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lunes, 29 de diciembre de 2008

SOMO ASÍ, ¿Y QUÉ?

Por Hernán Barrios



RETRATO DE UN HOMBRE TIPO

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Este relato es un servicio a la comunidad. En particular, a la comunidad femenina. Y lo que persigue en el fondo (y en el frente), es mostrarles de una vez por todas y sin Fotoshop, cómo es un hombre tipo. Ya sé que muchas se lo imaginan o lo intuyen, y otras muchas incluso lo han comprobado hasta el hartazgo en carne propia. Pero como veo que siguen gastando cada día de su vida en cambiar nuestra genética, tratando de que nos parezcamos a ustedes, es que he decidido tomar cartas en el asunto y darles una mano.

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Para que quede bien claro, lo que plasmaré en los próximos párrafos, son 12 características generales básicas que vienen con cada individuo del sexo masculino desde su concepción, heredadas del más viejo de los homo erectus, y de las cuales no nos vamos a poder desprender, por más empeño que le pongamos.

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Así que queridas amigas, basta de tratar de cambiarnos. Lo haremos por un tiempo, movidos por el amor, la calentura, la lástima o el cansancio generado por su perseverancia, pero tarde o temprano vamos a mostrar la hilacha. Y cuando lo hagamos, sabrán tarde, que todo su esfuerzo ha sido en vano. Así que mejor nos aceptan como somos, y todos contentos.

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Y recuerden esto, “el príncipe azul no existe. Comenzará a desteñir al poco tiempo y se volverá blanco y negro, como todos los demás”.

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SOMOS RONCONES

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Ni se sueñen que van a compartir una vida y una cama con un hombre que no ronque. Quizás no al principio, cuando somos muy pero muy jóvenes, pero ya cuando pisamos los 30, arrancamos con los gruñidos, resoples y por último, de lleno con los ronquidos. Y otra noticia aún peor, mantenemos esta característica musical hasta el mismísimo día de nuestra muerte, incluso llegando a alcanzar con los años, un nivel sonoro de dimensiones cuasi animales.

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La ciencia se empeña –mejor dicho las mujeres científicas-, en perfeccionar toda suerte de aparatos y métodos tendientes a disminuir, sino a erradicar, esta pequeña imperfección naso-faríngea que nos afecta. Pero por ahora, nada. Así que sigan nomás con los viejos métodos de los chistidos, cachetazos, insultos y empujones nocturnos, que no nos molesta.

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DESPUES DEL SEXO, DORMIMOS

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Como debe ser, por cierto. ¿Qué otra cosa esperan de nosotros, después de tamaño desgaste hormonal? Por algún extraño misterio que todavía no he podido entender, a ellas les da por hablar del futuro, de los planes para el fin de semana, de la familia y hasta del color que podemos pintar la casa el verano próximo. Y en contra de lo que sucede en otros momentos del día, en ese momento pareciera que les importara nuestra opinión al respecto. Estoy convencido de que lo hacen a propósito solo porque saben que nosotros queremos dormir, y sacan tema tras tema con el único propósito de martirizarnos. ¿Pero saben qué? Nos dormimos igual. Primero les contestamos frases cortas, luego monosílabos y al final… silencio. Y arrancamos a roncar.

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NO RECORDAMOS FECHAS

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No se persigan. No sucede solo con el aniversario o con su cumpleaños. Olvidamos la fecha de cualquier acontecimiento. Salvo recitales o eventos deportivos de interés, claro.

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NO SOMOS BUENOS COMPRANDO REGALOS

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Al principio de la relación la piloteamos con flores, bombones o peluches, acompañados de una tierna cartita. Después de un tiempo nos da por la cultura y regalamos libros o discos compactos. Por último nos desviamos para el lado de los perfumes. ¿Pero y luego? Ropa, ni en pedo. Zapatos, menos. Alhajas, por encima de nuestras posibilidades. Hago aquí la salvedad de que estoy escribiendo cuestiones inherentes a hombres de clase media baja, ya que de otro modo el tema de los regalos puede ser fácilmente salvado con viajes, tapados, etc.

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LA PALANGANA ESTÁ LIMPIA

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No, no tenemos esa vista de microscopio electrónico para ver esos minúsculos tallos de barba que pese a nuestro esfuerzo, han quedado en la pileta.

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NO NOTAMOS CORTES DE CABELLOS SUTILES

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Si realmente quieren cortarse el pelo, que lo notemos, y además que les digamos que les queda lindo, al menos tienen que pelarse. No esperen que con todas las cosas a las que tenemos que prestar atención durante el día, encima estemos atentos a cuando ustedes se decidan a cambiar de “look”. Además tomen como hecho lo siguiente: si no nos gustara, ahí sí lo notaríamos. Si no les decimos nada, es porque nos encantó.

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NOS JODE DECIR “YO TAMBIÉN” TODO EL TIEMPO

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Notamos claramente cuando ustedes nos dicen que nos aman, no porque quieran hacerlo, sino para ver si nosotros les decimos “yo también”, y sobre todo, en qué tono se los decimos. No nos prueben, no tiene sentido. A nosotros nos viene cada tanto un empuje de amor en forma de eyaculación sentimental, y es ahí cuando les decimos que las amamos, sinceramente y sin ningún estímulo previo. De otra manera, lo hacemos por compromiso.

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NOS GUSTA MIRAR FUTBOL EN EL CABLE, Y SI SON DOS CUADROS YUGO-ESCANDINAVOS, MEJOR

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Sé que no pueden entender el hecho de que nos colguemos a mirar un partido entre el Tongo de Somalia y el Baraj de Turquía. Pero es así; nos gusta y punto. Les prometo que no es para hincharles las pelotas a ustedes, sino que realmente lo disfrutamos. Debe ser que el fútbol nos gusta por el fútbol mismo, y no importan demasiado los actores involucrados.

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NO HABLEN MAL DE NUESTRA MADRE, ES PELIGROSO

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La figura de la madre tiene en nosotros los hombres una relevancia que va más allá de todo raciocinio. La vieja, como le decimos por acá por el Río de la Plata, es sagrada. Podrá ser una bruja con todo y escoba, pero aunque seamos conscientes de ello, no están autorizadas a decirlo en voz alta. El hacerlo, trae lío seguro.

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MEAMOS PARADOS Y PUNTO

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Últimamente, la corriente renovadora de las mujeres mejores de 30 se empeña en tratar de hacernos orinar sentados, con la excusa de que salpicamos los bordes del water. ¿Pero donde se ha visto ridiculez semejante? ¿Nosotros salpicar? La salpicarán los que tienen párkinson o estrabismo, pero la mayoría tenemos una puntería para acertarle justito al medio, digna del más encumbrado de los arqueros de Robin Hood. Así que no molesten con eso.

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TARDE O TEMPRANO, PELADOS

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En este punto, la mayoría de nosotros estamos dispuestos a colaborar con la ciencia para encontrar una solución a este flagelo capilar, pero lamentablemente y hasta donde yo sé, por ahora no ha habido resultados alentadores. Los hombres, en mayor o menor medida, después de los 30 comenzamos a perder pelo de la cabeza. Igualmente, a mí me late que nos están jodiendo con este tema también, ya que me da la impresión de que se nos cae el pelo a los pobres mortales que no salimos en la tele, porque yo no he visto que se le caiga ningún pelo a Antonio Banderas, Brad Pitt, George Clooney o Chayanne, entre otros. Y no me vengan con eso de los masajes capilares y esas pavadas, porque de plano les digo que no funcionan.

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Y por último.

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NOS ROMPE SALIR A MIRAR VIDRIERAS

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Y si son de ropa, peor. Pocas cosas nos ponen más de mal humor que esa costumbre femenina de salir a mirar y/o comprar ropa. En realidad, creo que lo que nos molesta no es el hecho de salir a comprar ropa, sino la indecisión que les ataca en el momento de hacer efectivo el hecho. Recorren 38 locales, entran en 36, se prueban en 32 y compran, con suerte, en uno. A mí en particular ya me empieza a dar vergüenza cuando le hacen bajar todo del estante a la chica que atiende, le preguntan precios, le averiguan hasta el grupo sanguíneo de la oveja de la que salió el buzo, y al final no llevan nada. Trágame tierra. Yo he optado por quedarme afuera y cualquier cosa, no te conozco.

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Bueno chicas, he tratado de darles un pequeño y leve pantallazo de las cosas que no van a poder cambiar de su pareja, por más que se lo propongan. Espero que esto les sirva de algo, y si a pesar de todo igual deciden gastar parte de su vida en intentarlo, no digan que no les avisé.

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Saludos.

jueves, 25 de diciembre de 2008

FELICES FIESTAS

Por Hernán Barrios



Cuando le dije a Lucía que esta navidad necesitaba estar solo, me miró medio raro. Y si, yo en su lugar también me habría mirado raro. Luego, cuando le expliqué las razones sobre las cuales se apoyaba esta necesidad, me volvió a mirar raro, pero en contra de todo pronóstico, creo que me entendió.

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Y digo en contra de todo pronóstico porque en realidad, si lo pienso bien, creo que las razones que esgrimí pueden ser entendidas por mí, y tres o cuatro locos más. (Sí, ya sé que el burro va por último, pero en navidad esas pavadas literarias no cuentan). La cosa es que acá estoy, (21:00 PM), sólo, en cueros, escuchando un disco de Cacho Castaña, con las patas arriba de la mesa ratona, transitando mi segunda medida de whisky y mi primer termo de mate, y con muy serias intenciones de escribir –tarde- mi mensaje para estas fiestas.

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¿Y qué les puedo decir que no les hayan dicho ya? Si les pasa como a mí, ya deben tener en su casilla algo así como veinte formas diferentes de desearles felices fiestas, entre presentaciones de PowerPoint, tarjetas electrónicas y correos en Arial 12, de los sencillitos nomás. Entonces, y para no ser el 21, arranco para otro lado.

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Voy a dedicar los próximos minutos a contarles las cosas que se generan en mí, cuando llegan estas fechas.

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Lo primero que me pasa unos veinte días antes del 25 de diciembre, es que se me potencia el olfato. Si sí, el olfato de la nariz. Es raro, pero en cuanto arranca diciembre, comienzo a oler cosas que el resto del año no huelo. Y ustedes se preguntarán qué tiene de interesante que ande con mi nariz como perro de aeropuerto. El tema es que cada uno de esos olores, es disparador de un recuerdo. ¿Me explico? Huelo almendras y me acuerdo de una etapa, un momento o una persona de mi niñez. Huelo pelones y sucede igual. Y lo mismo ocurre con las sandías, ciruelas, sidra (sí, la huelo tapada y todo), turrones, frutas secas, pólvora y jazmines. Ah… los jazmines.

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El olor a jazmín es mi mayor disparador de recuerdos. No he podido averiguar el por qué de esta reacción químico-psicológica, pero es así. Es pasar por un puesto o entrar en una casa donde haya un florero con jazmines, e inmediatamente le arranco imágenes y sensaciones al pasado, y me las traigo por un ratito, al presente.

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Vuelvo a sentir tan solo por un instante maravilloso, como era ser niño. Como era creer en todo. Qué se sentía el esperar un regalo de alguien de fuera de este mundo, que nunca se dejaba ver. Vuelvo a sentir la dulce e irresponsable certeza de depender de unos padres que me pedían nada a cambio. Me encuentro cara a cara con mi abuela Herlinda pasando mi café con leche de una taza a otra para que se enfríe, y de paso para que me quede con espumita. Ayudo por un instante a mi abuelo Liberato a matar algunas moscas con la palmeta. Siento el sabor de las galletitas María sacadas de esa lata cuadrada con visor de vidrio, y envueltas en papel de astraza. Y me como de paso un caramelo Zabala.

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Sí amigos, el olor de los jazmines es mi máquina del tiempo personal. Y ya poniendo un poco de mí y para colaborar con el clima de esta mágica cuestión, empiezo a hurgar en la discoteca y a poner canciones de época. Más o menos por el diez de diciembre, ya ando con mis discos de Los Wawancó, Los Iracundos y el trío San Javier, con “será varón, será mujer” incluida. Después por el 15, ya avancé un poco en el tiempo y hasta cambié de idioma; ahí me castigo con Queen, Roxette, Elton John y Phil Collins, entre otros. Pero el 24 en cuestión le entro directamente y sin tapujos a los mismísimos Pimpinela, Dyango, el Puma Rodríguez y cualquier otra momia que se me cruce en el camino. La verdad que a esa altura del partido no le hago asco a nada. Se ve que en mi más tierna infancia escuché “Aquí está su disco” hasta el hartazgo, y ahora se ven las consecuencias.

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Bueno, pero abandonando el tema musical en cuestión, lo importante para mí es hacer notar el siguiente hecho. En este momento somos producto de lo que fuimos. Me maté con la frase ¿no? Es el whisky, perdón. Pero sí, quiero decir que yo estoy aquí y ahora sentado frente a la PC escribiendo esto, porque previamente en mi vida se han sucedido acontecimientos que han hecho que esté hoy acá, y no en otro lado. Se me ocurre por ejemplo, si Margarita, mi profesora de literatura de segundo de liceo no nos hubiera mandado aquel día como tarea domiciliaria escribir una poesía, quizás yo ahora sería físico cuántico, y jamás habría descubierto mi gusto por escribir. O si mi tía no me hubiera tendido su mano cuando me hundía sin remedio en aquel remolino de la playa de Durazno, es bastante probable que ni siquiera hubiera conocido a mi profesora de Literatura. Y todo así. Cada hecho, es producto, en mayor o menor medida, de todos los que lo han precedido.

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¿Por qué hablo de estas cuestiones? Para llegar a instalarme en el tema al cual quiero hincarle el diente, que son las personas.

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¿Alguna vez se han puesto a pensar cuántas personas conocemos a lo largo de nuestra vida? ¿Muchas, verdad? De nuestros padres para acá, que son seguramente las dos primeras que vemos luego de nacer, la lista es casi interminable. Obviamente no las recordamos a todas, pero todas en mayor o menor medida, han contribuido a darle un rumbo a nuestra línea de vida.

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Como dije antes, primero están los padres, luego los familiares, los amigos, conocidos, y por último las personas con las cuales tenemos un contacto apenas eventual y absolutamente transitorio. Y de todas absorbemos algo y formamos, al final, nuestra persona. He aquí otra frase célebre: somos el producto de lo que traemos de fábrica, más la influencia de los demás. Entonces, si lo que somos se lo debemos en gran parte a las personas que han pasado por nuestra vida, no queda otra que aprovechar estas fechas para darles al menos, las gracias.

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Quiero en este momento, cuando las agujas están a punto de fundirse en un abrazo en lo más alto de la esfera del reloj, hacer lo propio con ustedes. Hacerles saber que todas y cada una de las personas que están leyendo estas líneas, son importantes para mí. Es más, son parte de mí. Todos, desde mi madre y mi padre, hasta el “anónimo” que me regaló algunas palabras en el último post publicado. Todos determinan mis acciones, y por ende, mi vida.

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A todos les deseo lo mejor que se le puede desear a una persona, que es felicidad. De la manera que cada uno la conciba, pero felicidad al fin. Que se concreten todos sus sueños. Que tengan salud. Que tengan amor. Que tengan a alguien con quien hablar, si es lo que necesitan, pero que también tengan un espacio de silencio y soledad para poder hablar consigo mismos. Y deseo que no se olviden jamás, que de este lado hay un ser siempre dispuesto a retribuir de la manera que sea, ese pedacito de mi vida que por derecho, les pertenece.

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¡FELICES FIESTAS PARA TODOS !



domingo, 7 de diciembre de 2008

DOS DIENTES

Por Hernán Barrios
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Cuenta la leyenda que hasta comienzos del siglo XX existió en Uruguay, más exactamente en el departamento de Flores sobre las costas del Río Negro, una tribu de caníbales. En realidad fue una tribu solo los primeros tiempos, cuando aquellas dos parejas vinieron de África viajando de polizontes en algún barco mercante, pero con el paso del tiempo, se fueron camuflando y adaptando a la vida rural del país, hasta llegar a formar una pequeña aldea con algo más de 500 habitantes. Al mismo tiempo, parece que fueron reprimiendo poco a poco sus ancestrales instintos de ingesta de carne humana, supliéndola con moderado éxito por carne animal, sobre todo porcina, la cual según los entendidos es la que más se asemeja a la nuestra. Jamás permitían que alguno de sus integrantes se mezclara sexualmente con otra persona de fuera de la aldea. En definitiva, y aunque nos parezca aberrante, solamente tenían relaciones entre ellos. Dedicados a la cría de ganado y a la plantación de diferentes granos, aquella pequeña sociedad se mantenía, e incluso crecía a buen ritmo, bajo estos principios.

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No fue sino hasta mediados de la década de 1890, que las cosas comenzaron a complicarse. Una sequía de dimensiones extraordinarias se apoderó del país y duró bastante más de lo normal. Ya en el verano del 91 las cosechas y pasturas habían desaparecido casi por completo y los animales habían comenzado a morir de hambre. La situación comenzó a volverse insostenible para los habitantes de aquella aldea. Un año más tarde, una decisión dramática no se pudo demorar más. En una especie de asamblea en la que participaron todos los jefes de familia, se decidió por escasa mayoría volver a recurrir en forma temporal y hasta que las condiciones climáticas cambiaran, al canibalismo, como única forma de que al menos parte de aquella pequeña sociedad, pudiera sobrevivir. Las condiciones para comenzar a instrumentar dicha medida eran simples pero absolutamente rígidas, y el no cumplimiento de alguna de estas reglas, equivalía a una muerte segura y dolorosa. Primero, la ingesta se haría por orden de edad, en primer lugar serían comidas las personas más ancianas y así sucesivamente. Esto quería decir en resumidas cuentas, que en cada casa se empezarían a comer de a poco, empezando por el abuelo. A su vez, cada sacrificio se llevaría a cabo de manera discreta, respetuosa y sin aspavientos dentro de cada hogar. Y por último, era condición fundamental dar a ingerir al inminente difunto, un fruto que ellos llamaban kicu, el cual no hacía otra cosa que cortar de cuajo la conexión entre el sistema nervioso central y las neuronas sensitivas. O sea que la persona, si bien estaba despierta y conciente, era incapaz de sentir dolor. Se supone que el tema de la privacidad se instrumentó, para que no se comenzaran a producir actos desmesurados de homicidio entre los pobladores de aquel lugar y evitar así, desmanes y descontrol general.

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No contaron las personas que tomaron aquella fatídica decisión, con que la sequía se habría de extender mucho, pero mucho más de lo previsto. Dos años después de tomadas las medidas iniciales, la población ya se había reducido casi a la mitad, y lo que es peor, entre los morfados se encontraban casi todos los que habían tomado dicha decisión. La cosa siguió de mal en peor. El clima no mejoraba y el apetito de aquellas personas se hacía cada vez más voraz. Con el tiempo y ante la falta de gente que controlara, las reglas fueron dejadas de lado y el caos se apoderó del pueblo. Cuentan que cuando decidían matar a una persona, la cazaban en hordas y se la comían cruda, y al igual que perros rabiosos, se comían hasta los huesos. Obviamente los más perjudicados fueron los más débiles, esto es los niños y las mujeres. El índice demográfico continuó descendiendo a buen ritmo. Cuentan que a fines del 96 quedaban algo así como 50 personas.

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Eran las 2 de la tarde de un día de febrero del 1897 y se encontraban sentados frente a frente los dos últimos sobrevivientes de aquella devoración colectiva. Eran dos muchachos jóvenes y saludables. Se miraron en silencio durante varias horas hasta que en un momento, tomaron la decisión. Cada uno le dio al otro un fruto del dolor y se despidieron. Acto seguido, se acostaron en el piso uno al lado del otro, aunque con las cabezas para lados opuestos y comenzaron a comerse desde los pies. Habían arreglado ir al mismo ritmo para terminar juntos, aunque al final iban a tener el problema del último bocado. Y así en poco rato pasaron las piernas, los troncos, los brazos y los cuellos. La boca, por obvias razones, tenían que dejarla para el final. Cuando entraron en el tema de las cabezas tuvieron que coordinarse y hacerlo por turnos, ya que ambas cabezas no podían comerse al mismo tiempo. Así que un ratito uno se dejaba comer un poco y después le tocaba a él comer otro poco. Así lo hicieron hasta que solo les quedó la boca. Un bocadito cada uno se fueron comiendo poquito a poco los labios, las lenguas, los paladares, las encías y los dientes. Se fueron tragando diente por diente hasta que al final solo le quedó uno a cada uno. Y como se dieron cuenta que con un solo diente no podían seguir comiéndose, decidieron salomónicamente detener allí la ingesta. Al rato, murieron de hambre.

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Desde ese día y haciendo caso a la leyenda, a aquel vacío poblado –si se me permite la contradicción- se lo conoce con el nombre de Dos dientes. Dicen los viejos hijos de los viejos habitantes de pueblos cercanos, que si se busca con atención, aun hoy se pueden encontrar entre los pastos crecidos de aquella polvorienta calle principal, aquellos dos dientes muertos de hambre que un día trataron por todos los medios, de sobrevivir.


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