes que jamás había visto me
devolvieron la mirada, y una voz dulce y suave como la miel me dijo: Celeste.
Luego
sonrió y me tomó de la mano. La suya y la mía pusieron, juntas, mi última
moneda en la ranura. Bajamos la palanca y las fichas comenzaron a caer en
cascada junto a la estridencia de luces y sirenas. Busqué alegre y sorprendido
la complicidad de su mirada y ya no estaba. Mis padres me levantaron en andas
entre carcajadas y gritos. ¡Había ganada una pequeña fortuna!
Solo yo sabía que
en realidad la había perdido.
Oh! ... real o solo inspiración?
ResponderBorrarSencillamente genial! :)
Saludos.
Ficción en realidad ;)
ResponderBorrarGracias Rose L. por tus palabras.
Saludos.
Hola Hernán, realmente me gustó. Me acordé que en el programa "En Perspectiva" de El Espectador, había, hasta hace unos días por lo menos, un concurso de cuentos cortos, y éste tuyo, en mi humilde opinión, es redondo, contundente. abrazo
ResponderBorrarGracias Daniel; estaré atento al programa.
ResponderBorrarAbrazo y gracias por pasar.