Al
principio pensamos que eran hormigas voladoras, que si bien son
molestas, por lo menos no pican. Pero cuando sentí el pinchazo en la
panza me dí cuenta de que estábamos en presencia de otro bicho,
igual de molesto, pero mucho más malvado. Avispas.
Chicas,
-digamos tamaño mosquito con esteroides- pero musculosas, y según
testifica mi prominente área estomacal, con un aguijón poderoso.
Todo ocurrió cuando estábamos de lo más panchos en Ferrando, una
de las playas más lindas y familiares de Colonia. No hacía mucho
rato que habíamos llegado, pero ya teníamos desplegado todo el
arsenal de elementos necesarios para una tarde de playa: sombrilla,
conservadora, toallones, la bolsa con los juguetes, etc., y con
Franca estábamos tratando de agarrarle la mano al disco volador, el
cual era nuestra última adquisición. Estaba ventoso, bastante
ventoso, y el disco medio que andaba solamente en una dirección. Era
como que tenía ínfulas de búmerang, el aparato. Pero menciono lo
del viento, porque en un determinado momento comencé a notar que
junto con él, venían también otras partículas -pocas aún- que
como pasaban tan rápido no me daba tiempo a descifrar si eran arena,
mosquitos, mosquitas de esas diminutas pero que rompen los huevos
como si fueran tarántulas, u hormigas voladoras.