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miércoles, 29 de enero de 2014

CINCO DÍAS

Por Hernán Barrios
  

Por primera vez en sus casi cuatro años y en mis casi cuarenta, se animó a quedarse sola con Lucía y conmigo. -¿Querés quedarte unos días con los tíos?- le preguntó la madre -mi hermana-, quizás con la esperanza de que, como siempre, dijera que no. -¡Bueno!- contestó Franca -mi sobrina-, con una irreverencia casi desconocida.

Pero vamos a ponerle un marco a esta historia. Resulta que estábamos de vacaciones en Colonia, más precisamente en la casa de la tía Estela y del tío Juan. Habíamos ido el fin de semana los cuatro: mi hermana, su hija, Lucía y yo. Las dos primeras se volverían a Trinidad el lunes de tarde. Los dos últimos, recién el viernes. La cosa es que este repentino cambio de planes hizo en parte tambalear la frágil estructura de nuestro itinerario. No porque no nos gustara la idea de ser tíos full time, lo cual prometía ser divertido, sino porque cabía la posibilidad -bastante alta por cierto-, de que en lo mejor de la joda a la menor le diera por extrañar a la madre, y tuviéramos que desandar con urgencia y antes de tiempo, los doscientos y pico de kilómetros que las separaban.


La cosa es que más allá de un débil amague de llanto en el preciso momento de la despedida, la cosa empezó bien. Cargué a mi hermana en el auto cual si fuera una narcotraficante a la cual tenía que sacar urgente del país, y la llevé a la terminal de ómnibus. Por otro lado, Lucía y mi tía Estela se quedaron con la niña y con la difícil tarea de embarullar sus primeros momentos de orfandad. De regreso compré un par de pistolitas de agua y una galletitas Lu-Lu. Las primeras porque me pareció que un pequeño regalito en aquel momento de pérdida, a la niña le iba a venir bien -además de chico siempre quise tener una de esas para jugar y no tuve; no recuerdo si porque no había plata suficiente en casa, o porque todavía no se habían inventado-, y las segundas porque sabía que eran sus favoritas a la hora de encarar la merienda.

Aunque no lo parezca, entre ser tío y ser padre sustituto hay varias diferencias. La primera la descubrí poco rato después de que se hubiere marchado la madre, cuando a voz en cuello y sin adornos de ninguna clase me gritó: -tío, ¡quiero caca! -No te puedo creer- dije para mis adentros -o quizás también para mis afueras-, porque cuando miré a Lucía en busca de una soga, la muy ladina se hizo la desentendida al tiempo que trataba de reprimir una carcajada. Luego de juntar coraje y en un intento por que la niña no notara mis dubitaciones, -las cuales colijo ya había notado porque mientras me miraba con los ojos del gato de Shrek, dejaba escapar una sonrisa cómplice parecida a la de la tía- arrancamos para el baño a toda carrera.

Y ahí se podría decir que empezó al diversión.
YO.- ¿Water o pelela?
ELLA.- Water.
YO.- ¿Vos te bajás la ropa o te la bajo yo?
ELLA.- Vos.
YO.- ¿Hasta los pies o toda?
ELLA.- Hasta los pies.

En ese punto y como soy un tío muy intuitivo, medio que dejé de lado el interrogatorio y apuré el trámite, porque me pareció que la niña se me cagaba antes de la cuarta pregunta.

-Vos esperame afuera y yo te llamo cuando termine- me espetó sin vueltas. -Ta-, le dije mientras pensaba en la forma de esquivar la tarea que inexorablemente se me avecinaba. Arranqué para el living con la intención de pedirle a Lucía que me diera una mano con el asunto, pero no me dio tiempo ni de pedir ayuda la gurisa. -¡Ya está, tío!- gritó con tono alegre desde el baño. -Mierda que caga rápido esta botija-, creo que alcancé a pensar mientras pegaba media vuelta en la mitad del pasillo. -No pude tío, hice sólo pichi- me dijo con voz angelical al tiempo que pegaba el salto del water. -Gracias Dios mío-, recuerdo haber pensado, mientras le sonreía y le decía: ¡qué macana!. -Bueno, vamos a subirnos la ropa- le dije presuroso para terminar de una vez por todas con el tema del abandono de impurezas. -¡Pero me tenés que secar, tío!- me mandó ya en medio de una risa. Mi clásico -¡no te puedo creer!- se escapó una vez más de mi boca, haciendo de su risa una carcajada y de mi ignorancia una fiesta. Casi sin pensarlo cacé un montón de papel higiénico -por la cara de asombro de Franca creo que demasiado-, y como no sabía si la secada se hacía desde adelante o desde atrás, la hice de las dos maneras. Ahora sí, levantamos la ropa y afuera.

El resto de la tarde transcurrió en una vorágine de actividades infantiles que incluyeron playa -con todo el arsenal de juegos que eso implica-, videos de youtube, merienda, guerra de agua -con las super pistolas nuevas-, juego de princesas, veo veo, escondida, mancha algo, canciones, lectura de libros, bailes, etc. Ahora mismo me canso mientras las recuerdo, así que no es necesario que explique en qué estado terminamos el primer día Lucía y yo. Franca, fresca como una lechuga. Cuando volvimos de la playa -digamos a eso de las 21 hs.-, y mientras calculaba que con el trajín que habíamos tenido la niña seguramente se dormiría temprano, se me apersona y me dice de frente y mano: -Quiero que me bañes vos, tío. ¡No te puedo creer!

Aprontaron con la tía la ropa que se iba a poner, y entramos al baño bombacha y toalla en mano. En un arranque de sinceridad -y en un soslayado intento de hacerla cambiar de idea sobre quién era la persona idónea para bañarla-, le dije: -Mirá que el tío no sabe mucho de bañar niños. A lo que ella respondió con un definitivo: -No importa tío, yo te explico. Sin más escapatoria ni recursos para desplegar, me di por vencido y me concentré definitivamente en la tarea que tenía por delante. -Bueno, pelate la ropa- le dije en tono enfático pero distendido.

Y ahí se podría decir que empezó otra vez la diversión.
YO.- Vos avisame cuando esté linda el agua, ¿ta?
ELLA.- Si.
YO.- ¿Ahí?
ELLA.- Fría.
YO.- ¿Ahí?
ELLA.- Caliente.
YO.- Ufaaaa.
ELLA.- Pero está caliente, tío.
YO.- ¿Y ahí?
ELLA.- Fría.
YO.- Ufaaaaaaaa.
ELLA.- Jajajajajajajajaja.
ELLA.- Tío, quiero caca.
YO.- Me quiero matar.

Creo que olvidé mencionar que por esos días la niña andaba con algunos problemas estomacales producto de un virus, y pedía para ir al baño un promedio de 348 veces por día. Un porcentaje importante eran falsas alarmas, pero las que efectivamente se concretaban, madre mía. Pero mejor no entro en detalles.

Cuando encontramos la temperatura ideal -lo cual nos llevó no menos de 5 minutos- arrancamos recién con el baño propiamente dicho. Primero, le empecé a tirar agua por todos lados. De abajo; de arriba; de los costados; hacía de cuenta que estaba lavando el auto. Luego el jabón. Refriegue por aquí; refriegue por allá. -A ver cuándo aprendés a bañarte sola-, le tiré por ahí como para hacerle sentir la responsabilidad social. Me miró por cumplido pero no le dio ninguna importancia a mi comentario, porque estaba dedicada a cantar no recuerdo si El Sapo Pepe o El Chacarrón. Después el enjuague.

YO.- ¿Y cómo hacemos para lavarte la cabeza?
ELLA.- Yo me pongo esta toalla en la cara y vos me mojás el pelo.
YO.- Ok.
ELLA.- Me tenés que poner champú y crema de enjuague.
YO.- Ok.
ELLA.- El verde es el champú y el rojo la crema.
YO.- Yo sé leer mijita.
ELLA.- ¿...?
YO.- Pican pican los mosquitos, pican con gran disimulo...
ELLA.- ¿Qué es disimulo, tío?
YO.- ¿...?
ELLA.- ¡Me entró champú en los ojos, tío!
YO.- No importa.
ELLA.- ¡Pero me arde!
YO.- Aguante, pa' qué es hombre.
ELLA.- Jajajaja... yo no soy hombre, tío.
YO.- Bueno, aguante igual.

Y así transcurrió el baño con lavado de cabeza incluido, entre canciones infantiles, explicaciones gramaticales, risas, gritos, champú en los ojos, crema en las orejas, agua en la nariz, etc. Debo reconocer que fue uno de los baños más accidentados y divertidos que he tenido. Así también lo testimonia ella cuando alguien le pregunta. En definitiva, un éxito. No sé si habrá quedado limpia, pero contenta seguro quedó.

Fueron días muy divertidos, por cierto. Quedan en el recuerdo las exquisitas y exclusivas comidas que con tanta paciencia le preparó la tía Lucía, en parte por su condición pos-virus, y en parte porque no se puede negar que es medio mañosa para comer, la gurisa. También las caminatas y charlas por la playa; las guerras de agua en la pileta inflable de la prima Agostina; la noche en que la corrieron unos sapos tamaño tortafrita; las siete de la mañana cuando se nos aparecía en el cuarto, se nos metía en la cama y después dormía hasta las 11; la tarde en que en la playa nos corrieron las avispas; y los abrazos. Esos abrazos súbitos y apretados que duraban varios segundos y en los que te decía, sin decirlo, lo bien que lo estaba pasando y lo mucho que te quería.

Fueron cinco días intensos. Agotadores. Divertidos. Felices. Cinco días que ya se han colocado en un lugar privilegiado del cajón de mis recuerdos, y que espero sean los primeros de muchos más, que ojalá vengan en el futuro.



1 comentario:

  1. P.... madre loco, otra vez mezclo risa y llanto con tus historias. Mucha muchas gracias por estar siempre y sobre todo es Fran quien se los agradece!!!

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Diga sin miedo lo que piensa, acá no hay censura de ninguna clase. Le sugiero igual que impere el respeto, en caso contrario difícil que pase.