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domingo, 18 de julio de 2010

CUANDO UN AMIGO SE VA.

Por Hernán Barrios

El día triste trajo consigo una triste noticia. Un amigo de años se ha ido para no volver. Nos ha dejado, y aunque su partida no nos tomó por sorpresa, ya que su agonía se prolongó bastante más de la cuenta, al menos a mí, igual me cuesta mucho asumir la pérdida.


Sucede que fueron muchos años de compartir cosas; momentos importantes o intrascendentes; desafíos, alegrías; tristezas; logros; fracasos; en fin, años de compartir la vida misma. Recuerdo que nos conocimos por allá por el 2001, en momentos en que la soledad se había enquistado en mi vida con serias intenciones de quedarse. Y fue básicamente él, quién me echó una mano grande en esa difícil etapa.


Como estábamos viviendo situaciones similares, decidimos en un momento aunar esfuerzos económicos, y alquilar un pequeño apartamento en 8 de octubre y Centenario, dejando yo al fin de vivir en aquella oscura pensión de la calle Juan Paullier. Y ahí estuvimos casi cuatro años. Como dato anecdótico, recuerdo que él era bastante más prolijo que un servidor para las tareas del hogar. Su especialidad, lavar ropa. No sé por qué, pero realmente lo hacía muy bien. Yo colaboraba un poco con la tarea, pero en realidad era él el que hacía todo el trabajo.


Cuando nos tuvimos que ir de ahí, seguimos alquilando juntos y nos fuimos a otro apartamento dentro de la misma zona. Y fue allí, y cuando ya hacía varios meses que estábamos viviendo en él, que mi amigo empezó con algunos problemitas de salud. Al principio fueron pequeños altercados carentes de importancia, pero al final tuvo que consultar con un especialista. Y bueno, de ahí en más las cosas solo fueron empeorando. Recuerdo que fue también por esa época en que estuvo algo así como ocho meses sin poder trabajar.


La vida continuó y durante un tiempo largo Ernesto, (que era como yo solía decirle) pareció mejorarse. Retomó sus actividades cotidianas, y su vida pareció volver a la normalidad. Esto fue así hasta hace unos tres meses, en que su salud se deterioró súbitamente, y según la persona que lo atendió, sin vuelta atrás. Y ahora, el fin.


La verdad es que el sentimiento de desolación que me embarga amigos, junto con esa pesada angustia que me aprieta la garganta, es intransferible. Quizás no debería estar haciéndolos partícipes a ustedes, mis estimados lectores, de éstas cuestiones tan tristes. Pero se supone que es para eso ¿no? En mi caso lo hago supongo, porque me sirve como deshogo. Así como en otras oportunidades he compartido cosas buenas que me han sucedido, ahora no puedo más que contarles también ésta. Sepan disculparme aquellos a los que no les ha caído bien mi relato.


Pero bueno, como suele decirse por ahí, la vida continúa. Ernesto se ha ido, pero ahora tenemos a Jaime, que tiene capacidad para 5 kilos, 16 programas de lavado, y centrifugado a 600 RPM. Toda una maravilla.


LES PRESENTO A AMBOS: AL DIFUNTO Y AL RECIÉN NACIDO.





2 comentarios:

  1. Muy bueno!!!!!!!! La verdad que creí que el relato era de una persona , pero me encontré al final con una sorpresa!! jajajaj!!!! Muy ingenioso y muy bien relatado , te doy un EXCELENTE mayúsculo, te mando un abrazo y sigue atrapándome con tus relatos , te sigo siempre, hasta que me animé a comentar, te dejo un fuerte abrazo , Fernando Núñez

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  2. Gracias Fernando por tus palabras. Ojalá sigas pasando por este humilde espacio literario.

    Abrazo grande.

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Diga sin miedo lo que piensa, acá no hay censura de ninguna clase. Le sugiero igual que impere el respeto, en caso contrario difícil que pase.