Los
hay por miles, pero el que más me gusta es el testimonio de mi bisabuelo Pablo,
quién llegó de Europa a los treinta y tuvo diecinueve hijos por estos pagos. “Mi cuerpo se subió al barco pero mi alma se
quedó en puerto, saludando”, solía decir haciendo referencia al momento de
su partida de Italia, sesenta años antes. La frágil sonrisa que casi por
costumbre acompañaba esta frase, inexorablemente se ahogaba en la triste
humedad que inundaba siempre sus cansados ojos. Nunca pudo volver. Dicen que
las últimas palabras que susurró a la abuela en su lecho de muerte, cuando
noventa y tres inviernos ya le habían desgastado el cuerpo, fueron “no estés triste viejita, voy a estar bien;
hoy parto a encontrarme con mi alma”. Y esa tarde se marchó, para siempre.
Muy bueno me llego al corazón, tal cual la historia de muchos abuelos y abuelas. Giselle
ResponderBorrarA veces trato de ponerme en la piel de esos jóvenes que seguramente con muchas más dudas que certezas, pero con valentía infinita, tuvieron que tomar la decisión de abandonar su casa, su tierra y lo que es peor, sus seres queridos, para forjarse un futuro en una tierra tan lejana como desconocida. Admirable pienso, o mejor dicho siento. No creo que yo hubiera sido capaz de hacerlo, o quizás si, quien sabe.
BorrarGracias estimada por pasar.
Saludos.