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viernes, 17 de julio de 2009

EL CIGARRO Y EL HOMBRE

Por Hernán Barrios


Muchos de nosotros hemos tenido alguna vez la poco feliz idea de ponernos un cigarrillo en la boca... y de encenderlo.


Seres superiores, somos. El eslabón más alto de la cadena evolutiva, nos decimos. Seres pensantes, racionales. Y los únicos con la capacidad, casi mágica... de la abstracción.


Tan elevado es nuestro coeficiente intelectual, que hemos desarrollado además una capacidad de auto destrucción voluntaria... tan exquisita como refinada.


Compramos nuestra primera cajilla de cigarros, junto con los primeros materiales para comenzar a construir una linda, amplia, cómoda y acogedora... cárcel. Es digno de admiración, para seres inferiores claro, cómo cigarro tras cigarro, y ladrillo tras ladrillo, vamos levantando pared, con ahínco y dedicación. Al ser tan inteligentes, mientras los muros crecen... y crecen, vamos viendo claramente que muy pronto estaremos encerrados; pero aún así continuamos nuestra tarea con esmero.


Una vez terminada, con techo de concreto y una pequeña ventanita para mirar el mundo libre, nos sentamos a observar nuestra obra... orgullosos. Los seres inferiores, los animales que están muy por debajo nuestro en la pirámide de la vida, nos miran desde afuera... con asombro. “¿Por qué el hombre habrá decidido encerrarse, con todas las cosas bellas que hay acá afuera?”- se preguntan.


Luego de un tiempo, el hombre con su preclara mente, toma de pronto conciencia de que está encerrado. Cae al fin en la cuenta de que ha construido una cárcel confortable, calentita, placentera... y sin puerta de salida. Todo lo que puede hacer es mirar por la pequeña ventanita, y al ver caminar libres a tontas personas que no han tenido la habilidad de construir una cárcel tan linda y segura... lamentarse.


Pero no todo está perdido para el inteligente hombre. Afuera hay personas buenas con marrones en la mano, que están dispuestas a romper las paredes de aquella fortaleza... y liberarlo. Solo tiene el hombre que pedirlo.


Pero parece que la inteligencia y el orgullo son hermanos inseparables. Dos caras de una misma moneda que coexisten e interactúan en pos de hacer de los humanos, una raza cada vez más superior. Una raza incapaz de pedir ayuda hasta que ya es demasiado tarde. Una raza que lo que le sobra de inteligencia, le falta de humildad. Una raza cuyo talón de Aquiles es la sobervia. Y una raza que es perfectamente capaz de auto destruirse con absoluta conciencia, antes que reconocer su fragilidad, y dar un paso atrás.


Así somos y así estamos. Nosotros, los reyes del universo... los inteligentes.



FE DE ERRATAS



Donde dice “superiores” o “inteligentes”, debe decir “estúpidos”.

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