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jueves, 13 de diciembre de 2007

VIAJE INAUGURAL (1)

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Hay cosas que pasan y dejan huellas. Esta que les voy a contar a continuación, fue una de ellas. Imaginen por un momento la situación. El primer auto de mi mejor amigo. Yo soltero. El soltero. Para nosotros, el mundo conspiraba y casi que nos empujaba a empezar a librar las más titánicas correrías hasta ese momento vividas. Para inaugurar esta nueva vida, decidimos hacer un viaje a nuestro pueblo natal, en el interior del país. He aquí el comienzo del relato.
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"A la 1 en punto te paso a buscar" dijo mi amigo Antonio con voz de brigadier general retirado, cuando hablé por teléfono el día anterior al viaje en cuestión. "Mira que no esperamos a nadie", agregó luego en tono amenazante. Ante tamaño apuro, no tuve mas remedio que pelearme con toda la plana mayor de mi empresa, a fin de lograr que me dejaran salir 5 minutos antes de la hora señalada para estar presto y en guardia, cuando mi amigo estacionara su flamante máquina frente a mi trabajo. Eran exactamente las 14:30 cuando mis ojos de lince divisaron una oscura silueta corriendo presuroso entre la multitud en dirección a mí. Era el negro informal éste -porque no sé si les comenté que mi amigo podríamos decir que es, este... digamos... ligeramente acubanado- que amén de llegar 1 hora y media tarde, venía a pata el pelotudo. Y no se pierdan la excusa: "No encontré como llegar hasta tu trabajo sin cometer una infracción...". Sin palabras; el muy atolondrado había dejado el auto como a 5 cuadras por no saber cómo llegar. Y bueno, hay que entenderlo, no es lo mismo andar en bicicleta -que era su medio de transporte habitual hasta el momento- que en auto. Se ve que en el birodado no respetaba un carajo las flechas, ni los semáforos, ni nada. Bueno, el tema es que yo ya estaba bastante cansadito de esperar. Pero mi mal humor fue en pocos segundos obnubilado por la excitación del inminente viaje. Cansado de caminar llegamos al auto. Como yo más o menos estaba al corriente de qué clase de auto había adquirido mi amigo, a medida que avanzábamos por la calzada trataba, estirando al máximo mis vértebras cervicales superiores, de localizar entre la enorme cantidad de autos estacionados, alguno que cumpliera los pocos requisitos que se necesitaban; cuatro ruedas y estado calamitoso. No fue hasta que estuve a 10 mts. de distancia que lo vi. Era él. Tal y como era hace 57 años -que fue cuando lo hicieron- pero con los dramáticos efectos del paso del tiempo sobre su osamenta. Imponía respeto. Nadie se atrevía a siquiera a acercarse; supongo que por miedo a que se destartalara del todo. La cosa era que ahí estaba esperándonos, en marcha y además con una damisela en su interior. Era un espectáculo dantesco. Me acerqué cauto, sigiloso; lo miré de cerca y en un arranque de brabura tomé la manija de la puerta trasera derecha y tiré con decisión. Y volví a tirar. Cuando estaba logrando tirones de alrededor de 3200 libras y casi a punto de quedarme con la puerta en la mano, escucho la ronca voz de mi amigo que tardíamente me advierte, " Esa no abre...!!! " Puta carajo. Empezamos fenómeno.
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Una vez instalado en el asiento posterior del vehículo en cuestión y habiendo saludado a la niña que se encontraba sentada en el asiento delantero, pude comprobar que realmente no es tan malo que un resorte oxidado del tapizado se te incruste con vehemencia en el traste. Me lo quité discimuladamente como quién quita un anzuelo clavado en un dedo y me corrí hacia la derecha, con la esperanza de que la sentadera estuviera un poco menos peligrosa de ese lado. De todas maneras, más que sentarme, lo que hice fue ir en cuclillas hasta el trabajo de otra dama, que era nuestra segunda parada antes de partir y que por cierto, se encontraba en dirección exactamente contraria a la salida de Montevideo. A esta altura ya eran como las 3 de la tarde. L recogimos y dando vuelta 180º pusimos proa hacia donde debíamos levantar a Susana, una de las tantas tías del protagonista de ésta historia. Llegamos a las 15:30 a dicha casa -que por cierto estaba ubicada a 3 cuadras de mi trabajo-, y ahí fue realmente donde empezó el calvario.
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Había un ruidito. Más bien era algo así como un silbidito que molestaba y no dejaba concentrar al conductor. En realidad, el mentado ruido era prácticamente imperceptible para el resto de los mortales que íbamos a bordo del aparato, pero como el chofer dijo " me molesta el ruido ", nos pusimos todos a buscar en forma compulsiva la fuente emisora del sonido en cuestión. He omitido decir que además de las personas nombradas, iba también en carácter de ingeniero de abordo y por tanto como póliza de seguros Alberto, hermano de Antonio y del cual se decía que era el que nos podía sacar las papas del fuego en caso de que la cosa se pusiera negra. Bendito sea Alberto !!! No un ingeniero, sino varias ordas de ingenieros se hubieran necesitado para recorrer los tristes 188 kmts. que nos separaban de nuestro destino, si no hubiera sido por la pericia y destreza del muchacho en cuestión. No habíamos salido de Mdeo. y el panorama era éste.



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