Era
enero, y el viejo edificio estaba vacío y silencioso. Los cursos de verano
comenzaban recién el mes siguiente, por lo que a falta de estudiantes, los
únicos seres que lo ocupaban eran un puñado de empleados de administración,
limpieza y vigilancia. Esa tarde, como todas las tardes, Nancy realizaba su
última ronda, dando los retoques finales al hall de entrada, las escaleras, y
los baños de estudiantes. Éstos, si bien habían sido reformados varias veces en
las últimas décadas, aún seguían manteniendo los rasgos generales de
majestuosidad y opulencia, del resto del edificio. Al entrar, un largo corredor
de baldosines beige daban la bienvenida al usuario, y un techo oscuro y lejano,
naturalmente decorado con telas de araña de principios de siglo, arrojaba a sus
ojos una vacía sensación de inmensa soledad. Sobre la pared de la izquierda,
una hilera de seis piletas de granito gris con sus correspondientes espejos y
luces, le inyectaban una modesta dosis de modernidad al paisaje, y a la
derecha, los cubículos sanitarios. Éstos eran también seis, pero de modernidad
nula. Separados entre sí por mamparas de madera compensada que se elevaban del
piso unos 20
centímetros , puertas sin seguro del mismo material y
tazas turcas, eran todo su mobiliario. Cien años de pensamientos estudiantiles
impregnados en las paredes, daban a cada uno de los cubículos, su impronta
individual.
Nancy
era una chica joven, bonita, y muy reservada. Siempre andaba de un lado para
otro con sus petates y productos de limpieza en las manos, y auriculares en los
oídos. Rara vez se la veía conversando con alguien, y cuando lo hacía, siempre
era por cuestiones estrictamente laborales. Dicen que provenía de una familia
muy religiosa, y al menos en el tiempo que llevaba trabajando en la facultad,
nunca se le descubrió un novio, o algo similar. Todos los días a las 18:15,
luego de terminar su jornada laboral, se tomaba el 137 en la parada de la
esquina, con destino a casa de sus padres.
Era
poco más de las cuatro cuando acercó el balde con agua y los productos de
limpieza, a la puerta del baño de hombres. El edificio, quizás por ser viernes,
estaba especialmente vacío aquella tarde. Tan solo Juan, el vigilante de la
noche, se podía escuchar conversando animadamente con un vecino, lejos,
escaleras abajo. La amplitud de los espacios, la altura de los techos, y el
revestimiento en mármol de las inmensas paredes, daban a la fauna sonora del
lugar una desmedida imponencia. Los pasos livianos de Nancy, el contacto del
balde con el piso, y hasta el goteo infinito de la cisterna tres, sonaban
inquietantes de más. En esas circunstancias Nancy prefería renunciar a la
cálida compañía de la música de sus auriculares, y dejar sus oídos libres para
prevenir cualquier eventualidad. Dando por descontado que el baño estaba vacío,
y a diferencia de lo que solía hacer en períodos de clases, entró sin
anunciarse. No era mucha la tarea, tan solo un repaso ligero porque ya los
había limpiado a fondo en la mañana, y además casi no habían sido usados.
Comenzó por los espejos.
Llevaba
pocos minutos avocada a esa tarea, cuando creyó escuchar un pequeño sonido
detrás de sí. Fue mínimo, casual, casi imperceptible. Una especie de chasquido
metálico, como si un clip de alambre, de esos de sujetar papeles, cayera sobre
el piso. Instintivamente se dio vuelta. Movimiento innecesario, ya que a través
de los espejos que cubrían todo el largo de la pared, tenía una visión completa
de lo que sucedía a sus espaldas. De todas formas no vio nada raro. Se movió
hacia el siguiente espejo y continuó su tarea. Segundos más tarde, le pareció
oír una especie de jadeo sofocado; un susurro entrecortado, débil, tanto que
parecía incluso venir de otra parte del edificio. Pero venía de allí; estaba
segura de que venía de allí mismo. Haciendo un esfuerzo por mantener la calma y
contener la respiración, miró hacia atrás, hacia los sanitarios, esta vez sí a
través del espejo. Al principio no detectó nada pero luego, al prestar atención
a los detalles, los vio.
Eran
dos. Grandes, grises, y bastante rotosos eran aquellos championes que apuntaban
hacia la pared. ¿Cómo no los noté antes?_
pensó Nancy. Un hombre estaba orinando en uno de los cubículos, y ella se había
metido al baño descuidadamente. Al tiempo que se reprochaba su descuido,
también le pareció extraño que aquel tipo hubiera estado allí dentro incluso
antes de que ella entrara, y no hubiera realizado ruido alguno, que delatara su
actividad fisiológica. Decidió salir y esperar afuera a que el sujeto
terminara, pero en el momento de retirarse y pasar exactamente frente a la
puerta del cubículo, vio algo que hubiera preferido no haber visto. Había dos
pies más, esta vez con lustrosos zapatos negros, también mirando hacia la pared
e inmediatamente por delante de los championes grises. Esta visión la confundió,
al punto de no entender realmente lo que había visto, hasta que estuvo en la
vereda contándole a Juan lo sucedido.
Rubén,
el negro y fornido cuida coches de la cuadra, fue el primero en pasar minutos
después, frente a Juan y Nancy. “Ta
mañana”_ les dijo con voz chillona y acento periférico, al tiempo que una
seña de su mano derecha reafirmaba su discurso. “Hasta mañana”_ respondieron
ellos a coro, y con sus miradas apuntando hacia el suelo. Grises.
“Buen fin de semana”_ les dijo el Sr.
Director, mientras que con su brazo extendido y apretando un botón verde,
apagaba la alarma de su coche. “Gracias
igualmente”_ respondió solo Juan, ya que a Nancy la garganta le jugó una
mala pasada, y no pudo emitir palabra alguna. Sus ojos en cambio, le fueron
fieles. Negros y lustrosos.
Te pasas loco, ya me había echo la idea, de una policial jejejeje.
ResponderBorrarEs un nuevo género: misterio sexual, jaja. Saludos y gracias por pasar.
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