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jueves, 22 de noviembre de 2007

ESOS SON LOS AMIGOS




Hay historias que se mantienen dentro de un círculo cerrado. Esta, ha estado durante mucho tiempo guardada en mi casilla de correos. Pero como el tiempo despersonaliza los hechos y universaliza las anécdotas, he decidido compartirla con todos ustedes. Era junio del año 2004, y ésto pasaba en mi vida.





Y resulta que este fin de semana que pasó, fui para Trinidad y lo pasé muy bien. Pero me gustaría contarles la historia con un poco más de detalles.



Ya tenía planificado este viaje desde el otro fin de semana, ya que el martes pasado operaron a mi madre y no había podido estar. O sea que la decisión de viajar ya estaba tomada. Solo faltaba ajustar en qué medio de transporte iba a realizar dicho viaje. En un primer momento, pensé ver si podía repetir la hazaña del mes pasado, ocasión en la cual me fui a dedo, como se dice vulgarmente. Y por qué no, romper el record que ostento desde entonces de tan solo 3 minutos parado en el puente Santa Lucía. Fue ése el tiempo que tardé en que alguien me levantara. Y eso que mis contornos cárnico-faciales me hacen distar mucho de parecerme a una mina, fea aunque mas no sea. Mi hipótesis indica que la velocidad del levante está en relación directa con el grado de positividad que se posea en ese momento, y en relación inversa con la ansiedad que se tenga por llegar a destino. Pero la semana pintaba casi que fresca por demás como para pararse en la ruta a las 8 de la mañana, por lo que había descartado tal posibilidad. No me iba a quedar otra que irme en ómnibus. Hasta que recibí a mitad de semana un llamado telefónico que me abrió el abanico y agregó otra posibilidad al espectro. Cuando no, era la voz cálida y oscura voz de mi no menos oscuro amigo Antonio desde su teléfono móvil, participándome de la noticia de que viajaba a Trinidad en su nave, el mismo fin de semana que yo, y ofreciéndose a prácticamente tele-transportarme instantáneamente a destino. Yo pensé, " si Agencia Central tarda 2 hs 30mins., Antoñito en su auto no puede demorar más de 1 hs 20 mins., por lo que rápidamente acepté la invitación. No fue sino hasta la próxima charla telefónica que se produjo 24 hs. después, que condicionó la ida a la eventualidad de que el automóvil en cuestión se decidiera a arrancar, ya que hacía un tiempito que se encontraba en estado inerte estacionado frente a la morada de su propietario. Siendo yo conocedor de los avanzados conocimientos de mecánica y electrónica con que cuenta mi amigo, no dudé ni por un momento que el encendido de la máquina infernal sería solo cuestión de minutos, por lo que me quedé absolutamente tranquilo. Igualmente, él me iba a dar el ok final más contra el fin de semana. Y era miércoles. Además, El Vólido, como solía llamarlo yo cariñosamente, era de por sí arrancador como pocos. Los contados, esporádicos y minúsculos inconvenientes que pudo habernos dado en algún tiempo remoto, fueron más bien enfocados a problemas de frenaje, debido a la ferocidad y vehemencia de su motor, y no a desperfectos específicos de encendido. La cosa fue que eran las 23 hs. del viernes cuando me llama mi amigo para comunicarme que tras largas y tediosas sesiones de mecánica avanzada, no había podido concretar su loable y sublime misión de hacer arrancar la mierda esa de auto que se ha comprado. Pero la putísima madre que lo parió a la cacharra latosa, herrumbrada y descascarada de porquería esa; por qué mierda no se prenderá fuego de una vez por todas así se deja de arruinarme la vida carajo. Perdón por el exabrupto. En resumidas cuentas, el mecánico en cuestión no consiguió a pesar de su afanoso esfuerzo detectar a tiempo cual o cuales eran los motivos por los cuales el potente vehículo no conseguía comenzar la ignición, así como tampoco poner en funcionamiento todos y cada uno de los complejos y avanzados sistemas con que cuenta el moderno artefacto transportístico. Eran las 5:30 de la madrugada del sábado y el tipo iba con su bolsito rumbo a Tres Cruces.



Esos son los amigos.

sábado, 17 de noviembre de 2007

AMARGO

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Pocas veces me había sentido tan libre y liviano como esa tarde; diría mejor como en ese preciso momento. El aire suave y tibio de las siete y media me acariciaba delicadamente el cuerpo, que como solía suceder en esas tardecitas de verano, lucía como única prenda aquella querida, gastada y deshilachada bermuda de jean. Recuerdo que su gestación había sido consecuencia directa de la salvaje amputación a la que –contra mi voluntad- me había visto obligado a someter hacía ya tres veranos a aquel no menos querido pantalón vaquero, el cual no pudo continuar su existencia como tal, debido a las mortales heridas recibidas en su parte inferior producto de una encarnizadas batallas librada contra “Goliat”, el esquizofrénico caniche de Martha, la vecina de abajo. El sol, luciendo un tinte rojizo anaranjado que contagiaba a todo ente, vivo o inerte que encontraba a su paso con divina generosidad, estaba mágicamente colgado sobre un cielo celeste profundo como pocas veces había visto. Como solía hacerlo, con el fin de inyectarle un poco más de vida al momento en cuestión y mientras aprontaba un rico mate –amargo por supuesto-, me había encargado de poner algo de música. Creo que era algo de rock argentino; Calamaro quizás; ¿o era Charly? Bueno, no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es que el equipo de música, no sé por qué razón, se había empeñado en no subir demasiado el volumen. Le daba a la perilla y nada. La música se escuchaba suave, lejana; parecía como si estuviera presa dentro de las cajas acústicas, rebotando contra sus paredes pero sin poder salir. No le di mucha importancia; total, algo se escuchaba. Ahora recuerdo, era Charly. Sí, sí, seguro que era Charly.
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Sentado en el borde de la terraza de mi apartamento de la avenida Centenario observaba plácidamente a mi alrededor. Convengamos que desde el techo de un edificio de tres pisos no se le puede pedir mucho al paisaje, pero para mí era suficiente. Don Larrañaga, tan erguido e inmóvil con ese papel hecho un royito entre sus manos. Vehículos de todo tipo y tamaño que iban de un lado a otro sin un orden aparente, más que el que les imponían los semáforos de “8 de Octubre”. La gente, que pasaba caminando despreocupada hacia el parque. Y esa brisa. Esa suave brisa que me rozaba la piel. De pronto, lluvia.
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“¡Tenía que ser mi hermana!”. Ni bien abrí los ojos la vi correr hacia la sombrilla donde se encontraba el resto de la familia. No me puede ver un momento tranquilo que empieza a molestar con esa regadera nueva que le regalaron mis padres para Reyes. Pero fuera de eso, qué manía la mía la de dormirme en la playa; y encima soñar con Montevideo. En lugar de concentrarme, por ejemplo, en los bellos y esculpidos elementos cárnicos pertenecientes al sexo femenino que pululan acalorados y semidesnudos por las hermosas arenas de Piriápolis. Pero no, el tipo sueña con Montevideo. Es como si no terminara de caer al hecho de que ahora estoy en la playa disfrutando de una semanita de relax, totalmente al cuete –si se me permite la expresión-. Semana que por cierto, bien merecida la tengo. Después de un año completo de aguantar gente malhumorada; los viejos que te cuentan todos sus achaques; las mujeres con sus reclamos, “que esto me fue roto, que esto no lo pedí, que esto me fue de menos”; los tipos despotricando todo el tiempo contra el país, la política, los bancos, el dólar y bla bla bla. Si, si, definitivamente muy bien merecidas tengo estas pequeñas vacaciones. ¡Ah, qué placer! La arena blanca está tan suave y fresca que invita al reposo. Dan ganas de seguir durmiendo para siempre. Y el sol inmóvil y apenas tibio que te adormece; y esta brisa suave; y el romper de las olas en la playa que te sumergen, casi sin darte cuenta en un agitado, ruidoso y caótico paraíso de tranquilidad. Solo hay calma; mucha calma.
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Tan ensimismado estaba sentado en la terraza, mirando la gente pasar y pensando en las vacaciones que pronto vendrían, que casi no me di cuenta del momento exacto en el que el mate se escabulló de mi mano derecha y se embarcó raudo y sin más, en un viaje en picada hacia la calle que lo llevaba, cruda e inexorablemente a su deceso. Menos mal que mis reflejos, a mis casi treinta años y en contra de lo que dicen esos que se hacen llamar mis amigos, se encontraban en perfecto estado de vigilia, y con una certera orden impartida vaya uno a saber por qué centro neuronal bajo el mando de mi siempre atento sistema nervioso periférico, mi mano diestra se lanzó presta y veloz cual látigo circense en feroz persecución del recipiente en cuestión. Todo esto además, sin soltar mi viejo termo de acero inoxidable que se encontraba cautivo y a salvo bajo el ala protectora de mi brazo izquierdo. Y ahí estábamos ambos; mi mano adelante y yo irremediablemente detrás de ella a punto de dar caza a mi fugitivo mate nuevo. Yo le había dicho a mi madre en el momento que me lo regaló que estaba lindo –hecho que era totalmente cierto- pero que me parecía grande de más; una, por el gasto de yerba, ya que llevaba como cuarto kilo y otra, porque me resultaba difícil de sujetar con una mano. Pero bueno, ya estaba regalado y si no lo usaba capaz que hasta se ofendía la señora, viste cómo son las madres.
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“¡Nos vamos!”, se escuchó como a lo lejos. Sin levantar la cabeza –que en ése momento me pareció bastante más pesada de lo habitual- abrí los ojos y comprendí que era la voz de mi madre que anunciaba la partida de la prole. El letargo y la pesadez me invadían por completo. Por un momento llegué a pensar que quizás las tortas fritas de la abuela que había comido un rato antes me habían hecho mal al hígado. O quizás el aire del mar, al que por cierto no estaba acostumbrado, me había afectado un poco. Sin voluntad para levantarme, veía como todos y cada uno de los miembros de mi familia se iban marchando. Llevaban algo en las manos. La tía Estela, la abuela María, mi hermana, mis primos chicos. Los vi a todos casi sin mirar. La poca gente que aún quedaba en el lugar lo hacía más silencioso y tranquilo. El sol manso, casi estático y la brisa tibia, me convencieron una vez más y dejé que mis párpados se cerraran muy lentamente. Y volví a soñar.
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Ya casi lo tenía. Pero no fue sino hasta cuando lo tuve apenas entre los dedos que tuve la macabra y sombría sensación de no sentir el peso de mi cuerpo. Tampoco sentí el roce áspero del muro de la terraza contra mis muslos. En un momento y abruptamente, ya no me importaron más el mate ni el termo que supe, ya no se encontraba más bajo mi brazo izquierdo. Me rehusaba tercamente a creer que pudiera haber cometido la torpeza de haberme inclinado demasiado sobre el muro de la terraza en mi afán de atrapar el dichoso mate, al punto de no poder volver atrás. No podía ser. Cuántas veces había yo tomado mate sentado exactamente en ese mismo lugar y la misma cantidad de veces había continuado muy tranquilo y despreocupado con mi existencia. Pero la sensación ahora no era de continuidad sino que era finita. Era como si solo faltaran siete u ocho metros apenas por vivir. Casi instintivamente exhalé hasta la última partícula de oxígeno de mi cuerpo y dejé que se cubriera con un manto de apatía y resignación que lo preparaban para el final. Era solo un poco de carne, huesos y tripas sin alma cayendo al vació. Y casi me parecía adivinar el áspero sabor de las baldosas rotas de la vereda, incrustadas entre mis mandíbulas destrozadas.
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De pronto, la preciosa luz de la realidad me iluminó y una nube de tranquilidad me envolvió por completo. Me di cuenta de que no había por qué temer, porque en realidad estaba soñando. “No hay más que cuando apenas esté por tocar el suelo voy a despertar y estaré nuevamente tendido plácidamente sobre la suave arena de la playa de Piriápolis”.
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Y desperté. Y estaba toda la familia. En realidad ya se iban y yo me quedaba. Los vi a todos; sin mover la cabeza los vi a todos. El sol continuaba inmóvil y tibio; parecía haberse detenido y en un momento, con muy poco esfuerzo de imaginación, habría jurado que hasta parecía una lamparilla común y corriente. Y llevaban algo en las manos... flores; a sí, flores. Y esa brisa; esa brisa proveniente de un viejo ventilador de techo que se empeñaba afanosamente en secar sus rostros húmedos. “¡Ah, entonces no fue con la regadera que me mojó la bandida!”. Y el silencio. ¿Cuándo iré a despertar? ¿Y ésta sábana blanca? ¡Señor, señor... por favor no cierre la tapa! ¡Señor!

sábado, 10 de noviembre de 2007

FRAGILIDAD.

-¡Que les vaya bien muchachos!- fueron las últimas palabras que escuché de ella hace algunas semanas, cuando nos despedimos. Habíamos compartido un exquisito asado de domingo, y desandamos la tarde montados en animosas charlas que salpicaron los más variados temas. -¡Dale!- me decía ella- ¡tenés que aprovechar ese don que tenés!, haciendo referencia exagerada a mi gusto por escribir, medio en broma medio en serio, caricaturescos relatos sobre episodios comunes ocurridos a mis amigos, los cuales hago circular por Internet y que provocaban la hilaridad de la barra. Así fue que entre literatura, música, política y algunas otras yerbas, se nos escapó el día.
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Marisa apenas pasaba los cuarenta. Tenía dos hijas, una pareja, un oficio al que apostaba cada vez más y una bolsa llena de proyectos a cumplir. Inteligente, divertida, jovial, inquieta y absolutamente pasional a la hora de exponer sus ideas. Nada hacía suponer que a partir de aquella tarde, a Marisa le quedaban exactamente cinco días de vida. Un sorpresivo y fulminante derrame cerebral dejó absolutamente inoperante su cuerpo. ¡Qué cosa!, ¿no?. Solo ella sabe cuántas cosas le quedaron por hacer. Por decir. Quizás hubiera querido darle un último beso a sus hijas. O simplemente caminar por la rambla una vez más. O por qué no, decirle a ese hermano con el que estaba enemistada, que estaba todo bien. Que lo quería mucho y que los motivos de su enojo, no eran realmente importantes. Pero no lo hizo.
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En un primer impulso me vi tentado a decir que no tuvo tiempo de hacer éstas u otras cosas. Pero no fue así. Sí tuvo tiempo. Tuvo mucho tiempo. Fue solo que al igual que hacemos todos, no lo supo aprovechar. Es esa maldita tendencia que tenemos los seres humanos a creernos eternos. A pensar que tenemos todo el tiempo del mundo para hacer cosas. A dejar todo para mañana, o para pasado mañana, o para la semana que viene. Y ¿por qué?. Porque damos por sentado que mañana, que pasado mañana y que la semana que viene vamos a estar aquí. Que nada va a cambiar. Que la persona a la que queremos pedirle disculpas va a estar ahí, esperando. Que esa madre a la que queremos decirle que la queremos mucho, va a estar ahí. Que ese amigo al que nos gustaría estrecharle un abrazo, también va a estar ahí. Y no siempre es así. Y lo sabemos bien. Vaya si lo sabremos bien. Es solo que, ocupados y preocupados en cosas tan importantes como si nuestro celular saca fotos, o si nos dará la plata para cambiar el auto, no caemos en la cuenta de que quizás, ni el celular ni el auto nos vayan a servir de algo mañana. No somos capaces de entender que este minuto por el que estamos transitando sea talvez, nuestra última oportunidad de ser o hacer feliz a una persona.
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La fragilidad de nuestro cuerpo es tan grande que se corresponde absolutamente con la idiotez de nuestro ego, y nos hace demasiado vulnerables. Somos lo que somos y estamos donde estamos, justamente por creernos todopoderosos. O al menos por considerar nuestra vida mas estable de lo que realmente es. Algunos estarán pensando que no podemos estar todo el tiempo preocupados por el momento en que nos toque morir; sería una tortura. Y es cierto. No debemos preocuparnos por eso. Tan solo debemos ocuparnos de vivir. De hacer lo que queremos. De decir lo que sentimos. De no esperar. De no postergar. De disfrutar cada momento como si fuera el último. Parece una frase hecha, ¿no?. El tema es que existe la posibilidad de que efectivamente sea al último. Y luego ya será tarde. Es tan simple como eso.
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Sé por experiencia propia, que estas cosas no nos entran en la cabeza y por lo tanto no las ponemos en práctica hasta que nos toca vivirlas de cerca. Pero estaré conforme si luego de leer estas líneas, alguien toma el teléfono y le dice a otro alguien lo que siente por esa persona. O si mañana al ir a trabajar, vos le das un poquito menos de importancia al hecho de que la computadora se colgó, o que el jefe anda de mal humor, y en lugar de ello, llenas de felicidad los pulmones y disfrutas plenamente del hecho de estar vivo. Acordáte que Marisa no tuvo oportunidad de hacerlo.

jueves, 8 de noviembre de 2007

DE VACAS Y VAMPIROS.


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Vampiros en Rivera, es el titular que más se ha repetido en los últimos días en todos los medios de comunicación locales. Se dice que el conde DRÁCULA llegó en vuelo charter directamente desde Transilvania, con una legión de draculitos medios muertos de hambre. Y sí, era lo que nos faltaba. Como si no nos hubieran chupado suficientemente la sangre desde hace muchos años, ahora nos mandan unos profesionales en la materia para sacarnos la poca que nos queda. Ahora, no me explico por qué a Rivera. ¿Será que llegó hasta el país del norte el comentario de que en Rivera hay buenas carnes? ¿O será que justo andaban aleteando por acá cerca y su oído ultrasónico llegó a captar el cálido trinar de un cabaquinho, y se mandaron nomás?
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La cosa es que cuando tocaron tierra, la yugular que más les llamó la atención fue la de las pobres vacas Riverenses, que no alcanzaron a decir ni mú. Cuando quisieron acordar, tenían un manojo y/o ramillete de estos bichos espantosos clavados en su cogote y meta chupetear. En este punto del relato, me gustaría tener un momento de reflección acerca de la imposibilidad de las vacas, así como de todo animal mamífero rumiante cuadrúpedo, de poder pegarse un manotazo por el lomo, ya sea para espantar cualquier agente u oficial extraño que ose posarse sobre él, como para quitarse el escozor cutáneo que sobreviene esporádicamente a cualquier ser vivo campestre. Estos animalitos están totalmente indefensos y desvalidos ante cualquier ataque aéreo, sin poder atinar mas que a abrir grandes esos ojos de vaca que tienen, y a sacudir con vehemencia las orejas, eso sí que no tengo la más pálida idea para qué. En caso de que el enemigo se pose en el entorno de su tercio posterior, tiene un porcentaje bastante alto de posibilidades de acertarle un coletazo que al menos, si no lo revienta, lo haga desistir de su intención de apoderarse de sus leucocitos. Pero volviendo al tema de los hematíes, parece que aparte de dejar seca como parto de gallina a la vaquita en cuestión y no contentos con eso, contagian además el virus de la rabia. Es recién ahora que comenzamos a encontrar respuesta a algunos enquistados misterios de la literatura animal, como por ejemplo el por qué del rabioso y trágico desenlace del Malevo, el fiel can que tuvo que ser sacrificado por Rosendo, en aras de defender a su familia.
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Dicen los odontólogos que estudian el problema, que el virus muere con el animal, pero que puede ser posible que pase al ser humano a través de la leche. Hacemos entonces un llamado a la racionalidad y la cordura de nuestros hermanos dedicados a la producción ganadera, instándolos a evitar por el momento todo contacto intrínseco con sus animales, y/o a usar preservativo en caso de que el encuentro sea inminente. La parte positiva de toda esta problemática, es que parece que existen en el mercado Brasileño vacunas adecuadas para combatir la enfermedad. Es por esto que el Ministerio de Ganadería esta trabajando denodadamente con la colaboración del Ministerio de Defensa, en pos de poder recolectar la mayor cantidad de murciélagos posible, a fin de poder vacunarlos.
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Ampliaremos.

lunes, 5 de noviembre de 2007

FRASES-CITAS.

ETERNIDAD

"El amor es eterno mientras dura". (Ismael Serrano)

NEGRO COLUMNISTA

"Por favor doctor, atiéndame. Sí, yo sé que no tengo número, pero le pido por favor. Vamos, doctor, hágame la pierna". (Darío Silva)

SENTIDO HORARIO

"Te juro que no veo la hora de sentarme a tocar la guitarra". (José Feliciano)

DESAMOR

"Hace tanto que no te tengo, y te acabo de perder; que añoro el día de mañana, para nunca más volverte a ver".

ASESINATO

¡Por favor señor, no apriete el gatillo! Piense en sus hijos. No cometa una locura. No ! Lo va a matar ! Nooo !!! ... Lo ... mató. ¿Ahora quién va a cazar ratoncillos?.

LIBERTAD

"Nadie es tan libre como el condenado a muerte. No lo desvelan sus bienes, sus amores, ni su suerte. No lo preocupa sufrir. Ya es libre para vivir".

LIBERTAD II

"La LIBERTAD es recorrer el camino a lomo del inquieto pajarillo de la búsqueda incesante del conocimiento"

MUERTE NEGRA

"Negro destino el de los Pérez, quienes desde el momento mismo de su concepción, saben que están destinados a Perez ser"




domingo, 4 de noviembre de 2007

URUGUAY HIPÓCRITA (primera parte).


Es la expresión que expulsa con fuerza mi pecho cuando en mi contacto diario con la gente en la calle, o interactuando con pequeños y medias comerciantes en mi laburo, o más aun, viendo en los noticieros los paros, marchas y reclamos de todo tipo que continuamente se suceden, básicamente en Montevideo, en busca de reivindicar esto o aquello. Para serles franco, no lo puedo creer. O mejor dicho, lo creo, pero mi primitivo y modesto poder de comprensión no lo alcanza a procesar y por ende a entender. Me niego rotundamente a hacerme a la idea de que esas personas que hoy despotrican con tanta fuerza contra los procedimientos del estado, sean las mismas que durante más de 30 años estuvieron peleando a capa y espada -con el consabido costo en vidas humanas- por que la izquierda llegue al poder. Pero, ¿de qué estamos hablando? Sinceramente me da vergüenza el darme cuenta, de que dentro de ese 51% de personas que pusieron al Frente Amplio Encuentro Progresista en el poder, haya tantos hipócritas egoístas, que lo único que persiguen con su triste y primitiva conducta, es tener un pesito más en su bolsillo, y se cagan en los ideales superiores que se supone deberían primar, como son la abolición de la pobreza y la indigencia; el rescate de miles y miles de niños que viven en la calle -niños que dentro de poco serán nuestros jóvenes y adultos-; el reparto equitativo de las riquezas del país-cuando las tenga, primero hay que generarlas- y tantos otros. Esas pobres personas que ven a la cortita. Que solo son capaces de proyectar a cortísimo plazo. En el colmo del absurdo, son los que venden la televisión para comprar el DVD. Triste. Y después me hablan de la solidaridad Uruguaya. Mentira. La solidaridad Uruguaya aparece, pura y exclusivamente, cuando se trata de figurar en los medios o perseguir publicidad. Patético.


A ver, desmenucemos un poco la cuestión. Los primeros pataleos vinieron ya en los primeros días de gobierno con la implementación y puesta en funcionamiento del plan de emergencia. Se trataba de una medida urgente, para detener y poner una primera barrera de contención, a la desnutrición y muerte de miles de niños uruguayos. ¿Qué es lo que está mal? ¿El procedimiento? Puede ser. Pero los que se fijan en el procedimiento seguro no tenían ningún hijo muriéndose de hambre. Siempre que se hace algo apurado y casi de forma instintiva y reaccionaria, el procedimiento suele no ser el ideal. Pero es que, lo realmente importante en estos casos es el fin, que en esta oportunidad era por demás altruista. Y sino, extrapolemos la situación a una sola familia. El padre llega a su casa y ve que se está prendiendo fuego con sus hijos adentro. ¿Qué va a hacer? ¿Se va a sentar en el cordón de la vereda a planificar una estrategia perfecta y ajustada a fin de no cometer errores en el rescate? ¿O va a entrar a la casa a como de lugar y tratar de salvar a sus niños? Y ya ahí comenzaron a aparecer señales del egoísmo e individualismo de la sociedad. A mí me llegaron a decir frases como, "¿y por qué me tengo que hacer cargo yo de darle plata a esa gente?"; o "no hay que darles nada a esos vagos, si ninguno quiere trabajar". Obviamente, estoy haciendo referencia a los mil y pocos pesos y la canasta de alimentos que iban a recibir por el plan de emergencia, y que iban a salir del bolsillo de todos nosotros. Hablaban de los padres pero, ¿y los niños? ¿Qué culpa tienen los niños? E incluso los padres, ¿por qué son así y no quieren trabajar? ¿No será porque fueron niños de la calle y nadie les enseñó la cultura del trabajo? Y es una historia de larga data y ya no importa quién tiene la culpa. ¡Por Dios que no importa! Muchos de los que la tienen ya están muertos y enterrados, y nos dejaron como herencia la pobreza. Y ahora nosotros mismos nos alineamos a esos culpables si no hacemos algo para revertir esta situación. Pero yo estoy seguro que el pueblo entiende este razonamiento. Lo que realmente me asusta, es lo que está demostrando la realidad en estos días. Y es que la mayoría de los que se llenaban la boca hablando a favor de estas cuestiones, y los planteaban desde un punto de vista ideológico, filosófico y teórico, y que los cambios, el socialismo y la mar en coche, ahora se le queman las ideologías como hojas secas a la hora de tener que resignar una pequeña parte de su capital, en pos de poder poner en práctica la teoría. Somos todos buenísimos hasta que nos tocan el bolsillo.


CONTINUARÁ.

sábado, 3 de noviembre de 2007

LA PALABRA II (el poder).

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Las palabras van creando el mundo que conocemos. Vivimos a partir de la palabra.Y no me refiero a la palabra como sonido, ya que de ser así, las personas impedidas del habla o la audición no podrían vivir, sino como representación ideal de las cosas y del universo todo. De esta manera, pensemos cuan importante es el poder de la palabra, y por ende, también de los habilitados para usarla, o sea todos nosotros.
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Con una palabra se declara la guerra y también el amor. Puede ser un arma poderosísima o un maravilloso instrumento hacedor de paz. La palabra derroca gobiernos, salva vidas e inventa o destruye realidades. Pensemos que con solo una palabra podemos cambiar absolutamente el curso de nuestra vida, y por ende las de otros, al decir ADIÓS.
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Es por ésto y más, que debemos ser muy responsables al usarla. Este maravilloso y universal instrumento hacedor de realidades debe ser usado con criterio y justeza. De no poseerlo, la palabra SILENCIO, con su carga de significado como respaldo, puede ser la alternativa mas apropiada. Este mandato es mil veces más importante para las personas que difunden sus ideas y formas de pensar a través de los medios de comunicación masiva, ya que son formadores reales de opinión pública y tendencias de comportamiento social. Pero como considero que los medios merecen un comentario aparte y definitivamente más profundo, por ahora lo dejo acá.
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Invito a los leales amigos que han llegado a esta altura del artículo a refleccionar sobre el tema y por qué no quizás, a actuar en consecuencia. Saludos.

YO X YO.

Cuentan las crónicas de la época, que realicé mi primer inspección ocular al mundo exterior junto a mis primeros embates pulmo-guturales, en una cálida madrugada de marzo del año setenta y pico. Eso, después de haber hostigado a mi santa madre durante no menos de 12 hs., en una decidida indecisión que me tenía entre salgo y no salgo y entre voy o me quedo, dando indicios claros ya de pique, de una característica que habría de estar a mi vera el resto de mis días. Dicen algunos testigos que al principio, si bien no era feo, era medio incómodo de mirar. El 68 % de mi hinchada y purpúrea osamenta lo ocupaba un prominente apéndice craneal con aires de globo terráqueo, que acaparaba absolutamente toda la atención de aquel desprevenido transeúnte que acertara a pasar a mi lado. Inmediatamente por debajo, venía el abdomen, que dadas sus alarmantes dimensiones, mas bien parecía un inmenso reserbóreo de células adiposas, leucocitos y excipientes corporales varios. Gordo mismo. De cogote, ni rastros. Las piernas y brazos estaban totalmente recubiertos con una especie de gruesa cobija epidérmica en forma de anillos concéntricos, que hacían las veces de flotadores aéreos, o fluviales, dependiendo de la ocasión. Para ser gráfico, era la cosa más parecida al muñeco de MICHELIN que ha inventado la naturaleza. Mis únicas actividades, llorar y comer, desarrolladas ambas en partes iguales en un 45%. El 10% restante prefiero omitir a qué se referían, ya que considero que no le hace mucho bien al decoro del relato. Con el tiempo comencé a crecer en largo, y aquella obesa figura comenzó a estilizarse, acercándose tibia y lentamente a una figura humana.
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De niño era tímido y asustadizo como pocos. Dice mi madre que corría a esconderme debajo de la mesa, cada vez que alguien golpeaba a la puerta. En la escuela fui un alumno abnegado, responsable y de conducta intachable, características éstas que sí me abandonaron sin mayor apego al llegar a la pubertad. De todas maneras, aprendí a caminar con algo de soltura por la delgada línea de la mediocridad. Ni tan bueno ni tan malo. Me excusaba antes mis progenitores aferrándome con fuerza a ese viejo dicho popular que dice que " los extremos no son buenos". Bueno, esta sería en todo caso la excepción que no confirmaría la regla. Luego vino el liceo, y con él los bailes, la camisa celeste, la raya al costado, las vueltas a la plaza, los domingos en el parque... y las chicas. En realidad las chicas no vinieron, mas bien que las tuve que ir a buscar, ya que la oferta corpo-facial no era lo que podríamos decir una atracción descoyante. Para ello, tuve que poner en marcha toda una maquinaria conquistatoria de alto nivel, basada fundamentalmente en la palabra y la guitarrita, armas que lograban -aveces-, un encandilamiento momentáneo de algunas féminas, volviéndolas algo mas accesibles. Como quien dice, desde chiquito fui un remador. Esas fueron épocas de poesías como dardos, canciones locas y cartas desangradas. A los 21, una pequeña estancia en el exterior. No se confundan, no me compré un establecimiento rural fuera de fronteras, sino que simplemente anduve casi dos años arrastrándole el ala a un sueño en Argentina.  Después, ya de regreso al país, cosas de la vida nomas. Trabajos varios, varios amores de mi vida, la música, algunos estudios y ahora, este blog. Con él pretendo fundamentalmente poner una sonrisa en el rostro de todo el que acierte a pasar por aquí. Y en una de esas, si la inspiración, las fuerzas y el tiempo me acompañan, tender una mano, regalar un consejo y por qué no, hacer un ratito de la vida de alguien, un poco mas llevadero.
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En caso de que estos altos objetivos no sean realizables, quizás por la impericia de mi pluma, me contentaré con criticar a todo el que pueda, romperle las pelotas a más de uno y serrucharle las patas a todo el que se lo merezca. He dicho.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Un amigo que se fue.

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Realmente creo no equivocarme si digo que es ésa la palabra que mejor define lo que estoy sintiendo en éste momento. Tristeza. Mucha tristeza. Una tristeza que no me deja pensar. Una tristeza que me impide actuar. Una tristeza que me aprieta con fuerza el cuello y no me deja respirar. Una tristeza que lo abarca todo. Que lo cubre todo. Que derrumba todo.
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Disculpen amigos mi egocentrismo y/o egoísmo. Supongo que a Uds. también les debe haber pasado algo parecido cuando se enteraron de lo ocurrido. La verdad, no sé ni por qué escribo. Les juro que cada palabra es un calvario. Mi cabeza no quiere pensar. Mi mano no encuentra fuerzas para moverse. Y mi corazón pareciera estar tentado a abandonar su ritmo eterno para entregarse definitivamente al silencio. Qué terrible tragedia, amigos. Sé que es en vano enfrascarse en la tarea de buscar las causas, los "por qué", la explicación de lo inexplicable. Pero, se dan cuenta que pareciera que no encontramos paz en nuestro espíritu si no tenemos una causa; una razón lógica que nos explique, casi matemáticamente, los factores o los disparadores que hicieron que este amigo dejara de respirar. Y tan joven. Puta carajo si era joven. Si lo veo clarito todavía. Mierda! Si fue apenas hace una semana que estuvimos juntos. Y ahora... no lo puedo creer. Sinceramente no lo puedo creer. Les pido perdón amigos si con mis palabras no hago otra cosa que agregar un nuevo tono de gris a la paleta de sus días. Pero créanme que necesito compartir con alguien mi dolor. Y puta si es un dolor fuerte. Supongo casi tan fuerte como el que quizás estén sintiendo Uds. en este momento. O sin quizás. Pero, qué injusta parece ser la vida en algunas oportunidades, no? Y qué miserable, delgada y efímera es la línea divisoria entre la vida y la muerte. Realmente muy delgada. Además, justo ahora que había empezado a disfrutar su sueño. Ese sueño por el que tanto peleó y que se merecía con creces. Y cuando lo alcanza, la vida se le esfuma como una burbuja; como una puta burbuja de muerte.
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Pero bueno, como dice algún optimista empedernido por ahí, "la vida continúa". La vida continúa y hay que seguir adelante. Aunque ahora nos parezca difícil, hay que seguir adelante. El domingo que viene me voy hasta la feria de Tristán Narvaja y me compro otro pescado, qué mierda. Qué lo parió; pensar que ya es el tercero que se me muere este año. Donde me pase lo mismo con éste, me compro una tortuga que dicen que duran más.