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domingo, 16 de mayo de 2010

HIJOS DE LA CALLE

Por Hernán Barrios


ENTREVISTA CON UN ADICTO A LA PASTA BASE



Me encontré con Yonatan (así me dijo él que se escribía, cuando en un momento de la charla lo consulté al respecto) en la esquina de la Intendencia, el sábado a las 3 de la tarde. Llegué algunos minutos antes de lo convenido, y ya me estaba esperando sentado en el piso, junto al muro que da a la calle Santiago de Chile. No lo conocía personalmente, y había concertado la entrevista por intermedio de su hermana, quien dejó un comentario en el artículo Pasta Base: BERACA, haciendo referencia a su situación. Sabía que tenía dieciocho años recién cumplidos, y que desde hacía dos estaba teniendo problemas con las drogas. Sabía eso y poco más. Mi interés por hablar con Yonatan, no era otro que el de poder recoger un testimonio directo de alguien que convive con este cóctel mortal drogas y pobreza, a fin de poder entender mejor el tema, y luego compartir con ustedes, algunas reflexiones sobre el mismo.



EL ENCUENTRO


Un jean viejo y rotoso, una camiseta amarilla en las mismas condiciones, una camperita polar negra bastante sucia y desteñida con capucha, además de una gorra de visera Nike y alpargatas, era la vestimenta de mi entrevistado en el momento del encuentro. Me acerqué decidido, me presenté, y le extendí la mano. La suya, temblorosa y fría denotaba nerviosismo, y su cara chupada, demacrada, y parcialmente escondida entre la visera y el humo del cigarro que pendía de sus labios morados, desconfianza. Le expliqué quién era yo y por qué quería hablar con él, para después invitarlo a tomar un café en La Pasiva de 18 y Ejido. Hacia allá fuimos.


Nos sentamos en una mesa interna alejada de las ventanas, bajo la mirada desconfiada de los mozos. Pedimos lo mismo; café con leche y medialunas. Mi invitado comía con voracidad, por lo que la charla no fue al principio demasiado fluida. Una vez que casi hubo terminado, comencé a hacer preguntas.


En algo así como una hora y cuarto de charla, me enteré de unas cuántas cosas de la vida de Yonatan. Supe por ejemplo que había vivido toda su vida en el barrio Borro, en una precaria vivienda de chapa y madera hecha por su madre y su abuelo, el padre de ésta. Que su papá se había ido de su casa cuando el tenía 5 años y que nunca más lo había vuelto a ver. Que eran cinco hermanos y que él era el segundo. Que había asistido hasta tercero de escuela. Que había fumado su primer cigarrillo a los 12 años, y que había probado la droga a los 15. Hasta me dio una noticia que todavía no sabían en su casa, y era que su novia de 15 años, con la que estaba saliendo hacía tres meses, estaba embarazada. Completito.


Al preguntarle sobre cuáles eran sus expectativas para el futuro, me dijo algo que me dejó pensando: “Yo quiero tener una vida normal nomás”. Al preguntarle más en detalle sobre a qué llamaba él una vida normal, me contestó que le gustaría tener un trabajo para poder comprar cosas; que le gustaría tener una moto grande para poder recorrer toda América; que le gustaría comprarle una casa nueva a su madre; y que cuando sea un poco más grande quiere tener una familia con dos hijos y un perro policía. Otra cosa que me llamó la atención fue que me dijo que nunca había ido al cine. Le pregunté por qué, y me contestó que cuando era chico su mamá no tenía plata para eso, y que después que fue más grande, la plata que esporádicamente conseguía, se la gastaba en otras cosas. Esas otras cosas eran, en los últimos tiempos, droga. Y un poco antes, cigarrillos, alcohol, celulares, CDS, etc. Obviamente las prioridades de Yonatan no son como las mías o las tuyas, estimado lector.


Con respecto al tema PASTA BASE en sí, me contó que la primera vez que la probó fue en una placita cercana a su casa, en donde los había reunido (a él y a tres chicos más), un hombre conocido del barrio, con la excusa de ofrecerles un negocio. Les habló de una supuesta venta de algo, y al final de la charla, y como para celebrar el negocio concretado, los había invitado con una lágrima a cada uno. A los dos días fue con dos de los tres chicos, a la casa de este hombre, a comprarles una más. Después de esa, no pudo parar. Tenía 16 años recién cumplidos.


Es una sensación que te vuela la cabeza”- me dijo, al preguntarle sobre lo que se sentía al fumar pasta base. “Te sentís re bien y parece que el corazón se te sale para afuera”- agregó luego. Aunque también me contó que el efecto se pasa muy rápido, digamos que dura unos pocos minutos, y que luego te queda una sensación de tristeza y vacío que es horrible. “Sentís que no servís para nada y que estás solo en el mundo, y lo único que se te ocurre es conseguir plata para comprar otra dosis”- terminó diciendo. Es un círculo de nunca acabar, como toda droga, pero en este caso potenciado a su extremo en el daño que causa. Me dio mucha tristeza escucharlo decir que él estaba todo el tiempo conciente del daño que se hacía a sí mismo, a su familia y a todos sus allegados, pero que llegado el momento, la adicción era más fuerte que él. Sabía perfectamente todo eso, pero cuando su cuerpo necesitaba drogarse, no podía detenerlo. Era como que la droga (en este caso la falta de), se apoderaba del mismo y de su mente, y lo llevaba a hacer cualquier cosa para conseguirla. “Es algo que te empuja, o más bien que te cincha”- me dijo.


Le pregunté sobre qué cosas había hecho para conseguir pasta base; se quedó mirando al piso como no queriendo responder a esa pregunta y me dio la sensación de que había un poco de vergüenza en su cara. Al insistirle un poco, me dijo que generalmente le sacaba plata a su mamá, aunque también le había pedido a su novia. Y que alguna vez había vendido alguna cosa de su casa (cosas suyas me dijo), para conseguir droga. Intuyo que lo que me contó en este punto fue solo la punta del iceberg, así que dejo librado a la imaginación del lector, la completa visión del mismo. Ya casi al final de la charla, y cuando observé que sus ojos habían comenzado a inquietarse aún más, y su mirada ya pasaba de mi persona y estaba casi todo el tiempo en la puerta de salida, le pregunté si le gustaría poder dejar de drogarse. Su respuesta fue tan rápida como contundente y la transcribo textual: “Más bien”. “Si yo sé que es una porquería que me tiene atado”- me dijo después. Y le creí.


Y hasta me parece entenderlo, a Yonatan y a todas las personas que de alguna manera están atrapados entre los barrotes de alguna sustancia adictiva. Pasta base, cocaína, marihuana, alcohol, cigarrillo, juego, Coca-Cola, comida o alfajores de chocolate. Aunque con diferentes efectos, todas estas sustancias y otras, crean una dependencia, y esa dependencia le resta, en mayor o menor medida pero indefectiblemente, espacio a la libertad del ser humano.



CONCLUSIÓN


Luego de la charla con Yonatan, lo que me sucedió en realidad fue que pude reafirmar algunos conceptos que ya tenía, pero basados en la teoría de otros.


El primero de ellos, es el concepto de que la adicción a la pasta base es una enfermedad que debe ser tratada como tal, si queremos avanzar socialmente y en algún momento solucionar, o al menos minimizar, este flagelo. Magros resultados vamos a obtener (y a la vista está), si la seguimos asociando a la cuestión delictiva y actuando en consecuencia. Está claro que el delito es consecuencia de la adicción y no al revés, por lo tanto lo lógico es atacar la causa si queremos sofocar el efecto. Los establecimientos de reclusión se llenan de jóvenes que han delinquido para poder drogarse, y ahí lo único que hacen es, además de continuar con su adicción, perfeccionarse en el arte de la delincuencia. Y al recuperar la libertad, que en la mayoría de los casos es en un plazo bastante corto de tiempo, ya sea por ser menor, porque el delito no admite mucha condena, o sencillamente porque hay que dejar espacio para otros, van derecho a hacer lo que hacían antes, tratar de conseguir droga a como de lugar. Yo creo que lo que hay que construir en lugar de tantas cárceles, son establecimientos especializados y destinados a la cura de personas con adicción a la pasta base. Así de sencillo. Llámense hospitales, clínicas especializadas o chacras de desintoxicación. No importa el nombre que les pongamos; lo que importa es que la tarea de estos sitios no sea la de hacer pagar una condena, sino la de curar a una persona de una enfermedad particular, tan destructiva sino más, que el cáncer. Pensemos que éste último solo mata a la persona que lo posee y muere con ella; en cambio la pasta base además de matar a su adicto, genera daños irreparables en todo su entorno, a veces incluyendo la muerte de personas que nada tienen que ver con el enfermo. Para el cáncer se destinan muchos recursos y está bien que así sea; para la pasta base casi nada.


Concomitantemente con esto, también digo y repito (ya que lo he mencionado en otro artículo de este mismo blog), que al ser la pasta base una enfermedad que atañe no solo a la persona que la padece, sino también a un círculo indeterminado de gente, el adicto debe ser obligado a tratarse. Así, sin vueltas. En este punto considero que uno de los derechos humanos principales que es la libertad, debe quedar supeditado al bienestar del resto de la sociedad. Y es aquí en donde la clase política debe legislar al respecto. En realidad creo que solo se trata de aplicar con criterio las normativas ya vigentes, pero como parece que los defensores a ultranza de lo derechos humanos ponen palos en la rueda, quizás lo ideal sería hacer una reforma constitucional para ésta enfermedad en particular. No puedo entender ¿por qué razón si una persona que padece una enfermedad infecto-contagiosa de cualquier tipo, es obligada a mantenerse en cuarentena (esto es alejada del resto de las personas) hasta que su cuadro haya desaparecido, con el fin de proteger al resto de la sociedad, no podemos hacer lo mismo con un adicto a la pasta base? Y al enfermo que es puesto en cuarentena no se le pregunta si quiere quedarse en el hospital. Se tiene que quedar o quedar. Aquí se podría alegar también que se está violando entonces el libre derecho a la circulación y a la libertad del ser humano y bla bla bla. Bueno, con el tema de un adicto a la pasta base es todo una transa legal impresionante que hasta ahora no tiene solución. ¿Será porque la pasta base no es contagiosa? No será contagiosa pero mata personas generalmente de forma violenta. No será contagiosa pero deja familias desmembradas. No será contagiosa pero deja jóvenes inútiles e improductivos a la sociedad. No será contagiosa pero el enfermo induce a otras personas a drogarse. No será contagiosa pero hoy en día es uno de los principales disparadores de esta ola de violencia, delincuencia e inseguridad de la que la sociedad (yo incluido) tanto nos quejamos. Estoy seguro de que detrás de todo esto hay intereses económicos muy importantes que están luchando a capa y espada por la inacción de las autoridades, pero que la CLASE POLÍTICA TIENE UNA DEUDA IMPORTANTE CON TODOS NOSOTROS por este tema, no es ninguna novedad. Vamos, que el narcotráfico ni es culpa de la sociedad, ni es ésta la que se beneficia con él. Son los grandes centros económicos de poder que han hecho de éste un suculento negocio que les permite a unas poquísimas personas, además de hacerse millonarias algo aún más importante, controlar a las masas, y dirigir mentes y cuerpos a placer. Pero esto si bien es harina del mismo costal, no voy a profundizar en el tema.


Y como este artículo ya está fuera de los estándares de tamaño adecuados para este tipo de publicación, voy a hacer referencia solamente a un último punto que me parece importante, y que va dirigido no a las autoridades, sino al resto de la sociedad.


Yo creo que cada uno de nosotros tenemos que desprendernos de fanatismos, preconceptos o rencores, y entender de una vez por todas que las personas adictas a cualquier sustancia, pero especialmente a la pasta base, SON VÍCTIMAS Y NO VICTIMARIOS. Lo deja claro Yonatan cuando dice que él no quiere estar preso de la pasta base; o cuando dice que quiere tener un trabajo normal, algo que para nosotros los no adictos es casi una obviedad; o cuando expresa su deseo de algún día tener una familia con perro y todo. Yo pude ver detrás de la máscara de la adicción de Yonatan, una persona con deseos y sueños que muy tímidamente pedía a gritos por ayuda. Y me juego entero a que este patrón se repite en todas y cada una de las personas que han caído bajo las garras de esta droga. Yo sé que muchos tendrán ganas de gritarme a la cara en este punto más o menos lo siguiente: “Ahora puede ser que sean víctimas de una droga potente, pero son culpables de haberla probado por primera vez”. Y a estas personas yo les voy a contestar que en parte tienen razón. Es como aquel adolescente que prueba un cigarrillo por primera vez solo para ver qué gusto tiene, o para alardear frente a sus iguales. Es culpable, estoy de acuerdo. Pero hay dos cosas importantes a tener en cuenta en esta complicada madeja de hechos. Primero, la vulnerabilidad de las personas que son blancos de ataque de los hijos de puta que lucran con esta droga. Si revisamos el historial de vida de Yonatan, el cual es muy parecido al de miles y miles de niños, adolescentes y jóvenes de nuestro país, nos daremos cuenta de que la vida no ha sido nada fácil para ellos desde el vamos. Sé que a muchas personas quizás no les sea demasiado fácil ponerse en el lugar de una persona que ha nacido y vivido en la pobreza extrema (reconozco que para mí tampoco es fácil), pero creo que merece la pena el esfuerzo mental, ya que solo así podremos ponernos en la piel de alguien para quién tener un plato caliente en la mesa en invierno no es habitual. O sentir lo que sienten estos chicos al tener que pasar toda su corta vida deseando cosas, o preguntándose por qué razón ellos no pueden tener lo que otros chicos si tienen. Y algunos somos tan hipócritas de decir a viva voz y con aire de sabelotodo; “les damos plata para que se compren comida y se la gastan en un celular de última generación”. Y si, se la gastan en un celular porque es lo que han deseado tener desde siempre, y cuando tienen la posibilidad no lo piensan dos veces. A veces me cuestiono por qué razón para tanta gente es tan difícil entender este punto, y realmente no encuentro una respuesta concreta. Pero volviendo al tema, el punto es que a las personas que no tienen nada o casi nada, y que tampoco tienen muchas expectativas de que sus condiciones de vida mejoren, es bien fácil convencerlas de que la droga es un camino rápido y efectivo hacia la felicidad. También es fácil porque son niños y jóvenes sin contención familiar, sin estudios, sin preparación académica de ningún tipo, y sin advertencia real sobre el peligro que conlleva embarcarse en este viaje. Es fácil. Créanme que es muy fácil.


Y segundo y no menos importante queridos lectores, es que de nada ayuda a resolver el problema que a todos nos atañe, el saber el grado de culpabilidad de las personas a la hora de adquirir la adicción. Lo realmente importante en términos prácticos, es el ahora. ¿Para qué nos vamos a enfrascar en una discusión recriminatoria del por qué estas personas le abrieron las puertas a esta droga, si con eso no vamos a resolver nada? Creo que podrá calmar nuestros deseos más banales de descarga emotiva, pero lo que realmente vamos a hacer es perder el tiempo. Tiempo que nos hace falta y mucho. Sé que lo que voy a decir es un tanto apocalíptico, pero lo digo porque realmente creo que es así. Creo que en este tema de la pasta base y el daño que le está haciendo a nuestro sociedad toda, estamos acercándonos peligrosamente a un punto de no retorno. Considero que si no actuamos con celeridad y eficacia, el problema en poco tiempo será tan grande, que no nos van a alcanzar los recursos para poder solucionarlo. Pasado este punto, sucumbiremos a la resignación de que esta droga se siga fagocitando a nuestros jóvenes, y nos acostumbraremos definitivamente a vivir las 24 horas entre rejas en nuestras casas, hasta que también éstas sean en algún momento violadas por alguna horda de adictos desesperados.


Creo que el momento es ahora. Las condiciones políticas del país, el gobierno, y la oposición parecen estar más o menos de acuerdo en ciertos puntos importantes que atañen a este flagelo. Cada vez más y más organizaciones sociales sin fines de lucro se están involucrando, y poniendo gente y recursos para echar una mano a este tema. Me parece sentir que la sociedad toda está dejando de lado viejos rencores que no construyen, para empezar a pensar en el hoy, y en cómo enmendar los errores del pasado. Por eso estimados amigos, yo aún soy optimista. Hoy creo que se puede torcer el cauce de este río que se nos ha ido a campo traviesa, y volverlo a su cauce natural. Yo creo que se puede, y también creo que si todos creemos lo mismo y actuamos en consecuencia, esta creencia se va a volver realidad.


Que así sea.



NOTA: La foto de portada es solo a título informativo y no se corresponde con la identidad del entrevistado.


3 comentarios:

  1. Muy bueno Hernán, me gustó que te metieras en algo que perfectamente puede llamarse periodismo de investigación. Hace falta, no siempre es fácil llevarlo adelante. Estoy de acuerdo, Yonatan seguro que hace cosas terribles, imperdonables, pero la culpable es la sociedad que lo creó, esa gran serpiente que invita de continuo a probar el fruto prohibido...

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  2. Amigo Iani. En realidad creo que para llegar a ser periodismo de investigación le falta bastante más investigación. Lo mío fue solo una pequeña y tímida aproximación a la realidad. Igual se agradece el título. Y si, Yonatan en realidad no tuvo la oportunidad de decidir qué clase de vida vivir. Simplemente le tocó. Así como pudo tocarnos a vos, a mí, o a cualquiera.

    Gracias amigo por estar siempre.

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  3. perdon que te diga pero de que me hablas osea ese pibe es un enfermo que roba para comprar esa mierda. hoy un drogadito como ese me vino a afanar con un arma y yo tengo que bancarme que una persona como el no valla en cana y valla arecuperarse? por mi que los maten a todos, no hay recuperacion para esa mierda que tienen en la cabeza asi que ni te gastes en tratar de que sean victimas como vos decis. ellos son chorros asi que si son victimarios. YO LA VERDAD prefiero que se mueran por chorros del orto. ensima me tengo que bancar que los tengamos que ayudar, por dios. matenlos a todos y dejense de joder

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Diga sin miedo lo que piensa, acá no hay censura de ninguna clase. Le sugiero igual que impere el respeto, en caso contrario difícil que pase.